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Las bicicletas no son solo para el verano

Michel Seoane

Michel Seoane

Tiempo atrás, quienes frecuentamos Durango habitualmente,  nos preguntábamos por qué no podíamos disfrutar de nuestro entorno y desplazarnos por nuestra ciudad en bicicleta. Tal y como lo hacían en Vitoria o en San Sebastián, por ejemplo.

Durango reunía y reúne óptimas condiciones para el disfrute que supone poder desplazarse en bicicleta para acudir al trabajo, al polideportivo o para dar un simple paseo en los ratos de ocio. Durango es un pueblo llano, dispone de amplias avenidas y la mayoría de las calles y aceras son lo suficientemente anchas como  para permitir el uso conjunto de las mismas por parte de peatones y ciclistas urbanos delimitando, eso sí, los lugares de tránsito para unos y otros.

Finalmente, se consiguió y ya hace varios años que los durangueses pueden disfrutar de una red de bide-gorri que les permite desplazarse por la villa en sus desplazamientos diarios y habituales.

A cualquier hora del día, se puede ver gente que va a trabajar, que va a la compra, que da un paseo, que va al colegio a recoger a los niños, etc., etc. Todos ellos en bicicleta. Qué bonita instantánea, qué imagen más alegre y saludable para una ciudad.

Quienes se desplazan en bicicleta, y esto lo sé de buena de tinta, son más conscientes de su vitalidad,  generan endorfinas, y  casi me atrevería a decir que son hasta un poco más felices. Además,  han encontrado un nuevo y silencioso confidente con quien comparten, en esas idas y venidas, sus anhelos, deseos, miedos y decepciones.

Ese discreto y silencioso confidente no es otro que su propia bicicleta.

Y es aquí donde quería llegar, a denunciar que en las últimas semanas alguien o algunos se están empeñando en desligar el tándem que forman las palabras “propia” y “bicicleta”.

Durante las vacaciones estivales y en estos primeros días de septiembre han sido ya demasiados los robos de bicicletas cometidos en Durango.

El consistorio municipal apostó en su día por la construcción de una red de bide-gorri en Durango, en aras de una movilidad sostenible y respetuosa con el medio ambiente que ofreciera a los durangueses un entorno mejor y más saludable.

Por su parte, los durangueses acogieron de muy buen grado esta decisión. Enseguida, desempolvaron sus viejas bicicletas o se las compraron nuevas y salieron con ellas a la calle un día tras otro.

El esfuerzo de unos y otros no puede resultar baldío por los intereses rastreros de un grupúsculo de malhechores. Especialmente, el esfuerzo de los durangueses que día tras día con su bicicleta contribuyen a lograr ese Durango saludable y vital que todos queremos.

Debe ser el propio ayuntamiento quien determine el modo de poner fin a estos robos, a la desilusión y desazón que produce en los ciclistas urbanos el hecho de que cuando vuelvan a por su bicicleta solo encuentren un candado roto y la ausencia definitiva de su especial confidente.

Quizá deba ser Durango pionero en la redacción de una Ordenanza Municipal ejemplar que contenga y determine unas medidas concretas y certeras para acabar o limitar al máximo la comisión de los robos de bicicletas. ¿Por qué no?

A pesar de la película de Jaime Chavarri, en Durango nunca nos hemos creído que las bicicletas sean solo para el verano. En Durango, sabemos que las bicicletas son siempre de su amo.

 

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