La contaminación de los cigarrillos
Jesús Iturralde Garai
Días atrás en una tertulia radiofónica salió el tema de la contaminación y uno de los contertulios sacó a colación la contaminación de las colillas de los cigarrillos.
Inmediatamente me vino a la mente el fantástico libro titulado Crimen contra la humanidad, del gran escritor –del que tengo el honor de que me considere gran amigo- Alberto Vázquez-Figueroa, y en uno de sus capítulos precisamente diseccionó el tema de las colillas con datos y cifras escalofriantes.
Hace dos días, hablando vía telefónica con él, le pregunté si tenía inconveniente en que transcribiese unos párrafos del libro citado contestándome que puedo copiar si quiero todo el libro por lo que sigue son párrafos del volumen citado, teniendo en cuenta que el mar no empieza en los acantilados y en las playas, sino en las alcantarillas.
“El cigarro tiene ocho centímetros de largo y el filtro tres, o sea que te están vendiendo celulosa al precio de tabaco. ¿Qué putada, no? Más bien estafa diría yo porque el tabaco hay que sembrarlo, regarlo, cuidarlo, recogerlo, secarlo y procesarlo mientras el acetato de celulosa, a precio de estanco, una bolsa que contiene doscientos filtros de los que suelen utilizar los fumadores que lían los cigarros a mano, viene a costar dos euros mientras que, dependiendo de la marca, doscientos cigarrillos, es decir, un cartón, se aproxima a los cincuenta euros. Veinticinco más.
Según las Naciones Unidas anualmente se consumen unos cinco mil millones de cigarrillos, es decir, un por cada habitante del planeta. Mucha gente no fuma, pero en compensación los que sí lo hacen pueden fumarse un paquete diario, lo cual hace pensar que esa cifra es bastante fiable. Y como los filtros se inventaron hace poco más de medio siglo, la cantidad de filtros fabricados asciende a un mínimo de doscientos mil millones.
Eso significa que con el cuento del dichoso filtro destinado a “proteger la salud del fumador”, las tabacaleras se han embolsado sumas astronómicas a base de dar a sus clientes, celulosa por tabaco, es decir, gato por liebre.
Quienes intentarán silenciarnos no quieren que sepamos que cada nueva colilla que nos encontremos en la calle está contaminada por saliva de enfermos de sida, sífilis, tuberculosis o hepatitis y que con frecuencia los niños juegan con ellas en los parques públicos o en las playas y algunas de esas colillas contienen arsénico que produce más daño que la nicotina o el alquitrán”.
Hasta aquí lo escrito en el libro Crimen contra la humanidad, por Alberto Vázquez-Figueroa. Solo me queda ratificar lo dicho al principio: el mar no empieza en los acantilados y en las playas, sino en las alcantarillas donde van a parar las colillas y terminan en el mar.
Finalizo con un breve ejemplo: El lunes pasado me entretuve en contar a lo largo de ciento cincuenta y nueve metros de acera la cantidad de colillas con filtro en el suelo. Conté nada menos que 249. Dejando aparte que, según los entendidos, un filtro de celulosa tarda cien años en disolverse. Sin palabras…