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Publicamos un capítulo del libro ‘Les mamarraches’ de Amaia Santana

LECTURAS DE VERANO

El serial Lecturas de verano continúa hoy con una histórica colaboradora de este digital, una de las primeras autoras que se remangaron para bogar a una en Mugalari.info, hoy MUGA. Hablamos de la santurtziarra nómada Amaia Santana, esencial periodista que ha rubricado uno de los libros más originales de los últimos tiempos. Desde Madrid y con editorial de Granada, aporta esta vez «un extracto» -califica ella- de su librisco Les mamarraches. Como diría Santana,  la dirección a la que inducir a compra compulsiva del ejemplar es esta: estaciónese usted aquí. 

SINOPSIS

Les Mamarraches es una divertida e irónica invocación a “la luz”, al “camino correcto” y al “amor verdadero”. Disfrazado de un delirante –y falso- musical, la profeta local y casual coach Wendy Pelayo narra la historia de un puñado de pobres diablos a punto de quedarse en paro. Pero no son sus circunstancias. Y no tienen nada que perder…

 

EXRACTO DE ‘LES MAMARRACHES’
Amaia Santana

—Bien, ahora vamos a realizar un ejercicio de creatividad. Se llama «el test del ladrillo».

La reclutadora, de inquietante sonrisa, saca una especie de ladrillo de plástico de una caja y lo deposita en la mesa, frente a mí. Prepara el cronómetro en su smartphone. Con la misma estúpida sonrisa, se dirige a mí:

—Vale. ¡Todo listo! —debe de creer que estamos jugando al puto Grand Prix del Verano— Tienes un minuto para enumerar qué puedes hacer con este ladrillo. Lo que sea, cualquier cosa que te venga a la mente.

—¿Sin filtros?

—Sin filtros –leve atisbo de duda al responder esto— Cuando termine el minuto te preguntaré por todo lo que has pensado durante ese tiempo. Puedes tocar el ladrillo y hacer lo que quieras con él para… inspirarte.

De repente me pregunto dónde está la salida de emergencia de este edificio. La reclutadora se cerciora antes de iniciar la cuenta atrás:

—¿Lista?

—Eso creo.

—Muy bien, ¡comenzamos!

Siento una náusea in crescendo durante los primeros, calculo, veinte segundos. Superada esta inercia natural, reparo en el ladrillo de plástico, que toqueteo para que mi reclutadora piense que estoy concentrada en este ejercicio y que realmente me interesa todo esto. El puesto de trabajo, la yincana previa, todo. «Me gustan los retos y me adapto con facilidad a un entorno competitivo y en constante evolución». Menuda mierda sale de mi boca cuando me pongo. Mira, primera utilidad del ladrillo: metérmelo en la boca para impedir decir este tipo de chorradas sumisas. Se me va a agotar el tiempo; piensa, maldita, piensa. Lo único que se me ocurre, además de comerme el dichoso ladrillo, es que éste fuera real y lanzárselo a la cara de mi reclutadora, sólo para quitarle esa cara de falsa «horizontalidad». Dejar en evidencia su estupidez prepotente así, de un ladrillazo. ¡Dios mío! ¡Pero qué estoy pensando! Soy una asesina en potencia, me corroe la violencia, soy una mala, mala, mala persona —¡caca!—, por desearle el mal a esta profesional íntegra y amable hasta la fecha. El minuto de meditación se me está haciendo eterno, pero está a punto concluir y lo único que se me ocurre es lanzarle el cacharro de plástico a su cara, también de plástico, sospecho.

—¡Tiempo!

Oh, no.

—¿Y bien? ¡Cuéntame! ¿Qué puedes hacer con este ladrillo?

—Lanzárselo. En defensa propia.

Su cara se descompone como si efectivamente le hubiera lanzado el artefacto obrero.

—Había dicho sin filtros –añado, en un intento vano de justificar mi violencia intolerable y a todas luces fuera de lugar.

—Eeh… ¿Me estás diciendo que te gustaría atacarme, deliberadamente, con el ladrillo?

—No me entusiasma la idea, porque es muy pronto y no me siento con fuerzas, pero francamente es lo único que se me ha ocurrido dado lo limitado del tiempo –me reafirmo, a la vez que me pregunto en qué momento le he dado permiso a esta señora para que me tutee.

Tenía que haber dicho lo de comerme el ladrillo para no soltar, precisamente, este tipo de ocurrencias políticamente incorrectas. Espero que la empresa valore la sinceridad y el desparpajo.

—¿Alguna… idea más, que se te ocurra?

—Ya le digo que no, lo siento. Un minuto es muy poco tiem…

—De acuerdo, muchas gracias. Ya te llamaremos.

—¿Qué hago con el ladrillo?

— Déjalo ahí, por favor.

— Faltaría más. Muy bien. Pues espero su llamada entonces. Muchas gracias. Buenos días.

La reclutadora mira sus papeles como los presentadores de los telediarios al término de éstos: no están mirando nada, ni ordenando ningún papel, es más, los están desordenando. Pero son conscientes de que aún son observados por la cámara, así que disimulan haciendo eso, mirando y barajando los papeles. Eso mismo hace mi reclutadora, visiblemente incómoda.

¡A ver si me llaman!

· Puedes adquirir el libro que incluye un disco cedé clicando aquí. 

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