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EDURNE GOROSARRI: «He perdonado que mi madre estuviera presa, pero olvidar, no olvido nunca»

Iban Gorriti

· Periodista autor de los libros ’31 VIDAS, el bombardeo contra Durango y ’31 VIDAS antifascistas vascas’

Serial de MUGAKULTURA.EUS sobre la cárcel de Durango (II)
Emakumeok

Durango contó con una cárcel franquista al  cargo de las monjas de la Caridad -cualidad de la que estas religiosas nunca hicieron gala ni en la villa ni, por ejemplo, en la prisión de Saturraran- el almacén humano se ubicaba en un edificio que hoy no existe y solar sobre el que en la actualidad se levanta el colegio Nevers. En aquel penal convivieron presas como la guerrillera madrileña e histórica Rosario Sánchez Dinamitera o la madre de Edurne Gorosarri, duranguesa que falleció en agosto de 2014. Tiempo antes pude reunirme con ella y tomar su testimonio. Corría el año 2010.

Homenaje a los muertos en la carcel durante la guerra

‘Dinamitera’ a la izquierda en un homenaje a las muertas en la cárcel de Saturraran durante la Guerra Civil. IBAN GORRITI

Edurne, como aquella niña de 12 años que fue, levantaba hace doce años el dedo en su Durango natal. A los 85 años entonces, pidió la palabra en un acto memorialista. Regresó a la villa para hablar en voz alta sobre su madre. Lo hizo por primera vez. Bastante había callado por “¡los fachas! Ya entonces se decía así”, advertía haciendo referencia a los fascistas.

Para ella, jeltzale convencida y fallecida hace siete años, hablar de la Guerra Civil fue en su propia familia un tabú. En 2010, viajó de su Neguri residencial a Durango para decretar justicia para su amatxo. Vicenta Garnika era una joven madre afiliada a UGT que no hizo nada para que sus propias vecinas le denunciaran y resultara encarcelada en el bilbaino Chalé de Orue y, después, en la denominada en documentos franquistas como Prisión Central de mujeres del barrio de San Roque de Durango.

EDURNE GOROSARRI

Edurne Gorosarri en marzo de 2010 ante la que fue puerta de su casa, recuperada como monumento en el barrio Tabira. IBAN GORRITI

Un consejo de guerra le condenó a doce años de prisión por ser sindicalista y haber votado al Frente Popular. Todo, después de que dos vecinas de su misma casa le denunciaran con un simple “Vicenta es mi vecina y es roja”. Esa valoración servía para encarcelar a una mujer de 40 años que no sabía leer ni escribir. Otras reclusas le enseñaron más tarde.

Edurne era unas de las hijas de Vicenta y de Juan Gorosarri. Él, del PNV y de ELA/STV, era forjador. Ella también trabajaba: “Era jornalera a relevos”. Tras los bombardeos de Durango de marzo y abril de 1937, la familia acabó en Francia y con el padre desaparecido.

En la boca del lobo

A la hora de regresar, Vicenta no se lo pensó y al cruzar la frontera no detuvo su camino a su casa. “Desde allí, los autodenominados nacionales ya avisaron que veníamos. Mi madre se metió en la boca del lobo”. En la estación llegaron los primeros insultos de “rojos, separatistas”. “Yo tenía doce años y no entendía nada”, enfatizaba Edurne.

Su madre tuvo que encerrarse en casa durante días. “Recuerdo que decía que por qué se tenía que esconder si ni había matado ni robado”. Sin embargo, aquel mediodía que salió al huerto “se la llevaron”. Era febrero del 38. A Durango llegó en 1940.

Fue entonces cuando Edurne, que había pasado dos años en Forua, le llevaba a diario su comida para que no tomara el pésimo rancho. “En Bilbao le vi una vez. A través de dos verjas. No hubo ni beso, ni le pude dar la mano. En Durango me saludaba desde la ventana y me hacía gestos de que ya me había visto, y no quería que los soldados me vieran que yo le saludaba. A ellos les daba la cesta del día y ellos me devolvían la del día anterior”.

 

«Abrazo morrocotudo» 

Meses después llegó el mejor día, el que de forma más visual se ha quedado en la mente de Edurne Gorosarri. Ella iba a visitar a una amiga a otro caserío y, de pronto, ve que viene hacia su casa, hacia la hija, su madre “¡con un garbo!”. Fue una explosión de adrenalina a la enésima potencia: “El abrazo fue morrocotudo. Los pelos de punta. Fue justo frente a la casa de quienes le habían denunciado”. Vicenta regresaba “flaquita”, con poco pelo, de habérselo cortado los franquistas, antes, al cero. “Supe, luego, que la comida que le llevaba a diario lo compartía con otras presas”, subraya.

Desde ese momento de “emoción que no se olvida”, no se volvió a hablar –ni se dio oportunidad– de la cárcel. Pero hace doce años lo hizo en San Agustín Kulturgunea ante el público emocionado y entrevistada por su sobrina, la metaperiodista Maria Gorosarri. “Yo ahora quiero hablar. Que se sepa. No quiero engrandecer lo que pasó. Me gusta decir la verdad”. Sabía quiénes denunciaron a su madre. “Hay una mujer de una familia que nos denunció que cada vez que me ve, me da unos abrazos y a mí se me revuelve todo por dentro. Con otro, resulta que bailaba yo mucho… He perdonado, pero olvidar, la cabeza no lo olvida nunca. Nunca».

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