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Víctimas estructurales y legítimas

Oscar Gomez

Óscar Gómez Mera

Dirán ustedes que me repito. Será de lo claro que hablo. 437 personas perdieron la vida en su puesto de trabajo durante los primeros ocho meses de 2019. 437 personas que no han salido abriendo los informativos, que no han sido protagonistas del programa de Ana Rosa ni de Espejo Público. 437 personas que no han recibido ningún homenaje por parte de las administraciones del Estado. Ninguna asociación de víctimas llevará el nombre de ninguna de ellas.

Asumimos con total naturalidad y legitimidad que dos personas fallezcan cada día en el Reino de España mientras están en su puesto de trabajo. Asumimos que tenemos que pasarnos la vida trabajando, intentando conseguir un empleo, haciendo malabarismos para conservarlo, cotizando para llegar (o no) a cobrar una pensión de mierda. Y asumimos que muchas de nosotras nos quedaremos tirada en el camino.

Si hubieran sido 437 personas las que hubieran perdido la vida entre enero y agosto de este año por la acción de cualquier organización armada, estaría decretado hace tiempo el estado de excepción. Y el de sitio. Las muertes por el denominado terrorismo nunca pueden ser asumibles por el Estado, pero el Estado asume con total naturalidad y legitimidad que cada año mueran más de 600 personas (652 en 2018) para mantener el actual sistema económico de producción y consumo. Y el Estado hará lo que sea para que la opinión pública, o sea, usted y yo, veamos como aceptable que la gente pierda la vida mientras intenta disfrazar su hogar y a sus hijas de dignidad. Para todo ello están los medios de comunicación, los tertulianos, la legislación vigente y el cuñado metido a empresario que en medio de una discusión en el bar, palillo entre los dientes mediante, suelta un “es que los obreros no quieren ponerse el casco y los guantes”. Para normalizar esa violencia estructural y legitimarla mientras criminalizan a raperos, tuiteros, titiriteros, pensionistas, huelguistas, parados, inmigrantes y toda aquella persona que ose disentir o se atreva a no permanecer en silencio.

Hay víctimas que valen más y se merecen todo, y otras a las que hay que sacar lo más pronto posible de la circulación. Como las de los accidentes laborales, las de la violencia machista, las de los abusos policiales, las del terrorismo de Estado. Criminalizándolas si es necesario. Víctimas que pueden ser anónimas. O tan conocidas por tratarse de su pareja, su padre, su madre, su hermana, su nieto, su sobrina, su amigo. O usted y yo mismos.

Nuestra mente está colonizada de tal manera que sólo vemos violencia en piedras que surcan el aire, contenedores que arden o raperos que rapean. Nunca la vemos en los motivos que llevaron a lanzar esa piedra, o en las causas que obligan a buscar comida en esos mismos contenedores. Toda esa violencia es inherente al sistema, toda la violencia diaria estructural es la propia columna vertebral del sistema.

Hace ahora ocho años, el 20 octubre de 2011, ETA decretaba un alto al fuego definitivo. Desde aquel día desapareció para siempre la violencia que la banda ejerció durante varias décadas. El resto de las violencias no sólo permanecen, sino que van en aumento.

Ayúdanos a crecer en cultura difundiendo esta idea.

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