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Tres profecías y media

Ander Berrojalbiz

Ander Berrojalbiz (músico) y Javier Rodríguez Hidalgo (traductor)

«Incapaces de suponer que las órdenes pudieran ser arbitrarias, no tenían la práctica de la desobediencia.»

Ursula K. Le Guin, Los desposeídos (1974)

 

El pasado 14 de marzo muchos corrieron a sus estanterías a desempolvar los ejemplares de 1984 de George Orwell y Un mundo feliz de Aldous Huxley. Seguro que también hubo quien se inclinó por Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, al fin y al cabo estamos en el centenario de su nacimiento. La lectura de relatos distópicos, especialmente su Santísima Trinidad, podía ayudar a sobrellevar con un punto de lucidez aquellos supuestos «quince días» de «confinamiento».

Siempre cabía la posibilidad de encontrar una nueva predicción finalmente cumplida, o de consolarse porque, con todo, lo que nos tocaba vivir tampoco era tan malo; sin olvidar, claro está, esa pequeña pero inconfesable satisfacción de estar por fin formando parte de una de esas situaciones catastróficas para las que tanto tiempo nos llevan preparando la literatura y, sobre todo, el cine de anticipación y ciencia ficción. Desgraciadamente, acabaron siendo más de quince días.

Así, para solaz, y tal vez desazón, de los amantes de las visiones premonitorias, he aquí cuatro nuevas profecías que añadir al canon.

Primera

En una entrevista publicada a finales de la década de los setenta, Wolfgang Harich afirmó: «En España coinciden los sufrimientos y los horrores, apenas superados todavía, de casi cuarenta años de opresión fascista con los efectos de un proceso de industrialización a toda máquina desarrollado de un modo extraordinariamente rápido en la última década, un proceso de consecuencias sociales y ecológicas mucho más catastróficas que en cualquier otra parte de Europa. A la luz de todo ello creo que puede afirmarse no sólo que España está sobradamente madura para la realización inmediata del comunismo, sino también que, sobre la base de sus condiciones internas, está precisamente llamada a convertirse en detonante de esa revolución en toda Europa Occidental».

Harich, filósofo ecologista que abandonó la RDA, era partidario de un «comunismo sin crecimiento» que combinara la «autarquía local» con una gobernanza mundial y «dictatorial» basada, según sus palabras, en «las buenas, viejas y sencillas tradiciones estalinistas con las que crecí». Aunque Harich errara en su pronóstico sobre España, cabría añadir que, tras cuarenta años de democracia parlamentaria y una década de recortes, durante la actual crisis sanitaria, la sociedad española (sin excepciones territoriales) ha demostrado estar más que preparada para sobrellevar medidas de corte estalinista. Puede que algún ecologista contemporáneo se congratule por ello; España podría estar llamada a liderar la transición al ecosocialismo.

Segunda

El autor ruso Yevgueni Zamiatin escribió su novela Nosotros entre 1919 y 1921. El título de la obra, que estuvo oficialmente prohibida en la URSS hasta 1988, se debe a que el rasgo más perturbador de la sociedad hipertecnologizada que imaginó Zamiatin era la disolución del «yo» en el «nosotros». El libro tiene pasajes memorables: «He leído y oído cosas inverosímiles sobre la época en que la gente vivía en libertad […] Pero lo más inverosímil me ha parecido siempre lo siguiente: cómo el Estado, por imperfecto que fuese, toleraba que las gentes vivieran sin paseos obligatorios, sin unas horas de comida previamente establecidas; que se levantaran y se acostaran cuando se les antojaba; algunos historiadores dicen incluso que las calles permanecían siempre alumbradas y que la gente iba y venía durante toda la noche».

Aunque Zamiatin no llegara a prever nuestra paradójica sociedad de masas saturada de narcisismo, es imposible leer su novela sin pensar en el lugar en el que las actuales «restricciones» han dejado a los individuos. Mónadas sin rostro que sin demasiada dificultad asumen que lo «esencial» de sus vidas es trabajar (los que pueden) o estudiar, consumir (a poder ser en casa, por internet) y hacer deporte individual (preferiblemente monitorizados por alguna aplicación informática).

Tercera

Puede que no sean las actuales restricciones las que hayan vaciado nuestras vidas; tal vez no sean más que la constatación de dicho vaciado. ¿Y si no estuviéramos sino muy cerca de la culminación de un proceso que podía vislumbrarse hace ya más de cien años? En 1909, Edward Morgan Forster publicó un relato titulado La Máquina se para. En él encontramos fragmentos como el que sigue: «Era la hora de pronunciar su conferencia sobre la música australiana. El poco práctico sistema de reuniones públicas se había abandonado desde hacía mucho tiempo; ni Vashti ni su audiencia salían de sus habitaciones. Sentada en el sillón, hablaba mientras los demás podían oírla más o menos bien desde sus sillones, y verla más o menos bien. […] Y si Kuno en persona, carne de su carne, estaba por fin a su lado, ¿qué cambiaba eso? Era demasiado educada para darle la mano».

La Máquina se para no trata sólo de individuos atrincherados en sus hogares y ensimismados ante sus pantallas, productores de ideas de 140 caracteres y consumidores de breves píldoras del conocimiento en forma de vídeos de escasos minutos. Es también una reflexión doliente sobre la desaparición de la belleza y de la sensibilidad para aprehenderla, sobre la necesidad tanto del esfuerzo como de los obstáculos externos para el despliegue de las capacidades humanas y, ante todo, sobre la impotencia y la infantilización absoluta que sufren (sin darse apenas cuenta) quienes viven inmersos en un entorno simplificado y uniforme. En resumen, es un cuestionamiento radical acerca de quiénes son los verdaderos desposeídos.

Cuarta

Hannah Arendt, en su ensayo del año 1951 Los orígenes del totalitarismo, planteó que el «problema» de la «dominación total» es «fabri­car algo que no existe, es decir, un tipo de especie humana que se parezca a otras especies animales, cuya única “libertad” consistiría en “preservar la espe­cie”».

Aunque en estos últimos meses el catastrofismo, la confusión deliberada entre lo político y lo científico, el terror informativo y el estado policial hayan mostrado el camino a seguir para acabar de lograrlo, no deberíamos darles a las autoridades el gusto de solucionar dicho «problema».

«Vivieron y rieron y amaron y se fueron».

Nos vemos en la calle.

 

[Nota: El presente artículo se publicó en el diario Gara el 9 de diciembre de 2020. No obstante, con motivo de su aparición en Mugalari.info, hemos añadido la cita epigráfica de Ursula K. Le Guin y modificado ligeramente los párrafos finales.]

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