Tras las huellas del frácking
Carlos López
Hace unos tres años recibí un enlace a un vídeo en el que un hombre abría el grifo de su cocina, acercaba un mechero al chorro de agua y provocaba una potente llamarada. Era un fragmento del documental Gasland, de Josh Fox, del año 2010. Relata las investigaciones que J. Fox emprende tras recibir de una empresa de gas natural una oferta de 100.000 dólares a cambio de su autorización para extraer gas del subsuelo de sus tierras mediante la técnica de la fracturación hidráulica, el fracking.
Las imágenes a las que me refería las filmó a lo largo de sus indagaciones en Dimock, Pensilvania. Los grifos en llamas son muy espectaculares, pero, además, el vídeo incluye entrevistas a un amplio grupo de personas que refieren problemas de salud que atribuyen a la contaminación de las aguas causada por la industria de la fracturación hidráulica, e imágenes desoladoras de entornos naturales degradados. Es un documental impactante cuyo visionado recomiendo vivamente. No creo que las cadenas televisivas comerciales vayan a incluirlo en sus programaciones, pero está disponible en internet.
El caso es que, pocos meses después, descubrí que algo parecido podría ocurrir en poco tiempo a la puerta de mi casa, porque existía un plan de prospecciones para estudiar la viabilidad de la técnica de fracturación hidráulica en amplias zonas de la Península que abarcaban, entre otros espacios, el sur de Cantabria, el norte de Burgos -Las Merindades- y parte de Álava.
Quizá sea el momento de explicar qué es el fracking. Y aquí me permito recomendar otro estupendo documental, La sombra del fracking, que dura apenas 24 minutos y ofrece, además, interesantísima información sobre los proyectos de aplicación de esa técnica en Euskadi (también está disponible en internet).
La fracturación hidráulica se ideó para explotar el gas contenido en partículas en el esquisto bituminoso del subsuelo. Consiste en realizar perforaciones verticales de alrededor de 2.500 metros de profundidad, que luego se continúan de forma horizontal a lo largo de una distancia de hasta 3.000 metros. A través del conducto resultante se inyecta una gran cantidad de agua a presión mezclada con arena y con un cóctel de productos químicos (cuya composición se considera un secreto empresarial) con el objetivo de desintegrar la roca y permitir que las partículas de petróleo o las burbujas de gas se desprendan de ella y puedan ser extraídas.
Algunas de las consecuencias medioambientales de este tipo de explotaciones son evidentes. La primera es la sobreexplotación de los recursos hídricos: se estima que cada perforación necesita 35.000 metros cúbicos de agua.
Pero el riesgo más alarmante es la contaminación. A esas ingentes cantidades de agua se les añade, como hemos dicho, una mezcla secreta de productos químicos (una lista presentada al Congreso de los Estados Unidos recoge 600, pero podrían ser más; análisis realizados en aguas de retorno han revelado la presencia de algunos claramente nocivos, como acrilamida, tolueno, benceno, cloroformo, xileno, butano, metano, propano, sulfatos, cromo, estroncio…).
De ese fluido, se recupera tan sólo una parte (aquí hay gran disparidad respecto a las cifras: entre el 15 y el 80%), que se almacena generalmente en balsas. Son aguas que retornan cargadas de componentes tóxicos, cancerígenos y radiactivos, y con un nivel de salinidad muy superior al del agua marina. El almacenamiento en balsas está sujeto al riesgo de desbordamiento (recordemos, en otro contexto, el caso de Aznalcóllar) y filtraciones.
Para depurar este tipo de agua contaminada no sirven los tratamientos convencionales, por lo que debería ser tratada en plantas específicas. Por otra parte, nadie sabe a ciencia cierta qué ocurre con el agua que no se recupera.
Tampoco parece posible asegurar que el agua inyectada a presión no se filtre por grietas de la propia roca y llegue a contaminar directamente los acuíferos. De hecho, hasta en la revista Investigación y Ciencia, la versión española de Scientific american, hemos podido leer que el riesgo de filtraciones parece inherente a la fracturación hidráulica. Y, después de ver los grifos en llamas de los que hablaba al principio (y, sobre todo, la abundancia de estudios que relacionan la contaminación derivada del frácking con problemas de salud para los habitantes de entorno de las explotaciones), uno se siente inclinado a tomarse muy en serio ese peligro. Particularmente, si tenemos en cuenta que las dos prospecciones que el Gobierno Vasco mantiene se hallan sobre el importantísimo acuífero de Subijana.
Existe, además, otro riesgo grave: el que relaciona el fracking con una mayor incidencia de movimientos sísmicos. Como muestra, este artículo del Durango Herald en el que se relaciona un terremoto de escala 5,3 con la inyección de 4 900 000 metros cúbicos de agua a presión en una explotación de Trinidad (Colorado):
http://durangoherald.com/article/20121204/NEWS02/121209813/0/s/Feds-linking-fracking-earthquakes
Este es sólo un ejemplo llamativo. La incidencia de terremotos de menor intensidad ha sido motivo para el cierre cautelar de varias explotaciones en el Reino Unido. La documentación sobre movimientos sísmicos y fracturación hidráulica es abundantísima.
Desde el punto de vista económico, el frácking tampoco parece estar libre de sombras. Son muchos los economistas que advierten desde hace tiempo de que en torno a esta industria puede estar creándose una burbuja que podría tener efectos tan devastadores sobre la economía global como la de las subprime.
El pasado 25 de noviembre, Hugo Morán daba en Radio Vitoria datos (aunque sin citar fuentes) según los cuales el gasto global de la industria del frácking en Estados Unidos en 2012 había sido de 40.000 millones de dólares, mientras que los beneficios obtenidos por venta de gas habrían sido de 30.000 millones, lo que supone pérdidas del 25%.
El negocio de la fracturación hidráulica parecía funcionar bien en las bolsas, pero los datos demuestran que las perspectivas de beneficio se basan en estimaciones ampliamente sobrevaloradas acerca de la rentabilidad de los yacimientos. De hecho, el rendimiento real de las explotaciones en Polonia ha revelado ser al menos siete veces inferior a lo esperado.
Por otra parte, incluso si no tomamos en cuenta los costes medioambientales, la industria del frácking es más cara y su rentabilidad es menor que la del petróleo convencional. Los beneficios de un pozo de frácking son entre cinco y diez veces menores que los de uno de petróleo. De modo que el combustible obtenido por ese método sólo resulta rentable con precios superiores a 60 dólares el barril. Y en un contexto como el actual, en el que Arabia Saudí ha decidido incrementar su producción con el consiguiente abaratamiento del crudo, la sostenibilidad económica de la fracturación hidráulica es muy cuestionable.
A este respecto, los analistas industriales Baker Hughes indican que ha habido un violento desplome en el número de pozos de gas de esquisto en funcionamiento entre noviembre de 2014 y enero de 2015 (http://reneweconomy.com.au/2015/graph-of-the-day-collapse-of-us-shale-oil-industry-76188).
A la vista de estos datos, cabe cuestionar la oportunidad de importar una técnica que ya parece estar haciendo agua en su país de origen.
Direcciones interesantes:
- Dos impresionantes recopilaciones de material en torno al fracking:
http://fracturahidraulicaenburgosno.com/impactos-del-fracking/estudios-e-informes/
- Sobre aspectos económicos:
http://www.attac.es/?s=fracking
- Documentales:
La sombra del fracking https://vimeo.com/46871495
Gasland https://vimeo.com/75524062
*Carlos López Pardo es profesor de literatura, miembro de ATTAC y de Greenpeace