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Durango
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Tertulia de sobremesa

Eukeni Bastida2

Eukeni Bastida

En el exterior de un buen restaurante de Durango, Xabier Banker espera a los dos amigos con los que se ha citado para comer. Genaro Parton y Jose Mari Casagrande.

Pantalón impecablemente planchado. Camisa azul claro también sin ningún pliegue pese a la hora que es ya, y corbata enrollada en el bolsillo de la chaqueta. Es medio día y acaba de finalizar su jornada laboral. Banker se entretiene rejaladamente, caminando de un lado hacia el otro de la acera procurando siempre pisar las mismas losas de cemento y no las rayas que las separan. Con ambas manos en los bolsillos del pantalón, ajusta la posición de sus testículos con cierta regularidad al pasar al par de un seto y quedar a resguardo de posibles miradas.

Parton y Casagrande, puntuales, llegan casualmente juntos. Se han encontrado en el camino a escasos doscientos metros del restaurante. Vienen sonrientes por la jocosa conversación que traen. Y es que en la distancia han visto a Andoni. Un conocido en común de todos ellos. Un tipo más joven, que ha evitado el saludo.

Se estrechan la mano, y hambrientos no alargan demasiado la cháchara previa al banquete. Una vez en la mesa con el menú del día de noventa euros ya elegido, hablan mientras disfrutan de un buen vino:

-Oye Banker, cuéntanos otra vez cómo jodiste tú a Andoni – le insta a hablar Parton.

-Pues la verdad es que no lo hice con mala intención -pausado sorbo de vino -, pero si le convencía para que pagase su hipoteca durante cincuenta años y en cómodas mensualidades, y además le endosaba una cláusula suelo con la que, si los tipos de interés bajaban para todo el mundo, pero no para él; la comisión que yo me llevaba era demasiado jugosa como para dejarla pasar. Se puede decir que mi intención era buena para ayudarle a tener un hogar. Además, durante la persuasión incluso llegué a ofrecerle uno de esos caramelitos de colores que tengo en un pequeño cuenco sobre mi escritorio – terminaba de narrar Banker mientras guiñaba un ojo a sus compañeros de mesa. – Y tú, Parton, ¿cómo lo hiciste?

Este, copa en mano y pecho inflado comienza a hablar con la mirada perdida en el horizonte, como el que va a narrar una gesta heroica.

-Lo hice y lo sigo haciendo. En el barco siempre llevo el látigo en la mano. Todos se sientan mirando hacia popa y cada uno sujeta con fuerza su remo. De repente yo grito ¡Andoni omoplato izquierdo! y es ahí donde con precisión quirúrgica le cae un latigazo. ¡Andoni tercera vértebra lumbar!

En la nave, la función original de Parton era la de timonel, pero nadie en el barco tenía duda de que era de latiguero donde mostraba una inequívoca vocación. Todos sabían que, cegado en el látigo, descuidaba a menudo el timón y eso había direccionado la nave hacia las rocas en más de una ocasión.

Andoni tenía la certeza de que su remada sería mucho más eficiente con la espalda intacta.

Cierto día en el que Parton tenía uno de esos días benévolos que tiene todo ser autoritario, discurría entre los remeros al tiempo que les ofrecía agua y sardinas a la vez que les estrechaba la mano uno a uno. Consciente del amplio abanico de emociones que uno puede transmitir al estrechar la mano, Andoni alargó la mano cuando le fue requerida y la dejó lánguida. Como un globo desinflado que pende de un hilo sin ninguna tensión. Acompañó a este gesto una mirada intencionadamente apagada. Esto inquietó a Parton, que palpó su cintura buscando; pero recordó que había dejado el látigo en el camarote.

-Si yo fuese blando no hubiese llegado a ser la persona que soy, y es que me he forjado a mí mismo- decía Parton dedo índice al aire mientras cataba la ensalada.

Su audiencia sabe que eso no es así. Y saben que además de haber heredado el barco, casi lo ha hecho zozobrar en varias ocasiones por sus excesos. Pero callan. Callan porque callar ante este tipo de miserias de los colegas es la piedra angulas de la camaradería de machotes. Uno puede decir “he comido con unos amigos”, destacando de ellos que uno es banquero y el otro patrón de barco; como si fuesen gentes de un status superior y así elevasen el status de uno mismo.

-Andoni no dice nada. Supongo que no se queja porque se siente en deuda contigo señor Banker, y ahora su deber es remar – de esta manera Parton termina su discurso, también con un guiño a sus amigotes.

Durante unos segundos de silencio Casagrande recibe una llamada e inicia una conversación monosilábica por su parte. Parton y Banker no han tenido la habilidad de fingir una conversación y escuchando suponen que se debe de tratar del tema de la orden de alejamiento.

Pero callan.

Una vez terminada la conversación telefónica, Parton rápido y oportuno alza la copa de vino y exclama un – ¡Por nosotros! –

Y beben.

– ¿Y tú, Casagrande? -preguntan Banker y Parton- siendo arquitecto, y aunque Andoni vive en el edificio que diseñaste, no has podido putearle demasiado ya que tú no fijas el injustificable precio de las viviendas, ¿no es así?

-Así es -comienza Casagrande -. Mi perrería es mucho más sutil, pero con carga de profundidad -esto desata la expectación de su masticadora audiencia-. Veréis. Cuando los arquitectos diseñamos un edificio, tenemos que tener en cuenta las limitaciones de espacio del terreno. El edificio debe tener una longitud, anchura y altura concretos. Es una norma no escrita el respetar la longitud y la anchura, pero hacer el tejado siempre un metro más abajo de lo estipulado. De esta manera, cada vez que los habitantes del edificio suban a los camarotes, se tienen que agachar incómodamente para poder acceder al fondo. Es en este momento cuando se sienten realmente gilipollas después de trabajar todo el día para pagar una hipoteca inmensa y llegar a casa para darse un coscorrón.

Los tres comensales, muy estirados en sus sillas y barbilla hacia arriba, sujetan a dos manos sus barrigas para no reventar mientras ríen a carcajadas.

Cuando ya están terminando el postre, Parton y Casagrande confiesan a Banker la admiración que sienten por él:

-Nos gustaría que algún día nos cuentes cómo conseguiste hacer quebrar tu negocio. Parecía imposible de hundir ya que consiste en dar cuatro pesetas a cambio de duros. Y, además, lograste pasar la factura de ese desaguisado a Andoni.

Navidad

Antes de cenar el día 24 de diciembre, Andoni y su padre suben en ascensor al camarote a por una modesta botella de vino. El padre, después de trabajar durante cuarenta años, encorvó su espalda paulatinamente y de manera evidente, cargando ladrillos y sacos de cemento en la construcción de edificios como aquel. Ahora ayuda con su escuálida pensión a pagar la hipoteca de su hijo.

Andoni lleva colgando de los labios el mismo cigarro que hace quince años dijo que iba a dejar. Sujeta la puerta del camarote mientras su padre entra a por la botella. Al estar jorobado, el padre sabe que, yendo de frente, impactará en el techo con la cabeza. Para acceder hasta la botella debe de caminar despacio y de espaldas. El hijo desde la puerta, imita con la voz el sonido de un camión marcha atrás “pi…pi…pi…”.

Ambos se miran, y ríen juntos.

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