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Teoría heliocéntrica

Rafael Hidalgo Segurola

Rafael Hidalgo

 

Ahora, cualquier niño puede repetir, aunque sea como un loro, que el Sol es el centro del sistema planetario entre los cuales se encuentra la Tierra, pero ese conocimiento ha venido sobrevenido como un escalón que sigue al anterior como sucede con las escaleras. Lo que nuestros sentidos perciben en primera instancia no ayudaron a la humanidad a dar en el clavo sobre este asunto ya que efectivamente vemos como al amanecer el Sol “sale” por el horizonte, va ganando altura y cae hasta perderse en el ocaso vespertino.

En definitiva, lo que nuestros sentidos perciben es que el Sol nos rodea en su movimiento aparentemente envolvente y no es fácil sustraerse a lo que vemos y así desde que Pitágoras intuyó en el siglo VI a.C. y Aristarco de Samos 250 años a.C. ya empezó a desarrollar la idea, tuvieron que transcurrir 1.800 años antes de que el monje polaco COPÉRNICO emitiera su teoría heliocéntrica en la que el Sol ocupaba el centro del Sistema Solar y los planetas describían círculos (la forma perfecta geométrica) alrededor del astro Rey. La mitad de ese tiempo, es decir 900 años, fue el llamado período “de oscuridad” COPÉRNICO que concibió su teoría alrededor de 1.520, la presentó mucho más tarde -1530 aproximadamente- como un simple ejercicio académico guardándola en un cajón y es que entonces, la Iglesia católica, guardiana de la cultura y poseedora de la más cerrada ortodoxia, mantenía que habiendo nacido Jesucristo, el hijo de Dios en la Tierra, esta tenía que ser necesariamente no ya el centro del Sistema Solar, sino del Universo y el que así no lo creyera y manifestara, pues a la hoguera con la prohibición expresa de no a refrescarse durante el proceso.

Para Galileo, este polaco no fue sino un resucitador de la hipótesis de Aristarco, pero de todas formas su teoría heliocéntrica ha quedado con su nombre para los restos, no obstante de que las órbitas de los planetas no son circulares – como luego demostró KEPLER –ni supo dar una explicación convincente al fenómeno del aparente retroceso de los planetas. Este personaje, KEPLER, astrónomo y matemático alemán, fue en 1.609 quién dejó en claro con sus dos primeras leyes, que los planetas orbitan al Sol formado elipses (no círculos) uno de cuyos focos es precisamente nuestra estrella llamada Sol y dos, que los planetas en su discurrir por el espacio barren áreas iguales en tiempos iguales, aumentando su velocidad de desplazamiento al acercarse al Sol y viceversa, pero al igual que el polaco se guardó muy bien de dar a su teoría mucho relieve. Por si acaso. Fijó en Mercurio, el planeta más próximo al Sol, sus observaciones donde la excentricidad del mismo es con diferencia la mayor de todos los planetas del sistema, lo que facilitó sin duda sus conclusiones.

Como la teoría heliocéntrica había quedado ya olvidada, como consecuencia de no haber sido publicitada por las razones apuntadas, GALILEO GALILEI, ese portento italiano del Renacimiento, matemático, pintor, poeta, filósofo, anatomista, astrónomo, inventor, ingeniero y físico entre otra cosas, en 1.615 volvió a sacar a la palestra la teoría heliocéntrica, esta vez sin esconderse. La Iglesia se lo tomó muy a pecho y le conminó a elegir entre la hoguera y abjurar de la idea.

Naturalmente (la carne es débil), eligió el camino de la supervivencia lo que no impidió que fuera arrestado en su domicilio hasta su muerte. Dicen que tras escuchar la sentencia del Tribunal eclesiástico, exclamó (en voz baja, claro) «E pur si muove”. La sentencia se pronunció, ¡18 años después del juicio! (así que los retrasos de la Justicia española pueden tener su origen en aquel entonces), y tuvieron que transcurrir 400 años (las cosas de la Iglesia van despacio) para que el Papa Juan Pablo III diera la razón al italiano pidiéndole perdón por la tropelía cometida con él.

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