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Somos porque fuimos (4/4)

RAFAEL HIDALGO

Para vergüenza y oprobio de todos aquellos patrones nacionales y extranjeros que hasta los tiempos de la fundación de Agruminsa explotaron en régimen de cuasi esclavitud a lo mineros hagamos una breve síntesis de sus desmanes. Vinieron los trabajadores de toda la península, sobre todo de las provincias más cercanas y de las que tenían más necesidades de emigración. Vinieron a lo que parecía para ellos la industria minera bizkaina una especie de El Dorado. De Galicia, Asturias, Cantabria, Palencia, Burgos, Zamora, Salamanca, Extremadura, etc. Las explotaciones demandaban gran cantidad de mano de obra ya que en un principio las minas eran explotadas a cielo abierto y por la escasa mecanización de las mismas, que fue aumentando paulatinamente, hacía que el rendimiento medido en toneladas / hombre fuera muy bajo. De ahí que la actividad fuera intensiva en mano de obra. Las condiciones de trabajo, educación, alojamiento, alimentación y sanitarias que tenían aquellos trabajadores hoy las consideraríamos infrahumanas. Jornadas de trabajo de 12 horas 6 días a la semana, en muchos casos a la intemperie y con ropa inadecuada en un clima como el nuestro, viviendo en barracones, hacinados como bestias, con enfermedades oportunistas que aprovechaban la mala nutrición y las condiciones higiénicas lamentables, alta siniestralidad, salarios escasos que se cobraban al mes, pero siempre con retraso, lo que les llevaba a comprar en los economatos o cantinas – cedidos en régimen de monopolio por los patronos al comerciante (que solían ser los capataces de las minas) de turno por el que pagaban un canon anual – a fiado, con precios que superaban los del comercio de Bilbao hasta en un 40%, con lo cual los empresarios estrujaban hasta el limón de los economatos. A esta irregularidad había que añadir las que se cometían en calidad, pesos y medidas. Aunque como consecuencia de la huelga de 1.890 desaparecieron oficialmente las cantinas obligatorias, los capataces se las ingeniaban para que de facto el sistema siguiera funcionando a su plena satisfacción. A este respecto Julián Zugazagoitia concejal socialista del Ayto. de Bilbao, y posterior Ministro de Gobernación del Gobierno de la República, exiliado en París tras nuestra guerra civil, que fue capturado por la Gestapo, deportado a España y fusilado por rebelde, dijo en 1.890 acerca de las condiciones de vida de los mineros lo siguiente :

“Los mineros no tenían casa; se albergaban en barracones o como pupilos en casa de los capataces, en cubiles que hasta los cerdos rechazarían; comían o se surtían de géneros averiados y podridos de la cantina a precios abusivos”. Es decir, la zona minera, sobre todo la de Triano, se convirtió en el sumidero donde iban a parar finalmente los alimentos rechazados, incluso por la Dirección de Sanidad. Un ejemplo ilustra esta afirmación. Ese organismo rechazó una partida en el puerto de Bilbao, 2.660 kg de bacalao y 120 cajas de tocino que se hallaban en estado de putrefacción. Pues bien, esas partidas acabaron en la zona de Triano como alimentos saludables. La alimentación básica se componía por otra parte de alubias, garbanzos y habas, con una ínfima cantidad de tocino americano. Todo ello a un precio desorbitado, como antes ha quedado dicho, ya que el gasto diario en alimentación era de 3,5 a 4 reales en tanto que los salarios diarios oscilaban entre un mínimo de 10 reales y un máximo de 17.

Los patrones mineros se defendían a fondo de estas acusaciones negando la veracidad de las mismas. Así un patrón minero local llamado Alonso Allende, a la vez concejal del Ayto. de Bilbao, manifestó en un pleno algo que explica por sí solo la general postura de la patronal minera bizkaina. “Los patrones mineros no explotan a los obreros, al contrario, lo que hacen es darles de comer”. En un intento de modificar ese estado de cosas que venía sucediendo desde 1.876, los mineros promovieron varias huelgas, que fueron sonadas, en los años 1890, 1903 y 1906, huelgas que fueron promovidas por la Agrupación Socialista de Bilbao, fundada por Facundo Perezagua en 1860.

La huelga del 1903 fue convocada porque algunos acuerdos alcanzados en la de 1890, trece años antes, no habían sido cumplidos. Acerca de esa huelga convocada en agosto, el Teniente General de la zona norte, Teniente General Zappico emitió un bando que se condensaba en cuatro puntos:

1º. Los trabajadores deberán acudir al trabajo el 2 de noviembre.

2º. Desde el 1º de enero de 1904 el pago de los jornales se efectuará por semanas vencidas.

3º. Por ningún concepto se obligará a los obreros a que duerman en locales determinados, ni tampoco serán obligados ni directa ni indirectamente a proveerse en tiendas fijas.

4º. La Junta de Higiene de la provincia ejercerá la más exquisita vigilancia para que se expendan en las tiendas y cantinas productos en condiciones, es decir, que no estén averiados ni en malas condiciones. Espero de la sensatez y cordura de todos los obreros y de la ilustración y patriotismo de los patrones que los precedentes acuerdos sean cumplidos y observados en todos sus puntos.

Bilbao, 31 de octubre de 1903

El contenido del bando muestra, por si no estuviera clara, cuál era la actitud de los patrones que ya por entonces se hacían construir mansiones como la de Lezama Leguizamón en Neguri en la que servían a la familia 35 empleados de servicio.

El laudo-bando, se comenta por sí solo, pero vale la pena recalcar en resumen lo que se decía:

– Los mineros cobrarán a la semana, con lo que la tesorería de salarios devengados y no cobrados de las empresas dejaba de nutrirse de los trabajadores, amén de que con ese sistema podrían comprar al contado.

– Dormirán donde quieran y comprarán donde les parezca.- La calidad de los productos alimenticios será controlada por las autoridades sanitarias.

Con ese bando, por lo menos de forma teórica, acababa el régimen de esclavitud que había reinado en la minería desde el inicio en 1.876 del desarrollo industrial de la misma.

Siguiendo con este tema de la mejora de las condiciones de los trabajadores, 7 años después, en 1.910, con fecha 27 de diciembre (por un poco el bando pudo interpretarse como una inocentada), se emitió una ley mediante la cual quedaba limitada la jornada de trabajo a 9 horas, con lo que es de suponer que las horas semanales ascenderían a 54 y si tenían un semana de vacaciones, las horas trabajadas al año se acercarían a las 2.600.

Es de hacer notar que estas mejoras de las condiciones laborales de los mineros venían impuestas por el Gobierno central, siendo el Ejército el brazo ejecutor. La patronal y los mineros no firmaban pactos, quizás porque los sindicatos que pudieran representar a estos últimos no existieron, como ha quedado dicho, hasta 1914.

En resumen, habiendo repasado las condiciones sociales y laborales que tenían los mineros, cuesta pensar cuales serían en sus lugares de origen la de los inmigrantes que llegaron a Bizkaia a la que por entonces se tenía como “La California del hierro”, según feliz definición del historiador Manu Montero. El número de personas ocupadas en la minería alcanzó su cenit en el quinquenio 1896- 1901 en el que fueron 11.000, cifra que comparada con la de los habitantes de las zonas mineras era realmente importante.

A partir de ahí las personas ocupadas disminuyeron gradualmente como consecuencia tanto de la disminución de producción como de las importantes mejoras de productividad que se iban obteniendo, hasta llegar en su etapa final con Agruminsa a 500 trabajadores.

Fin de la historia y si les ha servido para conocer un poco más nuestros inmediatos orígenes, pues me alegraré un montón y en esa idea me despido deseando que sean moderadamente felices, con la recomendación de que «no olviden a todos esos trabajadores que fueron tratados como esclavos a los cuales debemos en gran parte lo que hoy somos «.

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