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Slow Food y Quincena Musical de Durango

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Alfredo Sanz

Cuando nos hablan del consumidor compulsivo, tenemos por costumbre imaginar a un individuo o individua, en peregrinación permanente tienda tras tienda, castigando sin piedad su tarjeta de crédito, comprando cualquier cosa aquí o allí, de forma desbocada, desordenada, sin criterio, sin necesidad ninguna, tan obstinado/a en gastar que le da lo mismo adquirir unas chancletas en diciembre,  un abrigo de plumas en julio, un juego de tazas para zurdos, un jamonero de diseño, un chaleco de goretex o un juego de cuchillos de porcelana para recortar el bigote de las gambas.

Sin embargo, el concepto “compulsivo” no se refiere exclusivamente al hecho de comprar. Se puede decir que es extensible a otros muchos ámbitos de la vida. ¿Ejemplos? No hay más que ver a buena parte de la chavalería los fines de semana, saliendo del supermercado con sus bolsas de plástico llenas de botellas de contenidos diversos, no siempre refrescantes, listas para ser ingeridas en un espacio de dos o tres horas;  o la forma en que nos relacionamos y organizamos nuestra vida social, amigos, familia, prácticamente concentrada en el viernes y el sábado; las vacaciones en la playa son otro ejemplo, horas a destajo tumbados a pleno sol, sin perder un minuto, hay que aprovechar, porque a la vuelta nos espera irremediablemente un tiempo frío, lluvioso, horrible y… como no, el ejemplo de los ejemplos,  las siempre esperadas Navidades, época en que la ingesta de calorías es magnánima y única.

No me resisto, en este sentido, a hacer mención especial al fenómeno langostino: parece como si el resto del año tan estimado marisco, no estuviera disponible en las pescaderías y nos empeñamos en engullir sin piedad el 95% del cupo anual en estas dos semanas de desenfreno.

Pero, antes de hablar de consumo y música, que es mi ámbito de trabajo, una reflexión respecto a la Cultura en general y nuestra forma de acercarnos a ella: parece claro que la oferta cultural actual, esta organizada también, en buena medida, para ser consumida  en ocasiones de forma compulsiva.

Me autoargumento de nuevo con ejemplos: mirar los calendarios del Zinemaldia de Donostia, Festival de Cortos de Bilbao, Festival Teatro Clásico de Mérida, Festival de Teatro y Danza de Bilbao, Euskal Encounter… La música, por supuesto, como otro elemento cultural más,  no es ajena a  esta dinámica de mucho en poco tiempo.

Y cuando digo música me refiero a cualquier estilo, sin señalar a nadie en concreto. En el ámbito del pop/rock tenemos referentes claros, BBK Live, Azkena Rock…, en el ámbito del jazz, Festival de Getxo, Vitoria y Donosti Heineken y, en la música clásica, el Musika-Musika de Bilbao, la Quincena Musical Donostiarra o el Festival de Verano de Santander, por citar algunos en un radio aproximado de 150 kilómetros.

Señalar como dato que, de los eventos apuntados, excepto el Musika-Música, todos se programan entre los meses de julio y agosto. En el supuesto de que alguien muy aficionado a la música en general, se propusiera asistir a algunos de los conciertos de cada festival en cuestión, le podría suceder como a los turistas japoneses que se acercan a París o Madrid  con intención de visitar en cuatro días los museos de la ciudad: Colapso mental, síndrome del turista estresado y regreso precipitado a Tokio.

Por supuesto, la idea o filosofía que mueve estos comportamientos (tanto el del botellón como el del asistente al Jazzaldia Heineken de Donostia o el japonés de turno) es el mismo y se resume en “mucho (de lo que sea) en poco tiempo”. Es normal, llevamos una vida Starlux, concentrada, densa. Entre el trabajo, los estudios, la familia y la intendencia doméstica, no nos queda mucho tiempo en el día a día para el esparcimiento, para nuestras aficiones o para el vagueo en general. Así que cuando disponemos de un rato largo, una jornada libre, o días de vacaciones, nos damos un atracón de lo que nos gusta.

¿Qué pinta, pues, entre este tipo de propuestas culturales y hábitos de consumo, un evento como la Quincena de Durango que presenta cuatro (o cinco) conciertos a lo largo de mes y medio o incluso dos meses largos?

Los amantes de la buena cocina, de la comida rica, saludable, bien elaborada, los amantes de la Gastronomía con mayúsculas recelan e incluso huyen de las propuestas culinarias histriónicas, de los platos exagerados en calorías y cantidad, de los atracones rápidos y baratos, del empacho seguro.

El Concepto Quincena, musicalmente, refiere en un primer golpe, a empacho (de conciertos) pero, actualmente, solo es un nombre o etiqueta que respetamos de antaño; no presupone en absoluto una filosofía de programación ni un periodo de tiempo real para consumir algo.

Del mismo modo que no se nos ocurriría ir de alubiada con los amigos tres días seguidos, tampoco nos parece recomendable atiborrarnos a conciertos durante dos semanas o el espacio de tiempo que sea. El año occidental cuenta 52 semanas.

Nos parece más interesante disponer de varias semanas o días, razonablemente secuenciados y distanciados en el calendario, para presentar una programación permanente e interesante de música clásica, o pop, o jazz… o cultura en general, una propuesta que no tenga como objetivo primero la cantidad ni la inmediatez, sino que se pueda masticar sin prisas, con ganas y tiempo, una propuesta que garantice todas las trazas de calidad, que este bien elaborada con buen producto y nos resulte sabrosa a todos.

* Alfredo Sanz es músico

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