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¿Quién ama a la Policía Foral?

Jose MAri Esparza

Jose Mari Esparza

· Jose Mari Esparza Zabalegi es editor

La Policía, y el Ejército en última instancia, es el guardián del orden establecido. Si el orden social y político es justo, la policía tendrá un rostro afable y, con el tiempo, se irá haciendo innecesaria. Pero si el orden social se basa en la acumulación de una minoría, en las desigualdades, en los desahucios, en la corrupción, en cerrar fronteras, en reprimir rebeldías con leyes mordazas, la policía tendrá rostro de doberman. De Can Cerbero. Basta recordar la estela de simpatías y afecto social que los grises, los secretas y los guardiaciviles dejaron en esta tierra desde el inicio de franquismo.

Por eso, la Navarra que quería acabar con la dictadura y que hoy afortunadamente está representada en el Gobierno de cambio, fue la primera en reivindicar la Policía Foral. Una policía “nuestra”, respetada, que representara un orden más justo, con mayor igualdad social, defensora de la soberanía que emanaba de los antiguos fueros.

La derecha navarra fue abandonando las competencias de nuestra policía autónoma. En los años 60 nos quitaron incluso las de tráfico, incrementando los ingresos del Estado y el incordio de los navarros. La dejaron convertida en poco más que en una Policía Floral, para abrir y cerrar las puertas de la Diputación. Fuimos precisamente los rupturistas con el régimen anterior, los rojoseparatistas, quienes exigimos sus competencias plenas.

La muerte de Germán, en los sanfermines del 78,  hizo casi unánime el grito del “¡Que se vayan! Al año siguiente, tras la muerte del Gladys en Tudela, casi un centenar de Ayuntamientos navarros se reunieron en Tafalla, en la primera asamblea municipalista desde los años 30, y exigieron competencias para “dar paso a unas nuevas fuerzas de orden dependientes exclusivamente de las instituciones forales y reducir al máximo, mientras se produce esa sustitución, la presencia de las Fuerzas de Orden Público”. Aquellas peleas, sin duda, ayudaron a que al final solo tres comunidades autónomas, Catalunya, CAV y Navarra, pudieran desarrollar una policía autónoma que mereciese ese nombre. Los mil forales que hoy tanto protestan deberían conocer mejor su génesis.

Mientras, los constitucionalistas españoles seguían prefiriendo una policía floral. En el fondo, lo que aman son los grises y los tricornios. No es casualidad que cuando Rodolfo Ares y Roberto Jiménez, ambos del PSOE, ocupaban las respectivas consejerías de Interior decidieran al unísono quitar las txapelas a forales y ertzainas, para que se parecieran más a la policía española que a nuestros abuelos. Para que se perdieran las referencias de una policía propia y cercana, armada con la mejor escopeta a la que puede aspirar un policía: el apoyo de su pueblo.

Hoy día, los del régimen anterior siguen sin amar a la Policía Foral. En este momento hay en Navarra 7 policías por cada mil habitantes cuando en Europa la media es del 3,6 y del 4,5 en el Estado. Amén de aguantar la saturación cuartelera, la pagamos doblemente: la nuestra y la española vía cupo. En esta nueva y más distendida etapa política, esa policía que sobra es obvio que no es la foral. Y cuando los constitucionalistas insisten en que no van a reducir policías españoles, nos están amenazando con dos cosas: que vamos a seguir pagando el doble que en Europa y que la policía foral no va a crecer.

De hecho, desde el 2009 el viejo régimen no había convocado oferta pública de empleo ni demandado nuevas competencias. Y ha tenido que ser el nuevo Gobierno quien lo haya hecho. Eso sí, ellos han tratado a nuestra Policía Foral como un mal padre, dando golosinas a un hijo pequeño y gordo que solo medra a lo ancho, sin crecer ni madurar; sin aumentar responsabilidades; sin dejar de ser un apéndice folclórico de la Benemérita y de Madrid. Y entre esas golosinas, incomprensibles para la sociedad navarra digan lo que digan algunos sindicatos peseteriles, está el que tengan 18 días más de vacaciones por estar en forma, obligación que, sin tanta prebenda, tienen todos los trabajadores y trabajadoras que quieran mantener su puesto de trabajo o su negocio. Como es una golosina dañina que trabajen de media 2,8 días a la semana. Son agravios comparativos. Michelines. Defender esas diferencias con el resto de trabajadores y funcionarios no es sindicalismo sino clasismo. Y no queremos una policía cebada y cebona, que dé mala imagen y se distancie de la sociedad que la sostiene y a la que debe servir.

Unos padres que amen realmente a sus hijos no los alimentan con golosinas, sino con austeridad, con formación y altura de miras, inyectándoles vocación social, dándoles responsabilidades, ergo, competencias. Haciéndoles más forales, más autóctonos, más queridos, como una parte más de la sociedad que queremos transformar, donde la policía sea solo un paisano más, celador de la alegría popular; alguacil de nuestras carreteras; sereno de nuestros sueños; guarda de nuestro patrimonio comunal.

Por eso los policías forales sí tienen quién les ame. Y además en exclusiva. Somos los mismos que en los años 70; es el actual Gobierno de Navarra y sobre todo la abnegada consejera Mari Jose Beaumont. Ya vale de golosinas. Ahora son ellos quienes tienen que saber elegir entre crecer o engordar.

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