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El primer día de escuela

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Jon Fernández

· Psicoterapéuta

 “Un bebé solo, eso no existe; existe el bebé y alguien más” (D. W. Winnicott, 1963)

Cuando los humanos venimos al mundo, lo hacemos absolutamente vendidos. Si no recibimos los cuidados necesarios pronto, nuestro tiempo en la tierra será muy corto. Necesitamos, desde los primeros segundos de nuestra existencia, un hábitat seguro que organice nuestro cerebro y nos proporcione calor, alimento, protección e interacción. Ese hábitat se personifica en los mamíferos, del mismo modo que en nosotros, en lo que  llamamos “madre”.

Sabemos que el contacto piel con piel entre el recién nacido y su madre instantes después del nacimiento ayuda al bebé a controlar su temperatura corporal, los niveles de energía y glucosa, equilibra los niveles de ácido-base, regula la respiración y el llanto y desencadena las maniobras de búsqueda de alimento. Es como si el contacto con otro ser humano transmitiera al bebé el mensaje de “estás a salvo, comienza a vivir”.

Para que al bebé no le falte atención, la naturaleza se asegura de unirlo a sus cuidadores mediante un vínculo afectivo que será literalmente el que determinará el éxito de su supervivencia. Nosotros los humanos, tenemos un periodo de dependencia muy largo comparado con otros mamíferos, pero que es vital para aprender a satisfacer las necesidades corporales y psicológicas con las que más adelante nos encontraremos en nuestra vida.

Tan importante es este vínculo que cuando los padres tienen que separarse, aunque sea momentáneamente, de sus hijos e hijas, se disparan todas las alarmas internas. Y precisamente esto es lo que podemos ver y sentir con la reciente vuelta de las vacaciones.

Fuera del hábitat 

Durante los meses de verano, muchos niños y niñas han vuelto a este entorno seguro. Se han reencontrado con el hogar, con los padres, con los cuidados y ahora toca separarse de nuevo. ¡O puede que por primera vez! Algunos niños tienen miedo, protestan y lloran para intentar llamar la atención de sus padres y madres y ser devueltos al medio conocido. Es normal, es esperable, y no hay que asustarse. Con el paso de los días, el colegio se convertirá en un entorno seguro más y su autoestima se verá reforzada por haber conquistado nuevos territorios.

·En la elasticidad está la clave: el amor elástico

Pero no solo los más pequeños sufren estos días, también lo hacen los padres y madres.  Y es que probablemente estos meses lo hayan pasado bien, estrechando el vínculo con sus hijas e hijos. Por eso, ahora cuesta separarse y dejarlos ir. Pero no queremos un vínculo rígido y estrecho, no queremos una soga que ate nuestro hijo o hija a a nosotros. Queremos más bien una goma como la que usan sobre todo las niñas para saltar y jugar. Algo elástico, que cede para regalar espacio y crecimiento y que se acorta para cuando necesitamos proporcionarnos intimidad y cuidados.

El vínculo más fuerte es el vínculo elástico, el que, a pesar del inevitable dolor de las separaciones no se aferra y confía. Confía en que el amor construido es mucho más poderoso que las idas y venidas de la vida. Quizás se entienda mejor con un ejemplo: ¿Saben por qué a pesar de los continuos terremotos que sufre Japón, sus rascacielos de hasta 25 pisos no se caen? Pues según los arquitectos “el objetivo es que el edificio se balancee pero no se derrumbe. Por lo que “deben ser estructuras flexibles, que admitan cierto grado de deformación, que puedan vibrar e incluso desplazarse ligeramente“.

Hay padres y madres, que de una forma muy comprensible y humana, cuando sienten alejarse a sus hijas o hijos, los atan más en corto. Tensan la cuerda y nunca les dejan ir del todo. Parecen no ser conscientes de que las estructuras más rígidas son las más débiles.

 

Puedes contactar con Jon Fernández: jonferpsi@gmail.com

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Primer día de colegio. Leave and live

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