Palencia, esa desconocida
Rafa Hidalgo
En muchas ocasiones cuando se trata de conocer paisajes, monumentos, gentes, países, construcciones singulares y culturas no tan próximas a nosotros recurrimos a lugares lejanos e incluso exóticos como, las cataratas de Iguazú, el canal de Magallanes, la Torre Eiffel, la Tower Bridge, los inuit, los keniatas, Angola, Singapur, el canal de Kiel, las pirámides de Egipto, las culturas mayas y las aztecas…. viajes que sin duda nos culturizan e incluso nos da una pátina de cosmopolitismo, olvidando que mucho más cerca tenemos auténtica joyas.
Tal es el caso de la provincia de Palencia, tan bien comunicada como mal conocida, a 250 kilómetros de Bilbao, que es poseedora de la mayor concentración de monumentos románicos de Europa y una obra civil, el canal de Castilla que es digno de admiración, amén de una realidad ignorada y si a eso sumamos la variedad de su paisaje con su zona norte montañosa, su legendaria Tierra de Campos, sus numerosos pueblos «macizos», la amabilidad de sus gentes y el buen yantar, yo que ustedes. estaría viendo cuando se produce el siguiente puente vacacional y en el ínterin me pondría a estudiar Palencia.
Háganme caso, abandonen su proyecto de viajar a la Riviera Maya, por ejemplo y tomen rumbo a Palencia. Dentro de los casi 60 construcciones románicas con las que cuenta la provincia, ninguna de ellas despreciable, existen sin embargo una serie de ellas cuya visita es altamente recomendable, cuales son: Frómista, Moarve de Ojeda, Monasterio de San Andrés de Arroyo, Monasterio de Zoilo, Colegiata de San Salvador de Cantamuda, la villas romanas de Saldaña y Quintanilla de la Cueza.
En lo que se refiere a los pueblos «macizos» a los que hacía referencia existen no menos de 20 de ellos que bien merecen una visita y no me resisto a nombrar algunos de ellos. Cervera del Pisuerga, Aguilar de Campoó, Amusco, Astudillo, Carrión de los Condes, Frómista, Boadilla del Camino, Támara, Villalcázar de Sirga, Herrera del Pisuerga, Saldaña, Osorno, Villalón de Campos…
Y qué decir del Canal de Castilla, que nació con la idea de ser una vía de navegación que uniera Valladolid con Santander para a través de ella acercar al puerto de esta última, cereales, lanas y aceite para su exportación vía marítima a Europa. Se comenzó a construir, -háganme el favor de poner cara de asombro-, en 1.753 -fecha en que la dinamita estaba lejos de ser inventada por Nobel-. Tiene una longitud de 207 kilómetros y discurre entre los dos ramales que comienzan en Valladolid y Medina de Río Seco y acaba al norte en Alar del Rey.
En su recorrido hay 23 esclusas para salvar la diferencia de nivel entre el comienzo y final de su trazado y en la que está próxima a Frómista tuve que emplear un paraguas amarillo que siempre llevo en el coche porque una junta de la citada esclusa perdía agua a raudales y me estaba poniendo tibio.
Las barcazas se movían con mulas que recorrían el camino de sirga y en sus orillas se construyeron, batanes, molinos de harina, almacenes, talleres de reparación… Su utilización comercial duró 100 años ya que la falta de fondos para prolongar su trazado y la aparición del ferrocarril acabaron con el objeto iniciático del proyecto. Hoy se utiliza como aguas para riego de una extensa zona y recientemente se ha puesto en marcha una iniciativa turística de un paseo en barco en Támara de Campos.
Por si fuera poco lo antedicho resulta que por la provincia, entre Itero de la Vega y Moratinos, a través de unos 65 kilómetros discurre el Camino francés de Santiago, camino que si no lo han hecho y tienen ganas y capacidades para hacerlo les recomiendo vivamente que no dejen de realizarlo por ser una experiencia única.
Una última curiosidad. Si son ajenos a las cosas de la mar, San Telmo no les sonará para nada, pero me apresuro a decirles que es el patrón de los marineros y que nació –quién lo iba a decir- en Frómista a unos 120 kilómetros de la costa más próxima en línea recta.