Mentalmente sano, con certificado
Vicente Carrasco ‘Bixen’
Un psiquiatra me ha dicho que estoy sano. Que desde un punto de vista psiquiátrico estoy perfectamente sano. Me lo dijo hace tres semanas y me lo ha repetido hoy. Vamos, que he llegado a casa y con la cena me he echado un pote y todo. Rioja Alavesa. No es para menos, ¿no?
Eso me dijo hace tres semanas y eso me ha dicho hoy, que hemos tenido una segunda consulta. Yo creo que para asegurarse de que la vez anterior no le conté la pena de Murcia. He llegado bastante tarde (y no ha sido culpa mía) pero él tampoco tenía hoy un setter irlandés en la consulta, así que lo uno por lo otro. Los emigrantes (no sé si esto afecta solo a los “expats”, a los inmigrantes o a las dos categorías combinadas) parece que ser que tenemos un 30% más de probabilidades de desarrollar enfermedades mentales que la población autóctona, así que no es mi primera visita a un profesional de la salud mental en Suecia. Ni antes de Suecia.
La primera vez fue cuando tenía 17 años y una cresta. Era tan joven que me afeitaba los lados de la cabeza y paraba un poco más abajo de las orejas porque no me salía la barba todavía. Me mandó mi madre a que me miraran la cabeza porque para ella lo de la cresta era síntoma inequívoco de que estaba loco. “Guillao” empezó diciendo que estaba. Luego ya loco directamente. La psiquiatra que me vio resulta que en sus años mozos había sido hippy y había vivido en una comuna en Ibiza, así que me trató muy bien. Me dijo que me iba a ver una temporada para que mi madre me dejara en paz (cosa que no sucedió, claro) pero que no estaba loco ni mucho menos; y que no le iba a decir nada a mi madre, porque si a ella le saliera una hija que quisiera entrar en el Opus y trabajar en un banco también pensaría que se había vuelto loca y cualquiera que le dijera que no lo estaba pasaría a formar parte del pérfido enemigo que la tenía en sus garras. Total, que no y que no. Que no le dijo nada a mi madre.
El caso es que le he pedido al psiquiatra que me ponga por escrito que desde un punto de vista psiquiátrico estoy bien.
– ¿Y para qué lo quieres? Me ha preguntado.
– Para ponerlo en la pared.
Casi le intento explicar que según arranca Galeano “El libro de los abrazos” recordar viene del latín re-cordis y significa volver a pasar por el corazón, pero no transcurriendo la conversación en una lengua romance también era meterse en jardines para el poco tiempo que teníamos, así que he ido al grano. Le he tenido que reconocer que lo decía en broma pero no, las dos cosas a la vez. Me parece que hoy le ha costado no reírse en el trabajo, algo que muchos suecos consideran anatema por equivaler a poco profesional. A Rolex o a setas. En el trabajo suele ser a Rolex. Y más un psiquiatra, claro. Un tío que te atiende con una caja de pañuelos de papel entre él y tú, pero más cerca de ti que de él por si te arrancas con la llantina, en el trabajo se reirá poco.
Me ha reconocido que es muy raro que un psiquiatra de su brazo a torcer y le diga a un paciente que no puede encontrarle nada de nada. Parecen tener todos esa actitud de “malo será que no….” que he visto por ejemplo en seteros metiéndose en rincones imposibles, hasta peligrosos, por seguir con el ambiente otoñal. Claro que conozco el caso de una mujer a la que su terapeuta le dijo que no podía seguir atendiéndola y no le quiso dar más explicación. También tienen derecho a que les caiga mal alguien y digan “mira, es que ni te voy a recomendar a nadie, echa a andar y no pares”. Pero no nos desviemos, que esa es otra historia.
Me ha dicho que hay que tener en cuenta el año que he tenido, mucho peor que el que ha tenido la mayoría de la gente con la pandemia y todo lo demás (eso es de su cosecha, que aunque tenga parte de razón también es posible que que se haya pasado dos glaciares). Me ha dicho que estoy un momento vital muy bueno y las cosas que puedo controlar las tengo en su sitio. Para las que no, he mantenido la disciplina personal, incluso la he reforzado y tengo un plan sólido y flexible. No se puede pedir más.
A lo que iban con Galeano es que quien más y quien menos tiene en la pared de casa, del trabajo o en las del recuerdo, que cabe más, una foto de un sitio donde han sido pobres y felices, un sitio donde tuvo hambre, frío, cansancio o ampollas pero qué bien, qué día fue aquél, qué festival, qué viaje, cuánto nos queríamos, cómo pudimos salir de comer a las siete de la tarde y cenar después, me agarraba de la mano y se me escurrían las gafas, desde ese día me gusta el frío glacial, no he vuelto a comer ese plato desde que nos faltas. Yo quiero poner en esa pared un papel que diga que en un cierto momento, en las circunstancias que concurrieron sobre todo antes pero incluso durante ese periodo, a pesar de los pesares, hubiera zambomba o cazú, un psiquiatra en un barrio muy fino no pudo ponerme peros a nada desde un punto de vista psiquiátrico y me lo dejó escrito.
Igual que alguna vez, más de una, no me he creído ni la mitad de lo que me decían, también esta vez tengo que tomarme con un poco de distancia el no-diagnóstico. Pero a nadie le amarga un dulce.