Maya Angelou: El Sueño y La Esperanza de los Esclavos
Estela Rey
Las palabras se las lleva el viento cuando las promesas quiebran, y golpean sin piedad cuando van cargadas de daño. Palabras que jamás se olvidan y resuenan en nuestra mente como si fueran recién pronunciadas, o las que nunca se dijeron por temor quedando prisioneras en una jaula dorada donde guardamos nuestro corazón asustado. Palabras que, a millares, valen menos que una buena captura de cámara. Palabras. Maya Angelou conocía muy bien el poder que residía en ellas.
Para Maya, una niña del sur de los Estados Unidos, cuya vida contó hilando sabiamente las palabras hasta convertirlas en poesía y canción, la voz se apagó durante cinco largos años de su infancia entre California y Arkansas. Temió que ésta pudiera resultar en la muerte de alguien cercano, como ocurrió al hombre que le arrebató su inocencia de la manera más cruel a la edad de 7 años.
El trauma sufrido por la violación la llevó a convencerse de que sus palabras mataban, guardando mutismo hasta que una maestra supo cómo alentarla con su nueva inquietud: la poesía. «Si realmente te gusta la poesía, debes oírla, decirla», le aseguraba. Y así comenzó a romper el silencio de un lustro durante el cual devoró y memorizó sonetos de Shakespeare, novelas rusas, la obra completa de Edgar Allan Poe, y otros. Cuando pudo desnudar su voz, ya tenía mucho que decir.
Su vida resultó en un intenso viaje en tren sin descanso en el que fue madre soltera a los 16, cantó calipso, recitó, bailó, fue actriz, e incluso la primera mujer negra que condujo un tranvía en la ciudad de San Francisco. Sobre todo, Maya sobrevivió con dificultad – y gran dignidad – a la humillación del segregacionismo, a las «cicatrices» imborrables de ser negra en un mundo de blancos que la miraban en un autobús «como si hubiera robado la leche de sus bebés».
Sentía las miradas de desprecio al caminar por la zona blanca de su pueblo, pero alzaba la cabeza y apretaba los dientes para proseguir con su camino. Y así lo hizo hasta su muerte en 2014, reconociendo el dolor desgarrador de sus antepasados esclavos, encarcelados en las costas africanas esperando a los barcos que los separarían de sus familias para siempre.
Su fortaleza de espíritu la llevó a seguir la trayectoria y la lucha de Malcolm X y Martin Luther King, cuyas muertes la hicieron temblar de tristeza. Pero allí siguió, en pie, con su presencia y elegancia cautivadoras, regalando palabras bañadas de esperanza por un mundo mejor. Como ella afirmó una vez: «tenemos la posibilidad de ayudar a hacer el sendero más recto para los que están por venir».
Maya sintió y articuló su perdón sincero ante el público blanco, y decidió sanar sus heridas profesando amor a su gente, creando vínculos de hermandad y confiando en el máximo potencial de las personas. La vida es una lucha, como decía. El rechazo, el prejuicio racial, una infancia de constantes cambios y marcada por el Ku Klux Klan, el trauma de la violación, etc., imprimen huellas en el carácter, pero esta bellísima mujer supo valerse de la escritura para sanarse.
Su hermano mayor desde niño la animaba a leer, a estudiar, a «llenar su cerebro» de conocimiento. Tal mensaje fue inculcado por ella en sus visitas a las escuelas del país décadas más tarde. Su capacidad de observación y su humanidad la ayudaron a convertir sus cicatrices en signos de fortaleza, regalando versos de enorme calado. No iba a quedarse llorando su pena a oscuras; en la oscuridad de la habitación, «encendería una cerilla».
STILL I RISE
(…)
Puedes dispararme con tus palabras,
puedes herirme con tus ojos,
puedes matarme con tu odio,
y aún así, como el aire, yo me levanto.
¿Mi sensualidad te molesta?
¿Surge como una sorpresa
que yo baile como si tuviera diamantes
ahí, donde se encuentran mis muslos?
De las barracas de la vergüenza de la historia,
yo me levanto.
Desde el pasado enraizado en dolor,
yo me levanto.
Soy un océano negro, amplio e inquieto,
manando,
me extiendo, sobre la marea,
dejando atrás noches de temor, de terror.
Me levanto,
a un amanecer maravillosamente claro,
me levanto,
brindado los regalos, legados por mis ancestros.
Yo soy el sueño y la esperanza del esclavo.
Me levanto.
Me levanto.
Me levanto.