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Un martes por la tarde

Eukeni Bastida2

Eukeni Bastida

La crueldad y el sadismo humano no tienen límites. Tú sabes que lo que más desea un niño es crecer y hacerse mayor, y no dudarás en atacar esa debilidad a la menor ocasión.

Un martes por la tarde, caminando hacia casa en una oscura tarde, mientras avanzáis por la acera esquivando paraguas comunicas a tu hijo que esa noche cenareis algo especial, al tiempo que das un aire solemne a tus palabras. Al llegar pelas, cortas, troceas, cueces… La cocina no es lo tuyo, y aunque le pones empeño, estás a años luz de parecerte a Argiñano.

Una vez en la mesa, a ojos del niño, el puré que le has puesto delante es lo más parecido a una mierda de vaca que ha visto en su vida. Aunque de color naranja, algo más caliente y emplatada.

Ante las repetidas muecas, gestos de descontento y críticas letales hacia tu trabajo, decides actuar y putear al crío pulsando el botón nuclear.

-Si no te lo comes todo, no vas a crecer-, le jodes a cara de perro mientras le apuntas con el dedo índice.

Además le comentas que mañana y pasado cenareis lo mismo. De color verde mañana, y blanquecino pasado mañana. Por tu parte, destacar el tema cromático denota ensañamiento.

Crees que la mirada de rabia del crío mientras se muerde el labio inferior es una simple pataleta infantil. Realmente, te está imaginando arder en el infierno.

Cuarenta años después, un buen día tu hijo te comunica que irás de vacaciones una temporada. Nada más decírtelo, saltas de tu mecedora y haces la maleta tan rápido como puedes. Entre los últimos preparativos antes de salir de casa, vas al baño y le hechas un buen chorretón de Algasiv a tu dentadura y te la pegas en su sitio. “Ese mejunje es el cojonudo”, te recomendó tu amigo Fermín. Hasta entonces usabas Kukident los fines de semana y Corega Ultra entre semana. Nunca el Corega que no es ultra, es más económico sí; pero el sabor que desprende es tan desagradable que anula el pensamiento. Aún recuerdas cuando eras un inexperto en este tema y te pasaste diez días con la dentadura inferior en su sitio y pusiste tan mal la superior que quedaron perfectamente alineados una paleta superior con un colmillo inferior. Fermín te solucionó el problema con ayuda de disolvente y una espátula. Fermín sabe lo que se hace.

Ya te estás imaginando bajo una gran sombrilla, con tu camiseta interior blanca de tirantes, descojonándote con tus amigos y mordiendo una manzana. En ocasiones anteriores, al veros a todos los amigos juntos, uno puede ver un desfile de cataratas, bypasses, multitud de dioptrías, prótesis varias y el líquido raro ese dado en la cabeza para abrillantar las canas; sin tener en cuenta que en la docena de amigos que sois, cada vez que hacéis un paseo de nordic walking o un campeonato de petanca, en un control antidoping daríais más positivos que todo el pelotón del Tour de Francia del 2005.

Tu hijo te acompaña hacia algún lugar. Él camina delante de ti, tú al ver el edificio avanzas mientras te muerdes el labio inferior. Él lleva tu maleta y te la da para que cargues con ella los últimos metros. Te deja en la puerta de la residencia y cuando te giras para verle marchar, ves que se aleja mientras se marca un baile de claqué al nivel del puto Fred Astaire.

No puedes culparle. Tú empezaste a gestar este plan un martes por la tarde.

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