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Leopoldo, continuaremos nosotros tu camino

Kirmen Uribe

· Escritor, Premio Nacional de Narrativa

Fue una persona de cultura y memoria prodigiosas, su figura fue clave en la creación de la feria de Durango o en la modernización del Museo de Bellas Artes de Bilbao.

Conocí a Leopoldo Zugaza (Durango 1932-2022) en la agencia literaria, Ikeder, regentada por su hijo Alejandro. Fue en los primeros años 2000. Leopoldo solía estar en la agencia, siempre con un libro en la mano, y cada vez me invitaba a sentarme y a hablar con él. “¿Quieres una Coca-Cola?”, me decía. “Al otro Leopoldo, a Panero, es lo que más le gusta”. Las paredes de la agencia estaban llenas de libros y de obras de arte, era para mí entrar como en un mundo mágico. Podía pasarme horas charlando con él. Igualmente te hablaba de la poesía de Leopoldo María Panero, como de la estética de Jorge Oteiza o de las pinturas de Kandisnky. No he conocido a ninguna otra persona más memoriosa. Citaba nombres, libros, ediciones sin pestañear. Aunque ahora dudo, si lo que era más grande era su memoria, o su corazón.

Lepoldo Zugaza fue una persona ante todo generosa. Era un activista, un amante de la creación, una persona que estaba por encima de las rencillas políticas y tenía clara una meta: fomentar la cultura vasca. En 1965, en pleno franquismo, tuvo la loca idea de organizar en su Durango natal una feria del libro y disco vascos. Aquel primer año los libros y discos se podían contar con las manos, y la feria era tan pequeña que cabía en los soportales de la iglesia de Durango. Ahora mismo, la feria de Durango es una cita cultural que reúne cada año reúne a más de ciento veinte mil personas.

Zugaza fue clave en la modernización del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Se incorporó a la junta de su patronato en 1979 y el museo sufrió uno de sus mayores cambios. Se renovó el edificio, se organizaron exposiciones sobre el boyante arte vasco de la época y compraron obra local en internacional. Entre 1981 y 1982 organizó muestras sobre la vanguardia de Nicolás Lekuona y el cubismo de Pablo Picasso, las esculturas de Eduardo Chillida y las instalaciones de Joseph Beuys. Para él este equilibrio era fundamental. Compró obra de Francis Bacon, pero también la de José Luis Zumeta o Txomin Badiola.

Según pensaba, el museo sería atractivo siempre que mantuviera esas dos vertientes, lo global y lo local, y supo siempre poner en valor lo que se hacía en el país. En época de vacas flacas siguió comprando. “Si no podemos comprar lienzos compraremos obra gráfica”, pensó. Y así, el museo se hizo con una valiosa colección de obra gráfica de autores de la talla de David Hockney o Marcel Duchamp. Zugaza era una persona práctica que no se atascaba con el problema, sino que buscaba la solución.

Además del Bellas Artes de Bilbao, estuvo involucrado en la creación de otros centros, tales como el de Durango, el Euskal Herria de Gernika o el Photomuseum de Zarautz, museo dedicado exclusivamente a la fotografía. Pero lo que de verdad amaba era la edición. Fue un gran coleccionista de libros y le gustaba editar volúmenes sobre temas nada convencionales y de manera exquisita.

Leopoldo era él y su familia. Su mujer, Carmen Miranda, fue su gran aliada. Y también sus hijos. He tenido la suerte de trabajar con Miguel y Alejandro. Me acuerdo que cuando gané en Premio Nacional de Narrativa en 2009 Alejandro se emocionó y rompió a llorar. Y es que los Zugaza son así, viven la cultura vasca, la sienten. Junto a Miguel monté la muestra ABC, alfabeto del museo, en la que le dimos la vuelta a toda la colección permanente, organizándola de manera totalmente transgresora. Ese espíritu libre, atrevido, de hacer las cosas de manera diferente, les viene de su aita, Leopoldo.

Lepoldo fue una persona muy querida y recibió el merecido reconocimiento en sus últimos años. Le otorgaron la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2018), el Premio Bartolomé Ros de PhotoEspaña (2018) y el Premio Gure Artea del Gobierno Vasco (2020), entre otros. Aunque él siguió trabajando hasta el final. Miguel me acaba de mandar una carta manuscrita que Leopoldo me quiso mandar a Nueva York y que quedó inacabada. Era para cumplir un viejo deseo suyo. Editar unas pinturas de Mari Puri Herrero junto a mis textos. En la carta me facilitaba el teléfono de Mari Puri y me pedía que la llamara para llevar a cabo el proyecto.

Lo haré, Leopoldo. La llamaré y cumpliremos tu viejo deseo. Como tú decías, hay que seguir, hay que seguir siempre. Pero tú descansa ahora. Continuaremos nosotros tu camino.

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