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A mujeres que guardan secretos bajo llave

Estela Rey copia

Estela Rey

Sentada en un café en la más absoluta soledad de la noche, una mujer alza la mano suavemente para llevarse la taza a la boca. Parece ausente, abstraída en su universo interior, ajena a los ojos que la están observando a pocos pasos preguntándose qué puede hacerle bajar la mirada y no dejar entrever un destello de alegría en su rostro.

Ni siquiera se ha desprendido de su bello abrigo de terciopelo verde ni de sus guantes negros. Quizá está de paso, quizá el frío le atenaza el alma. ¿Qué está pensando mientras el café se le va quedando frío sin parecer importarle? ¿Espera a alguien? ¿Ha huido de algún lugar y el último tren está a punto de pasar? Es imposible apartar los ojos de los suyos. Y el gran ventanal del café sólo muestra el reflejo de la luz de los focos, la única luz que rompe la profunda oscuridad de afuera.

La cara, el espejo del alma, como la de ésta y tantas mujeres retratadas por Edward Hopper, esconde secretos bajo llave. A menudo se las ve solas junto a una ventana en una habitación austera, de paredes desnudas, buscando con la mirada respuestas, destellos de esperanza de una vida mejor.

La vida, que por momentos nos atropella, parece detenerse cuando se está en silencio, consigo mismo y con el cuarto desordenado de ideas, deseos, vivencias imborrales, y experiencias que quisiéramos esconder bajo la alfombra. Eso es lo que me atrae del retrato que hace Hopper, como voyeaur u observador minucioso de tantas personas solitarias, que conversan sin mirarse, que caminan solas por el paisaje urbano americano, o que están abstraídas en una habitación del edificio de enfrente. Hay tanto lenguaje que se nos escapa en el trasiego de nuestros días, en el brillo de unos ojos si nos paramos a leerlos. Hopper te invita a ese lado desde el que observar lo que ocurre afuera y, sobre todo, a detenerse y preguntarse qué nos quiere decir el silencio nuestro, el de los demás; qué fantasías y turbulencias anidan en el corazón de nuestros iguales.

Recuerdo la brillante película de La Ventana Indiscreta, de Alfred Hitchcock, donde es clara la profunda influencia que el pintor ejerce sobre éste y otros títulos del cineasta. James Stewart, con su genuino sentido del humor y acompañado de Grace Kelly, se dedica a espiar a todo el vecindario a través de su ventana, y a hacer conjeturas sobre lo que ocurre a los personajes que escruta por los prismáticos. Stewart se da cuenta de que, a veces, la realidad no es como nosotros la percibimos. No basta con ver, sino con mirar traspasando la superficie.

Quisiera, como mujer, dedicar esta reflexión a todas esas mujeres que guardan secretos bajo llave, que bajan la mirada para que no leamos sus ojos. A todas las que, sin alardes, muestran su fortaleza arrolladora en el día a día pese a sentir que la vida les pesa. Las que se sienten invisibles, cuestionadas, subestimadas en un mundo aún desigual. Quisiera, en especial, dedicarlo a dos mujeres de mi vida que ya no están conmigo, pero que me siguen acompañando en mis silencios.

Pese a esos momentos de instrospección que me asaltan algunos días, y que Hopper representa en sus cuadros de mujeres, la luz del sol inunda la habitación. Aunque se sientan esos pellizcos de nostalgia e incertidumbre sobre un futuro sin escribir, siempre hay espacio para la luz, para la esperanza. Busquemos la luz, aunque amenace tormenta. Como el agua, la luz siempre encuentra un hueco por el que filtrarse.

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Automat, 1927. Edward Hopper

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