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LA TRINCHERA INFINITA · En tierra de nadie: miedo, ahogo y claustrofobia infinita

Iker Velasco

Iker Velasco

La trinchera infinita (2019)

Dirección: Jon Garaño, Jose Mari Goenaga, Aitor Arregi

Dirección de fotografía: Javier Agirre Erauso

Reparto: Antonio de la Torre, Belén Cuesta

Duración: 147’

 

2019 ha sido un año marcado por la exhumación de un dictador genocida. El trío Moriarti –Jon Garaño, Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi– firma este filme como aportación a la actualidad social desde un punto de vista fresco, pero sobre todo asfixiante, transportándonos al ‘hogar’ y universo de Higinio (Antonio de la Torre) y Rosa (Belén Cuesta).

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Treinta años son muchos años, demasiados, si los contamos en momentos, y, más aún, si esos momentos no llegan, o se presentan mediados y difusos a causa del aislamiento. Lejos de ser una historia más sobre el franquismo, los Moriarti nos ceden –una vez más– durante 147 minutos su íntima mirada cinematográfica y nos embarcan en la fatigosa España de 1936 y sus oscuros años posteriores. Es en ese mismo año cuando los falangistas llegan al pueblo de los protagonistas en la Andalucía remota, donde todo anhelo se hace trizas y el fascismo azota la vida del exconcejal republicano Higinio y de su mujer, Rosa. Higinio se convierte en ese momento en un ‘topo’ enclaustrándose de forma voluntaria para no caer en manos de los fascistas y ser fusilado, lo que le lleva a vivir con la impronta de traidor por no haber luchado junto a sus camaradas. A partir de ese momento, el miedo, la confidencia y los interrogantes son el motor de gran parte de los sujetos y de sus acciones, que verán coartada su libertad, y, sus anhelos, hechos pedazos.

El filme plasma la maestría y el dominio que poseen sus directores sobre el lenguaje cinematográfico, que dan vida a un guion sólido con el sello de Luiso Berdejo y Jose Mari Goenaga, con unas interpretaciones magistrales de Antonio de la Torre y Belén Cuesta. La intimidad de la película a través de la subjetividad de Higinio consigue introducirnos el miedo y la angustia en el cuerpo, que no se escapa hasta bien pasadas dos horas de su visionado. Este punto de vista subjetivo nos hace empatizar aún más con el protagonista, bajo una sensación de asfixia y claustrofobia que nos mantiene en vilo durante todo el metraje. El off de la escena es uno de los aspectos más importantes del discurso, tanto desde el punto de vista visual como auditivo, que da cuenta de esa (in)comunicación que vive el protagonista.

La sensación de estar y no estar al mismo tiempo, el vértigo de verse continuamente perseguido por una autoridad fascista, la ‘escucha’ de unos murmullos al otro lado de la pared y el distanciamiento en los momentos más importantes de la vida de un ser humano remueven las entrañas del espectador a más no poder. Por otro lado, cuando parece que el filme comienza a perder fuelle, aparecen nuevos personajes que nos dispensan la frescura necesaria para seguir en vilo hasta el fin. En definitiva, La trinchera infinita (2019) son recuerdos del pasado, historias del presente y anhelos del futuro. En la técnica, Javier Agirre Erauso toma la responsabilidad de la delicadeza visual de la fotografía en cada uno de los planos, siguiendo un estilo depurado que ya mostró en otras películas como Loreak (2014). Desde el ángulo musical, Pascal Gaigne fija su sello con una banda sonora sublime, tal y como lo viene haciendo en los últimos años, que le han permitido alzarse con diversos premios.

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No es la primera vez que los de Loreak (2014) y Handia (2017) consiguen una equilibrada combinación entre memoria, incertidumbre e intimidad para transportarnos al cénit de la cinematografía. El colectivo Moriarti es un buen ejemplo de la salud del nuevo cine vasco, que no se recluye en sí mismo, sino que busca conexiones fuera de sus fronteras. De eso trata gran parte del cine vasco actual, de abrir nuevos caminos hacia terrenos inexplorados para encontrar los aspectos universales de unión entre culturas diferentes. Los directores de La trinchera infinita (2019) viajan hasta Andalucía y vuelven a demostrar su empatía con otras regiones, sociedades y culturas, como ya sucedió con otras obras como On The Line (Jon Garaño, 2008). En un momento donde prima la inmediatez, las explosiones, los efectos especiales y el cine de super(hombres), los Moriarti nos sitúan frente a un oasis de minimalismo, de pasión e intimidad que difícilmente se puede pasar por alto. La trinchera infinita (2019) será sin duda una de las películas del año.

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