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La que se avecina

OSCAR GOMEZ

Óscar Gómez Mera

            Una vez que haya pasado la tercera pandemia mundial, si es que pasa, debemos tener claro el escenario de crisis al que nos encaminamos. Una crisis económica y social como no se ha conocido otra en la historia reciente del Reino de España. Caminamos directas al precipicio, y lo hacemos calzando las botas de siete leguas.

Después de una pésima gestión, que ningún gobierno de otro signo hubiera llevado a cabo con más éxito, y teniendo en cuenta que la comisión para la reconstrucción económica y social está presidida por un personaje como Patxi López, sólo nos resta resignarnos, persignarnos y rezar un padre nuestro y dos ave marías. O tres. Del gobierno de signo progresista, y de las diferentes facciones políticas de la derecha, esto es, de la partitocracia, no obtendremos más que agitación y propaganda de sus intereses partidistas y todo lo que sea necesario para distraernos y alejarnos de la verdad. Todo atado y bien atado para seguir manteniendo el régimen del 78 y tenernos a la chusma a raya. Dosis de miedo y mascarillas a tutiplén para llevarnos por el sendero por el que se conduce al ganado al matadero.

Con la crisis de 2008 aún resoplándonos en el cogote, nos metemos en otra aún más grave. Lo primero que va a provocar esta nueva crisis es unos índices de desempleo desconocidos hasta nuestros días. Desempleo que acabará siendo estructural, porque con el mantra del pleno empleo ya no hay Dios que comulgue. Este desempleo vendrá de la mano de un empobrecimiento galopante de las capas más bajas de la sociedad, aquellas que ya salieron de la anterior crisis al borde de la anemia.

Habrá subida de impuestos, pero no será a las grandes fortunas. Subirán los impuestos indirectos, esos que pagan por igual el CEO de una empresa del IBEX35 y una madre soltera que trabaja a jornada completa cobrando el Salario Mínimo Interprofesional. Se reducirán las prestaciones de todo tipo y los recortes impuestos por el BCE, el FMI y Bruselas estarán a la orden del día. Es lo que tiene haber cedido la soberanía a una organización mafiosa como la UE. Cientos de pequeñas y medianas empresas desaparecerán, ya lo están haciendo. Habrá nuevas reconversiones industriales y la agricultura y la ganadería se reducirán hasta lo puramente exótico. Se alargará la edad de jubilación y aumentarán los requisitos necesarios para acceder a ella, entre ellos el número de años cotizados. Las pensiones de dentro de 20 años sólo alcanzarán para vivir en la pobreza. Precarización, miseria y deuda eterna es todo cuanto heredarán  nuestras hijas y nietas. Las nuevas generaciones no conocerán el timo de la estampita que llegó a ser el Estado del Bienestar, y la próxima hornada de pensionistas recibirán por toda una vida de sacrificio y cotización una patada en la bisectriz. O dos. Todo esto acontecerá mientras las grandes fortunas, que ya salieron más enriquecidas de la crisis de 2008 aumentarán aún más, si cabe, su riqueza.

Mientras tanto, PSOE y PP seguirán en su pugna por aumentar su bolsa de votos y volver a algo lo más parecido posible al viejo bipartidismo. Quienes querían asaltar los cielos lucharán por sobrevivir y mantener su nómina a cargo del régimen (acabamos de ver como la sucursal vasconganda de Podemos ha pactado con el PNV para obtener una silla en la mesa del parlamento vasco). Los soberanistas e independentistas que auparon al tándem Sánchez-Iglesias al Gobierno del Reino se quedarán con un palmo de narices al ver como el estado sigue con su recentralización, y tendrán que optar por posiciones rupturistas o mantenerse en el papel que llevan desempeñando en los últimos tiempos, que no es otro que el de la lenta integración en el régimen. Si es que no se puede pedir más soberanía a un estado, el español, que dejó de ser soberano hace mucho tiempo.

Vienen tiempos muy duros. El miedo a contagiarnos y a enfermar será usado para dividirnos. Estaremos dispuestas a vender a nuestra madre por un poco de seguridad. Quienes tengan miedo señalarán a quienes no lo tengan, y estos últimos serán los nuevos herejes que sólo merecerán ser incinerados en la hoguera. Y en la batalla del miedo nos arrebatarán las pensiones, la sanidad, la educación, el futuro. Nos dejaremos robar hasta la pelusilla del ombligo por un gramo de falsa seguridad y daremos palmas desde los balcones de nuestras viviendas, quienes la conserven, cuando la policía democratice a hostias a quien ose rebelarse contra el miedo y la indignidad.

Llegará un día en el que nuestros hijos, mis hijas, nos preguntarán, me preguntarán, por qué no hicimos nada para evitar que nos extirparan la poca dignidad que ya nos quedaba. Que por qué no pusimos bombas en bancos y multinacionales, en los edificios del gobierno, de cualquier gobierno. Por qué no llevamos el miedo y la inseguridad a la puerta de los domicilios de la clase política. Por qué no atentamos contra la integridad física de aquellas y aquellos a los que nuestra integridad física, y la de nuestras hijas, les importa una mierda, ya que juegan con ella como quien juega a la ruleta rusa en sien ajena.

Es probable que cuando mis hijas me hagan estas preguntas el arriba firmante ya no se encuentre en el mundo de los vivos. Y en cierta manera puede llegar a ser un consuelo. Porque no sabría qué responderles. Ni siquiera podría mirarlas fijamente a los ojos mientras guardo silencio.

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