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La falta de puntualidad

 

Rafael Hidalgo Segurola

Rafael Hidalgo

Alguien, con gran acierto, afirmó que la puntualidad es una virtud que le hace sentirse a uno muy solo. Afortunadamente la mayoría de las personas se van persuadiendo de que entre otras cosas la falta de puntualidad es una grosería que revela una pésima educación.

Siempre me he preguntado cuáles podrían ser las razones para ser impuntuales y he ido acumulando una serie de ellas, por ejemplo, la ya citada sobre la falta de educación, que el que no es capaz de valorar su tiempo es incapaz de valorar el de los demás, que hay personas que entienden que de esa forma están demostrando que tenían cosas más importantes que hacer durante el tiempo que se demoran, que no saben calcular el tiempo necesario para llegar puntuales a una cita, que no acaban de asumir que el tiempo – el suyo y el de los demás- es el bien más preciado que tenemos, el de primero yo, luego nadie y después nada como manifestación sublime de puro narcisismo, el marcar territorio cuando les toca jugar el papel de clientes apoyándose en la estúpida idea de que el cliente siempre tiene razón y seguro que habrá alguna más.

Por razones de trabajo, e incluso de ocio, es frecuentado muchas de las Autonomías de España (me niego a utilizar el término Estado Español, primero porque fue acuñado por Franco y segundo porque me parece una cursilada) y entre ellas hay una cuyo nombre omitiré por no levantar ampollas entre amigos y colegas, en la que con un sentido dantesco de la puntualidad ocurren cosas tan chungas como estas.

El Presidente de esa Comunidad comienza media hora más tarde un acto político, toma la palabra y no tiene ni una de disculpa y/o justificación por el retardo en el comienzo. Puedes quedar para una reunión de trabajo con alguien y dos horas y media después de la hora fijada para el encuentro manifiesta que no puede llegar a la hora prevista, puede incluso no asistir sin que medie palabra o puede presentarse una hora después como quien lava. Lo curioso, o quizá no tanto, cuando le recriminas –suavemente porque es cliente- te mira como podrían hacerlo a un alienígena recién llegado al planeta Tierra. Bernard Shaw, ocurrente dramaturgo y crítico irlandés, es autor de frases tan ingeniosas como demoledoras a más no poder y como muestra una de ellas “es mejor nunca que tarde”, frase que como todas las suyas tiene un largo alcance.

Lástima que muchísimos habitantes de esa Comunidad no lleguen a alcanzar el alcance de esa densa cita. Por cortos.

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