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La cueva -zulo- de ‘Ibarbitza’ en Zaldibar (o un conflicto local en el bando republicano durante la Guerra del 36)

 

IGOR

Igor Basterretxea Kerexeta

 El elorriano Igor Basterretxea Kerexeta es historiador

A comienzos de 1937, la zona del frente en el País Vasco se dividía en siete sectores: Otxandio, Baranbio, Amurrio, Elorrio, Eibar, Markina y Lekeitio. En cada sector existía un jefe militar, normalmente un cargo –comandante, teniente, coronel o capitán– de la Guardia Civil; y, a su vez, cada sector comprendía varios pueblos o plazas, en cada uno de los cuales mandaba un delegado de plaza, un civil, dependiente del jefe de sector.

Pues bien, tan solo dos meses antes del bombardeo de Durango y Elorrio (31 de marzo de 1937) y a tres meses de la toma y ocupación de la fronteriza villa vizcaína (24 de abril de 1937), a manos de la 1.ª Brigada de Navarra –curiosidades de la Historia–, las aguas por la Jefatura de Plaza del Sector elorriano ya andaban un tanto revueltas. La línea de combate tan cerca, en los “Intxortas”, y su duración, por no hablar del desaliento, no hacían más que acrecentar los nervios, el miedo y, en definitiva, la desconfianza entre las autoridades republicanas y los órganos nacionalistas locales.

De hecho, en un parte correspondiente al día 30 de enero del mismo año, el Delegado de Plaza de Elorrio (Eustasio “Tatxo” Amilibia Matxinbarrena) hace referencia a otro escrito enviado pocos días antes –el 27– al Director General de Seguridad de Bilbao. En este documento se jactaba de haber hecho entrega de 20.456 pesetas y 3.200 francos como consecuencia de perseguir “el atesoramiento indebido”. Eso sí, añadía –tal vez por aquello de tener la conciencia tranquila– que a todas las personas afectadas por los registros se les había respetado la suma de 750 pesetas.

También en el mismo parte del día 30 se menciona que, tras haber continuado investigando la procedencia del dinero anteriormente citado, habían hallado en una finca de Apatamonasterio –propiedad de Estanislao Aresti– una cantidad superior a 20.000 pesetas en oro, además de diversas joyas del mismo metal, un alfiler de corbata con un brillante bastante hermoso y cubiertos de plata. Casualmente, Estanislao había sido ya detenido con anterioridad por haber encontrado, entonces, en su casa porras de goma y manoplas de hierro, así como algo más de 3.000 francos y 12.857 pesetas. Pero llama la atención que se refieren a Estanislao como “primo de los famosos Zabala de la cueva de Zaldibar”. Lo cual, seguidamente, nos hace plantearnos dos preguntas: ¿Quiénes son los “famosos” Zabala? ¿Y qué cueva es esa de Zaldibar?[1]

4. Vista Zaldibar antes de la Guerra Civil

Las respuestas a estas cuestiones –y otra cantidad de información dispar– las hallamos en el informe relativo al descubrimiento de la cueva de Ibarbitza en Zaldibar, fechado a 24 de enero de 1937. En este documento, Amilibia detalla los hechos acaecidos durante el mes de enero y destaca la gran labor desempeñada por José de Zabala –Delegado de Plaza de Zaldibar y curiosamente del mismo apellido que los antes mencionados– y los agentes Balbino de Imaz, Saturnino de Gorostiza y Esteban de Garitaonandia a la hora de descubrir la existencia, primero, y ubicación, después, de una cueva que “servía de refugio a los facciosos que preparaban su pase al enemigo”.

Al parecer, Balbino de Imaz, haciéndose pasar por un empleado de Telefónica y de “ideología derechista” –es decir, como miembro del PNV–, consigue entablar buena relación con el párroco de Zaldibar, don José Benito de Zabala. Éste, considerándolo de plena confianza, le indica la existencia de ciertas personas refugiadas en una cueva, propiedad de la familia Zabala.

Acto seguido, varios milicianos, procedentes de Durango, se dirigieron a detener a los hermanos Julián, Eugenio e Isaías Zabala, pero se encontraron con la oposición de la Junta de Defensa del lugar. Y es que los Zabala disponían de buenos contactos: además de la amistad –y más que probable parentesco– del párroco, contaban con el apoyo del antiguo alcalde de la anteiglesia, don Anastasio de Garitaonandia; del actual alcalde, don Serapio de Etxeandia, y del presidente del Batzoki, don Vicente de Zengotitabengoa. Un hermano de este último, de nombre Rufino, será detenido por encubridor en el asunto, “al impedir la detención… de elementos peligrosos, enemigos del Régimen Legal”.

8. De izda. a drcha. Vidal, Agirre y Amilibia. (Fundación Sabino Arana, libro Próxima parada, Elorrio)

De izda. a drcha. Vidal, Agirre y Amilibia. PHOTO. Fundación Sabino Arana, libro Próxima parada, Elorrio.

Así las cosas, desde la Jefatura de Elorrio, “Tatxo” Amilibia solicita al Delegado de Zaldibar la detención del párroco y del alcalde de la anteiglesia con el objeto de tomarles declaración. José Benito es detenido y declara el día 10 de enero, mientras que Serapio, el alcalde, es detenido y entregado el día siguiente a don Alejandro de Gallastegi, Delegado de Gobernación, y puesto a disposición de la Dirección General de Seguridad. De todas maneras, las redes internas se ponen en marcha a toda velocidad y Serapio será liberado inmediatamente. De hecho, nada más regresar a Zaldibar –siempre según el informe– es visto conversando con don Francisco, sacerdote tradicionalista, considerado “peligrosísimo”. En cuanto al párroco José Benito, éste, acompañado por varios agentes, es conducido al monte Ibarbitza, aunque no servirá de mucho ya que aduciendo desorientación dice no recordar el lugar exacto donde se encuentra la cueva.

Llegamos al día 15 de enero, día clave para esclarecer todo el asunto. Según parece, se producen algunos disparos en el monte Ibarbitza y se dirige hacia allí la Sección de Servicios Especiales, reforzada por milicianos del Batallón Larrañaga. Tras numerosas vueltas por un pinar del monte, en el que había varios árboles cortados, hallan un pequeño agujero, disimulado con ramajes y suficientemente ancho para el paso de una persona. Descendiendo por una escalera de mano, a unos cuatro metros de profundidad, vislumbran una cavidad en horizontal, donde encuentran una “cocina económica” con su correspondiente salida de humos por un tubo de uralita. Igualmente, todo el techo se encuentra sellado con chapas de uralita para impedir la entrada de humedad y en el suelo, sobre helechos, hallan hasta ocho colchones, algunos con jergón de muelle. También dan con una pequeña “biblioteca” de más de 40 volúmenes, además de carbón, provisiones para comer, garrafones, botellas, mantas, almohadas, un candil de carburo y velas. Es decir, todo un ajuar de supervivencia. Por último, destacan un pedazo de carne preparada sobre el fogón y un pan reciente, lo cual les indicaba que la cueva había estado habitada hasta hacía menos de 24 horas y que, probablemente, sus moradores habían huido dejándose olvidado en el suelo un cargador de pistola con sus balas del calibre 9 corto.

MUNICIÖN ENCONTRADA EN LA CUEVA (FOTO EDUARDO SARDON)

Munición encontrada en la cueva. PHOTO. Eduardo Sardón

En el habitáculo o “zulo” también se hallan diferentes documentos: una carta firmada por Eugenio e Isaías Zabala, dirigida a su madre y fechada 4 días antes, el 11 de enero; un telegrama dirigido al Secretario del Ayuntamiento de Zaldibar, fechado el 13 de enero; el diario de Julián Zabala, hermano de los dos anteriores, en el cual aparecía una lista con 20 nombres, y el croquis de un cañón. El despiste de Julián seguro llevó consigo más de una detención, entre las que podría haber estado la del antes mencionado Rufino de Zengotitabengoa.

Sabedores de que Julián era “gudari” –teniente en el Batallón Martiartu– solicitan a la Dirección General de Seguridad su inmediata detención. Sin embargo, el teniente Zabala, gracias a una publicación del diario Euzkadi sobre el hallazgo de la cueva, se adelanta a los acontecimientos y esa misma noche huye por el frente de Ubidea, en la comarca de Arratia, hacia Álava, tras dejar una carta dirigida a su comandante de Batallón.

Por otro lado, el alcalde de Zaldibar en ese momento, don Serapio de Etxeandia, el mismo que pocos días atrás había estado detenido, había movido sus fichas y, junto a los miembros de la Junta de Defensa local, había solicitado a la Consejería de Defensa y al Bizkai Buru Batzar la destitución del Delegado de Plaza de Zaldibar, José Zabala. Lo consigue. En su lugar es nombrado un tal Lazkano, de Deba. A Eustasio Amilibia solo le queda la pataleta. Asegura que la destitución de José Zabala viene dada porque éste había interrumpido la tranquilidad de la anteiglesia al descubrir las maniobras de los tradicionalistas y de quiénes hasta ahora las habían permitido. Continúa diciendo que el nuevo sucesor (Lazkano) estuvo detenido en Motrico (Gipuzkoa) por haber tratado con elementos “facciosos”, que fue rechazado del Comité de Deba y que es muy amigo de una destacada autoridad del Euskadi Buru Batzar. Por último, se queja amargamente de que la decisión desautorizaba al jefe del sector de Eibar, el teniente de la Benemérita Matías Sánchez Montero.

Sobre este particular nos aclara algo el informe n.º 63 del libro La guerra civil en Euzkadi (136 testimonios inéditos recogidos por José Miguel de Barandiaran), en el que Antonio de Gamarra, entonces secretario del Araba Buru Batzar, nos hace saber que al principio de la Guerra los delegados de plaza fueron nombrados por la parte comunista-socialista, lo que según él dio lugar a disensiones y atropellos en los pueblos. En consecuencia, Gamarra reconoce que existieron presiones desde las bases nacionalistas al Gobierno Vasco para que dichos delegados de plaza fueran nombrados por el Consejero de Defensa, que era el propio Lehendakari (José Antonio de Agirre), lo que consiguieron y fue aprobado por decreto. Muchos de aquellos delegados fueron reemplazados por hombres de confianza nacionalista, pero no ocurrió esto en Elorrio, donde, curiosamente, no cesaron a Eustasio Amilibia Matxinbarrena, del partido socialista unificado. El ex secretario del Araba Buru Batzar nos recuerda que bajo la autoridad de “Tatxo” se cometieron en Elorrio siete asesinatos de personas afectas al tradicionalismo y al nacionalismo vasco.

En definitiva, una de las conclusiones más llamativa que sacamos del episodio aquí recogido es la clara existencia de grandes diferencias y, en consecuencia, desconfianza entre republicanos y nacionalistas, a pesar de estar ambos peleando en el mismo bando. No consiguen dejar de lado sus conceptos ideológicos más básicos –izquierda y derecha, española o vasca–, lo que dificulta, aún más, el fin u objetivo que tienen en común: hacer frente al bando sublevado. De hecho, esa desconfianza les lleva a contradecirse y ponerse la zancadilla mutuamente, unos a otros, aprovechando indistintamente sus órganos de poder. Es evidente que no existe una unidad firme, y esto, desde luego, en tiempo de guerra no es lo más conveniente. Por un lado, las masas nacionalistas no acaban de entender el hecho de tener que enfrentarse a los requetés o carlistas, con quienes compartían un espacio común (la iglesia) y eran defensores, como ellos, de los fueros. Por otro lado, los republicanos socialistas y comunistas no se fiaban de los nacionalistas, al fin y al cabo, católicos y de derechas, como los insurrectos.

La unidad llegará, lamentablemente, con la desesperación. Solo cuando las cosas se ponen “muy feas”, caso del bombardeo de Gernika, y se disputan ya las batallas decisivas, como la toma de Bilbao, algunos de aquellos mandos de la Guardia Civil republicana, poco antes preocupados de perseguir tradicionalistas y nacionalistas, serán ahora los encargados de dirigir diferentes cuerpos del Ejército Vasco –Eusko Gudarostea–. Destacan los casos de Matías Sánchez, quien había sido jefe del sector de Eibar, como jefe de la 3.ª Brigada Mixta, y del comandante alavés Germán Ollero, al frente del batallón “Amaiur”. Incluso el del capitán José Bolaño –jefe del sector de Elorrio y superior directo de nuestro conocido “Tatxo” Amilibia–, quien meses más tarde será hecho prisionero y fusilado en el frente de Cantabria, cuando los sublevados toman Santander. Para entonces la Guerra empezaba a estar más que decidida, y, desde luego, la falta de entendimiento entre las partes del mismo bando, como aquí queda reflejado, ayudaron a ello. Una pena. Ya era demasiado tarde.

Mi más sincero agradecimiento a Eduardo Sardón (Euskal Prospekzio Taldea) y Jon Etxezarreta (Intxorta 1937 Kultur Elkartea) por proporcionarme los documentos en los que se basa este artículo.

 

[1] Balendin Lasuen en el cuaderno n.º 20 –Fiestas, costumbres y sucesos- de su colección “Cuadernos de Historia Local” señala la cueva de Okillo -Okildo-, situada en la ladera del monte Ganguren (Santa Mariñezar) como escondrijo de varías personas de Zaldibar durante la Guerra Civil. Pero no parece sea el mismo lugar, ya que esta cueva es natural mientras la aquí estudiada, como veremos en una descripción detallada de la misma, más bien parece un “zulo”. Además, las dimensiones de una y otra también son muy diferentes.

En cuanto al término Ibarbitza, éste es cuanto menos curioso ya que en la actualidad se desconoce dicho toponímico en Zaldibar: ver Alberto Errazti Igartua, Zaldutik Zaldibarrera. Toponimian barrena. Euskaltzaindia. Bilbao, 2004. Tal vez tenga relación, por su toponímica, con el monte Egoarbitza, casualmente, frontera natural entre Zaldibar (Bizkaia) y Elgeta (Gipuzkoa).

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