Kathmandú es un desnudo de espejos
Alen Silva
| El durangués escribe este poema para Mugalari tras sobrevivir al terremoto del pasado 25 de abril en Kathmandú. Hoy ha habido otro seísmo.
Encima de lo inasible
existen siempre varios comienzos inesperados.
Debajo de lo puramente palpable
hay un brote de canto de cientos de arrabales inexistentes,
de hormigón y cielo, de plumas de arena aterciopeladas,
de ríos pincelados de acuarelas rotas
que se deslizan sordamente entre nubes de granito.
El sueño de los muertos no ha llegado
sin un papel de puentes en la frente.
Una definitiva carne entre espantos de luz.
entre ceniza rota de los ojos y niños de neón inalcanzables.
Entre rezos metálicos definitivos de una danza abollada.
El sol se durmió ascendiendo hasta su nombre,
encima de lo inasible y debajo de lo que nunca quiso ver.
Puro, pero idéntico a sí mismo
en el camino previsible de los últimos desfiles
y en la primitiva mecánica de los llantos de hojalata,
de los locos originales, del hilo inasible
donde nacen los comienzos y todos los finales de cristal.
Yo estaba entre la danza que acumulaba miles de desiertos
mientras Kathmandú es un desnudo de espejos
que se rompen inalcanzablemente en las mejillas de la luna.
Yo ya no estaba entre las lágrimas de plata, ya no.
Ni entre los paisajes de paredes sin concha.
Las niñas de humo estaban devorando lo que quedaba,
pero no eran sus movimientos azules los que bailaban.
Ni siquiera los que seducían.
De la silueta a las puertas de cartón hay una secuencia inmensa
que recorre la sangre de cientos de noches originales.
Kathmandú se rompió entre tambores de cielo suturado,
arrancando poco a poco los siglos que quedaban
y las gargantas empujadas entre el agua de cartón.
Kathmandú, enemigo de las horas de arena,
se mantiene agazapado recorriendo la pleitesía de los locos
y el vómito de los relojes subterraneos.
Dónde quedaron sus caminos en blanco.
* Alen Silva (Durango, 1973) es fotógrafo y dueño del hotel ‘Un día blanco ECO-inn’ de Kathmandú.