El hostelero de la esquina es un ladrón
Alberto Cebrián
Para ellos lo principal es la satisfacción de sus clientes, se desviven por ellos. Además, se implican en su entorno apoyando al equipo de rugby local o comprando un kilómetro de la Korrika. En fiestas puedes verlos participando en esas típicas actividades que nadie quiere perderse. Su familia es conocida por todo quisque o simplemente son populares por cualquier chorrada; o, todo lo contrario. Son hosteleros, son autónomos y, escuchándoles, pareciera que estamos ante el proletariado del siglo XXI.
El ayuntamiento de turno siempre trabaja en su contra. Pagar impuestos ahoga sus negocios y no pueden respetar los derechos laborales de sus trabajadores porque eso pondría en entredicho la viabilidad de su empresa. Nadie está peor que ellos. Es más, todo el mundo debería pasar por su situación para saber lo que es estar mal. Sin embargo, estos nuevos desposeídos no son otra cosa que auténticos parásitos y ladrones.
Desde que se puso en marcha el registro horario el pasado mes de mayo, las horas extra no pagadas han subido en toda España un 10,5%, con la hostelería en segundo puesto tras el sector manufacturero. ¿Qué parte de su anatomía se han limpiado los sacrificados hosteleros con el papel del registro horario?
Son unos ladrones porque cada hora de trabajo de sus empleados no hacen otra cosa que robarles. Porque si un ayudante de camarero hace una hora extra, es muy posible que su patrón se la pague a diez míseros euros, sin contemplar siquiera los 22,46 euros que marca el Convenio Colectivo de Bizkaia. Es más, si les sale más rentable tener por cuatro duros a dos veinteañeros con contratos de cinco horas, ¿para qué contratar a alguien con experiencia por más horas?
Y además de ladrones, hipócritas. Tras la entrada en vigor del registro de la jornada laboral, los propios empresarios hosteleros admitieron tácitamente que sus trabajadores hacen horas extras gratis por vía del artículo 33. Enseguida pudimos ver a estos sufridores en la tele llorar cual Calimero por tener que cerrar su establecimiento un día a la semana para poder cumplir con la Ley. No en vano, sabemos por la EPA que la mitad de todas las horas extras que se hacen semanalmente en hostelería, no las pagan. Dicho de otra manera, se apropian por la cara del fruto del trabajo de quienes sufren el dolor en manos y piernas. Y encima hay que pedir perdón por ir al baño o salir a fumar, que eso le cuesta 26.000 millones a las empresas.
Se aprovechan del vicio que tiene la gente por vivir, por pagar un alquiler y por comer todos los días. Su lema, no podía ser otro: “Es lo que hay”. Y con ese mantra obligan a sus trabajadores a tragar con lo indecible. Con contratos a veinte horas semanales, trabajando el doble y cobrando en negro esa parte de su salario. Y, ¿de dónde sale ese dinero negro? De una Caja B muy bien asesorada por sus gestores para que Hacienda ni la huela. Que, por cierto, algún día habrá que hablar de estos cómplices necesarios en la explotación laboral y el fraude fiscal.
Esto son solo un par de pinceladas de lo que ocurre en el bar donde vamos a tomarnos el café por las mañanas y esa cañita de después del trabajo. Pero hay mucho más y lamentablemente los políticos que están al frente de las administraciones juegan en el mismo equipo que estas sanguijuelas. ¿Por qué si no la falta de inspectores de trabajo? ¿Por qué si no la imposición de modelos de ocio construidos sobre la precariedad laboral?
El colectivo Eragin Bilbo sacó a la luz las miserables condiciones laborales de los trabajadores del BBK Live, auspiciado por instituciones públicas como el Ayuntamiento de Bilbao. Mismo ayuntamiento que multó con 6.750 euros a tres miembros de la plataforma por colocar carteles e informar a los trabajadores de hostelería de cosas tan básicas como las que pone en su convenio. Y no, no son cosas distintas.