Hacen falta más Leopoldos Zugazas
Iñaki Anasagasti
· Exsenador por el PNV
La vida de Leopoldo Zugaza es el compendio de lo que ha sido la lucha por la cultura bajo el franquismo y también en democracia. Euzkadi necesita muchos Leopoldos, hormigas de la cultura, gente sensible, personas que escuchen y argumenten y que no tengan siempre preparado el no como respuesta.
La derecha hispana le ha quitado su calle en Madrid a Francisco Largo Caballero, presidente del gobierno español en 1936 y el hombre que quiso tener en su ejecutivo a un ministro del PNV. Primero a Aguirre y luego a Irujo. El segundo puso como condición que se aprobara el Estatuto de Autonomía en pleno y humanizar la guerra. Y lo hizo. Acabó el presidente en el campo de concentración nazi Sachsenhausen. Liberado en 1945, falleció meses después. Manipulando y desconociendo la historia, se pueden hacer estas cosas.
Tras la muerte de Franco, teníamos en Bilbao dos pisos. Uno camuflado bajo el rótulo de un despacho de abogados y otro en la calle Marqués del Puerto. Aquel piso era un horno. Repartíamos el Euzkadi, atendíamos a las Juntas Municipales, teníamos el Instituto de Formación, confeccionábamos el dossier de prensa y atendíamos a todo el mundo en aquellos tiempos boreales.
Un día me dijeron que había en el hall un señor que quería hablar conmigo. Le recibo. Alto, educado, mezcla de Vittorio Gassman con Leonard Bernstein, me pide que le prestemos las cintas del Congreso Mundial Vasco celebrado en París en 1956. Allí, el lehendakari Agirre había hecho un descargo de veinte años de gobierno en ejercicio y en el exilio. Me habla con respeto de la obsesión de aquellos neófitos jóvenes políticos en institucionalizar el país. Nombre, himno, bandera, Universidad Vasca, Boletín, Departamentos, presupuesto€ y todo lo que vino por detrás y lo que creían que había que hacer para volver a casa y hacer el descargo en Gernika. Le consigo las cintas. Eran nueve. Las transcribe y edita un librito con la intervención del lehendakari al inicio del Congreso. Al poco, vuelve a pedirnos el Diario Oficial del Gobierno Vasco de 1936. Aquel ejecutivo de concentración, como todo gobierno que se precie, publicaba sus acuerdos. Me dice: «Tenemos un país ignorante de todo lo que se hizo y una democracia balbuceante sin instituciones. El que en plena guerra aquella gente organizara una administración de la nada es una lección que no tiene precio. Cuando recuperemos lo perdido, tenemos que volver a crear instituciones pero sin olvidar lo que se hizo y sin dejar de reconocer a los que lo hicieron. Nadie puede preservar lo que no ama y nadie puede amar lo que no conoce». Fue para mí, en momentos en los que vivíamos subidos en una montaña rusa de lo diario, una lección impagable. Las ediciones las pagó de su bolsillo.
Aquel caballero, Leopoldo Zugaza, sigue en la brecha con sus bien llevados 88 años, su txapela, sus mil proyectos y tan campante como Johnny Walker. Le acaban de otorgar el Premio Gure Artea junto a Irazu y Lertxundi; a él, que dice que ya no quiere más premios. «Activista, editor y fundador de distintas asociaciones e instituciones ligadas al mundo del arte, su curiosidad y una infatigable capacidad de trabajo fueron el motor en el ámbito cultural de su entorno de una labor siempre encaminada a acercar al público el arte y la cultura en general, tanto desde las grandes infraestructuras como de los pequeños espacios locales», explicó el jurado.
Recuerdo su discurso cuando la Fundación Sabino Arana le otorgó su premio anual. Se dolió del cierre continuo que se estaba produciendo de las librerías (un consejero le dijo que ya estaba Amazon) y su petición de dividir la Feria de Durango en dos jornadas distintas. Una para el mundo del libro y otra para el sector audiovisual, con vida propia y, de alguna manera, tapando al libro tan necesitado de mimo. A pesar de ser el fundador de la feria de Durango, me comentó que no le habían hecho ni caso.
Su curiosidad y una infatigable capacidad de trabajo han sido el motor que han estimulado a Leopoldo Zugaza en su objetivo de llenar los vacíos que se ha ido encontrando en el ámbito cultural. Entre sus logros está la fundación de la Asociación Gerediaga en 1964, cuyos estatutos había esbozado seis años antes. Fue una iniciativa audaz para la época, pues pretendía estudiar y potenciar la faceta cultural del Duranguesado en un contexto de feroz censura franquista contra todo lo vasco. Al año siguiente, en 1965, dicha asociación puso en marcha (a sugerencia de Leopoldo Zugaza) la Feria del libro y del disco vasco de Durango, que se sigue celebrando actualmente y que es el evento anual de tipo cultural más relevante del mundo vascoparlante.
Otros logros de Zugaza son la fundación de los museos Photomuseum de Zarautz y Museo de Arte e Historia de Durango, la revista Gaiak o el Instituto Bibliográfico Manuel de Larramendi. Incidió también en otras disciplinas como las artes plásticas e impulsó la sala de exposiciones Ezkurdi, el Museo de Arte e Historia de Durango. Una reseña como ésta se deja mil datos sobre Leopoldo, cuya vida es el compendio de lo que ha sido la lucha por la cultura bajo el franquismo y también en democracia. Oírle contar respuestas de los mandarines de los distintos departamentos de Cultura, Gobierno vasco, diputaciones y ayuntamientos que hemos tenido, entre los que a alguno solo le faltaba poner los pies sobre la mesa y preguntar de mala manera con el cigarrillo entre los labios qué es lo que quería semejante pesado, nos ilustra sobre el jaez de muchos politicastros que hemos tenido y que, en menor medida, seguimos teniendo. Gentes que no contestan las llamadas, no son fieles a los acuerdos, no hacen seguimiento de las cosas, carecen de la mínima profesionalidad y del imprescindible respeto hacia las personas mayores y son una plaga para una Euzkadi necesitaba de Leopoldos, de hormigas de la cultura, de gente sensible, de personas que escuchen y argumenten y que no tengan el no como respuesta, mirando siempre al jefe. «Me dicen que soy un cascarrabias y no lo soy –me decía–, lo que no aguanto es la falta de educación, la prepotencia y la incultura. Mira, en el actual equipo de Cultura hay una persona del que todavía estoy esperando su llamada. ¿Tú crees que ese caballero, con semejante falta de educación, puede dirigir nada?». Pues no.
Me acaba de enviar la reedición de un libro sobre Erasmo de Roterdam, junto a la historia de Eresoinka. Le queda pendiente ese libro sobre su experiencia ante la mediocridad de algunos prebostes de la cultura. Un día, en broma, comentamos que íbamos a escribir un trabajo remedando a Mariano José de Larra titulado No vuelva usted mañana. En un país necesitado de recuperar el tiempo perdido no hemos tenido Leopoldos promotores sino muchos mediocres personajes que se han dedicado a poner palos en las ruedas y a mirar a gentes como Leopoldo por encima del hombro. No todos, pero sí es ese el espíritu que anida en algunos personajes encumbrados, incapaces de promover nada, de buscar complicidades y hacer seguimiento de las cosas No tenemos una historia oral de los años de hierro por culpa de estos insensatos. Por el contrario, Leopoldo me comentaba que el alcalde Aburto le ha atendido muy bien en relación con las jornadas que está organizando sobre algo tan impactante como un congreso de periodismo vasco en América el año que viene. Lo hará y será un éxito.
Un día le preguntaron sobre el muy enfermo mundo del libro y contestó:
«No es que haya indiferencia, es que en algunos casos hay animadversión hacia la lectura. Hay gente a la que le parece que tener un libro es un atentado. No me cabe en la cabeza, yo compro libros todos los días del año. Puede que lo mío sea exagerado, pero el libro es el único vehículo que tiene como misión la transmisión del conocimiento. Nunca va a desaparecer, por muchas cosas que digan o que haya distintos soportes tecnológicamente muy avanzados, siempre vamos a volver al papel. Tenemos cinco sentidos, uno de ellos es el tacto, no hay nada como tocar el papel. Esa sensación no la transmite una tableta».
Su mujer, Carmen, y sus hijos han colaborado y heredado su amor por la cultura. Miguel ha dirigido el Museo del Prado y ahora el Bellas Artes de Bilbao, y Alejandro, la editorial Ikeder. Otro de los premiados con él, fue impulsado en sus primeros años por el propio Leopoldo, quien no ha conocido la habitual mezquindad que ve en otro al posible rival. Su deseo ha sido siempre impulsar a los jóvenes escritores y emplear el talento imaginativo que brota como un torrente de su inquieto cerebro para que lograran sacudir la soñolienta indiferencia de una Euzkadi aun sumergida en las brumas del siglo pasado. Eso es Leopoldo y esa es la necesidad de Leopoldos que tiene este país.