Hablemos de separaciones (o del síndrome del nido vacío)
Kata Legarra
Mi hija nació hace 18 años. Qué duda cabe de que su llegada fue una explosión de alegría, de mil deseos hechos realidad… de tanto por aprender. ¿Cómo es posible que una persona tan pequeña pudiese llenarme tanto?
Ella fue creciendo y “tomando las riendas de su vida” hasta el punto de que era quien iba marcando los pasos a seguir. Casi me atrevería a decir que hasta en su educación. Era un poco, según sus necesidades, sin haber nada previsto.
La veía tan convencida de lo que quería que luché con ella por sus sueños, no exentos de mucho trabajo personal.
Cuando quiere algo, te da las explicaciones oportunas para aclararte el por qué es bueno y/o interesante para ella. ¡Difícil negarte!
Ahora, a sus 18 años, ha decidido estudiar una carrera que lleva persiguiendo hace muchos años, y ha trabajado mucho para conseguirlo. Se tiene que ir fuera a estudiarla. ¡Cómo no! Es su sueño.
Nunca pensé en el famoso “síndrome del nido vacío”. Más, en mi caso que estoy todo el día estudiando, trabajando… tiempo ocupado y poco tiempo para pensar, pero voy a echarla tanto de menos. Cuando abre los brazos (como Mari Jaia) para fundirse en un abrazo conmigo, tan intens, esas conversaciones cuando desde Gernika íbamos a Durango: ella a estudiar; yo a trabajar.
Mil temas diferentes, nuestros silencios, nuestros besos de despedida y el hasta gero. Nuestros desahogos sabiendo que eres bien escuchada, sencillamente nuestra buena relación.
Hay veces que siento que sin haberse ido todavía, ya la echo en falta. ¿Cómo hacer para que ese espacio tan inmenso no duela tanto?
Sí, sé que es ley de vida -yo también lo hice-. Que es bueno para ella y necesario, no me cabe la menor duda. Aún y con todo siento que ese vacío, duele tanto…
Zarena zarelako, Kattalin asko maite zaittut.
* Kata Legarra es matrona