Fotos de perfil y estados del WhatsApp
Óscar Gómez Mera
Hace unas semanas, cuando me disponía a enviarle a mi compañera unas fotos de nuestras hijas que les había sacado en el parque, le pregunté si había eliminado su foto de perfil de WhatsApp. «No», me respondió a la par que me enseñaba el móvil. Pues no puedo verla, le dije mientras hacía lo propio con mi celular. No le dimos más vueltas al asunto.
Pero se ve que el problema, por llamarlo de alguna manera, no era sólo del WhatsApp de mi compañera. Porque parece ser que algunos de los contactos que tengo agregados en la agenda de mi móvil no pueden ver mi foto de perfil. Lo he descubierto hace unos días, cuando he comenzado a recibir mensajes de varios de ellos. Desconozco si el problema es del móvil (un modelo barato y viejo, como el de mi compañera), de los datos móviles, de la conexión wi-fi, de la propia app, de la capa de ozono, de la prima de riesgo o de la vecina del 9ºB. Y maldita la necesidad que tengo de saberlo. Pero he recibido más mensajes en los últimos diez días que en los cuatro o cinco años que llevo usando la susodicha aplicación.
El quid de la cuestión no radica en estar recibiendo muchos mensajes. Si no en quien los envía y la forma de hacerlo. Familiares y “amigos” que llevaban meses, e incluso años, sin enviarme un mensajito para preguntarme cómo me va, para saber si mis hijas comen todos los días, para interesarte por mi salud y mi estado de ánimo; o para felicitarme el santo (3 de febrero, Blas me hace mucha sombra) o la pascua militar, de repente me han enviado mensajes del estilo: “¿Se puede saber qué te he hecho para que hayas borrado mi número de tu lista de contactos?”, o “¿Por qué demonios no puedo ver tu foto de perfil?”. Hay uno que me ha escrito: “¿Me has bloqueado?”, como si hubiera podido recibir el mensajito de marras si lo hubiera hecho. Y otro: “¿Has configurado tu privacidad para que yo no pueda ver tu foto de perfil y tu estado de Whatsapp?” Les juro a ustedes por Snoopy y mis viejas cassettes de los Hombres G y Los Nikis que hasta recibir este mensaje no tenía ni pajolera idea de que fuera posible configurar la privacidad de tal manera.
Y todo así. Sin un “buenas tardes”, o un “hace tiempo que no sé de ti”. O un más informal “¿qué pasa, Oscarín?, ¿cómo te trata la vida, tron?”. Familiares y “amigos” que llevan años sin preguntar por el que suscribe. Seguramente porque el que suscribe tampoco pregunta por ellos. Pero que han pasado de la total indiferencia a molestarse, e incluso ofenderse, porque no pueden ver el eguzkilore que tengo hace más de un año de foto de perfil, o las chorradas que pongo en el estado cuando me aburro haciendo cola en el súper. Nos importa una mierda el tío Venancio, su próstata, la mierda que cobra de pensión. Pero no podemos pasar sin ver los tomates y los calabacines de su huerta en sus actualizaciones de estado, ni la foto de perfil de su perro Trotsky.
Después de esta experiencia dan ganas de eliminar la aplicación del móvil. Pero el grupo de Whatsapp de la peña futbolística a la que pertenezco puede más que todo eso. Hasta ahí podíamos llegar, hombre ya. Así que ahora mismo, en cuanto le ponga el punto y final a esta columna de opinión, me voy a meter a fondo en la aplicación para ver de qué contactos no veo la foto de perfil. Y luego enviarles un mensajito mentándoles la madre, el padre y los muertos.