En este trocito de tierra
Estela Rey
En este trocito de tierra a unas horas de aquí, la oscuridad de la noche reina en el silencio apenas roto por los gatos que maúllan sobre los tejados aledaños. La luz que antes asomaba de la cocina permanece apagada por meses. Al final del callejón se encuentra la valla verde con las iniciales de mi abuelo que da paso al jardín, ése que tiempo atrás desbordaba vida, color, donde las sábanas tendidas bailaban al son de la brisa de verano, y el zumbido de los abejorros orquestaba su particular concierto.
En ese trocito de tierra que mi abuela gustosamente regaba a diario desenroscando una larga manguera, hoy gobierna la maleza mientras resisten con orgullo el gran membrillo, el olivo, y la parra repleta de uvas. Dignos guardianes del jardín donde atesoro tantos recuerdos. De niña, pasaba horas presa de la curiosidad ante el batallón de hormigas que marchaba incansable con sus provisiones para el invierno. Iba a por hojas de laurel para la comida, veía a mi abuela frotar y aclarar la ropa en la pila, o lavarse en los barreños blancos junto a una adelfa rebosante de flores rosas. Me gustaba coger la escoba y barrer las flores caídas, las hojas secas, y sobre todo, empaparnos bajo el sol de agosto a golpe de manguera.
En ese trocito de tierra, justo en este momento habrán sonado las doce campanadas, tal y como las puedo oír desde mi casa. Recuerdo, sí, el reloj del campanario sonando a cada hora y cómo me encantaba salir de noche a ver las estrellas del cielo raso mientras en la cocina la tele acompañaba a la familia jugando a las cartas.
El jardín crece desaliñado hasta nuestro regreso. Las flores nada más beben de la lluvia y del viento. Pero siguen el hormiguero, los pájaros, las abejas y los gatos sobre el tejado. Ya no viste el jardín con sus mejores galas, ni la valla verde coronada por un rosal exuberante, porque mi abuela ya no está para cuidarlo. Crece a su antojo, sin gobierno, pero crece. La vida sigue colándose por las grietas y los rincones, entre la hierba rebelde.
En ese trocito de tierra, volverá la manguera verde a rociar las plantas, a iluminarse de noche, y a marchar el batallón de hormigas cargadas de alimento y soldados heridos en el tránsito. La naturaleza sigue su curso a cientos de kilómetros de casa. Y mi abuela, la reina de las flores, sigue estando mientras florezca cada año. Para mí sigue siendo un trocito querido de tierra.