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El PNV y el efecto Guggenheim

Juan Carlos Perez

Juan Carlos Pérez

Si existe un icono de la Bilbao del siglo XXI seguramente ese sea el Museo Guggenheim, y suele ser citado como elemento insustituible de la regeneración del Bilbao post-industrial (aunque la industria, de otra manera, sigue siendo una seña de identidad de los vascos, de cuyo pueblo la capital vizcaina es corazón y alma) pero debe constar que aún cuando pueda no creerse, el Guggenheim no es sino la guinda que corona un inmenso trabajo previo, de décadas, y que sin el museo, sería prácticamente lo mismo lo logrado. Aún cuando es evidente que el Museo tiene el tirón de más de un millón de visitantes por año. Aún así, sin todo lo anterior, el Museo hubiera caído pronto en saco roto. Como tantos ejemplos que ha habido posterioremente, a imitación, presunta, de aquél. Y es que, cada cual, ha de encontrar su propia vía a la sostenibilidad y progreso urbano.

Bilbao como ciudad tardó bastante en concretarse como proyecto expansivo. Hasta finales del siglo XIX no se anexionó Abando (cuna de los hermanos Arana) y hasta muy tarde no se planificó el ensanche. En plural más bien, pues hubo al menos dos tramos. Hasta entonces se había desarrollado más bien la zona de Neguri y Las Arenas, en el municipio de Getxo (que sigue siendo Gran Bilbao). Aún así, en los años 20 podemos encontrar planes para el desarrollo de un Metro y unos túneles de Artxanda, que por las circunstancias de la época (Primo de Rivera, República y Franco) no pudieron ejecutarse de alguna manera hasta mucho más tarde. Conste que para esto hay que tener visión de país. Y que en 1902, en vida de Sabino Arana, el PNV tenía ya 6 concejales en Bilbao. Y que en 1917 obtuvo la Diputación de Bizkaia. Una visión a futuro de lo que se quiere es fundamental. Ya le dijo el Gobernador al Rey Alfonso XIII en su visita a Bilbao sobre el Diputado General jeltzale, que esos no administran, gobiernan. Hay diferencia.

Un primer momento tiene que ser la infraestructura. Y es por ello que con las primeras instituciones, en 1977, se empezó a planificar un metro para Bilbao. Un trabajo de larga duración que fructificó tiempo después. El 11 del 11 de 1995, con la inauguración del Lehendakari Ardanza. Aún sigue ampliándose. Son casi 100 millones los viajeros anuales, más que el más antiguo sistema de transporte valenciano. No es construir por construir, sino hacerlo para que sea usado. Ser útil. Como el Tranvía, que empezó a funcionar en 2002 entre risas de ser una bilbainada, una cosa de Azkuna que al final no iba a servir para nada. Hoy es el día en el que complementa perfectamente al metro en su paso por Bilbao, y sigue ampliándose, hasta que cubra un completo anillo tranviario. Aún falta la intermodal de autobuses, para inaugurarse en 2018 y la llegada a Bilbao del TAV a partir de 2019, y que dará la oportunidad de liberar un terreno sustancialmente importante, casi tanto como lo fue la operación en Abandoibarra. En pleno centro del nuevo Bilbao. Ser nudo de comunicaciones. Como la futura conexión por metro de Bilbao con su Aeropuerto. Paso a paso, haciendo ciudad.

Es importante el valor de la competitividad, pero no el de la competencia, y más si esta es salvaje. El Aeropuerto de Bilbao está en Loiu. El Puerto de Bilbao está en Santurtzi. El MercaBilbao está en Basauri. El cementerio de Bilbao está en Derio. Es Bilbao, pero está fuera de Bilbao. Porque Bilbao somos un poco todos, y es el alma que guía a su entorno más próximo, sin imponerse, sino desde el acuerdo, desde el respeto, desde la empatía. Durante el franquismo el municipio de Bilbao se amplió y asumió municipios cercanos. Durante los años 80 se segregaron y recuperaron su propia vida municipal. Sin, por ello, dejar de ser cooperativos con la capital y entre sí, como debe ser. No por un municipio con macrocefália se va a ser mejor. El Gran Bilbao junta a más de un millón de habitantes, cerca del 80% de la población de Bizkaia. Y sin embargo, el equilibrio territorial, urbano y social se mantiene. Por una visión de país, que cuente con sus gentes.

Al Bilbao industrial heredero de la tradición secular del hierro y las navieras el mundo le había condenado, y no sólo la autarquía franquista, a una reconversión. Como otras partes del mundo, en Canadá o en Valonia, se enfrentó a las crisis del petróleo y a los intentos de desindustrialización. Afrontar los retos de liberar el corazón de la ciudad de sus industrias, trasladarlas a otro sitio, de otra manera, pues lo mismo no podía seguir, es un reto serio. Y hay que planificar a medio largo plazo. Desde lo que hoy es el Palacio Euskalduna hasta el Guggenheim y de ahí por la orilla de la ría hasta el puente del ayuntamiento, había industrias y equipamiento industrial que hubo que ser desalojado, sobre todo, tras la batalla de Euskalduna, cuyo punto álgido fue 1984. Quien diría hoy que en 1981 trabajadores de nervacero secuestraron durante horas el parlamento vasco … hoy sería impensable. Momentos convulsos, un mundo se iba, y llegaba otro. Y no se podía correr el riesgo de la improvisación, había que planificar. Y ahí estuvo el PNV, para plasmar una idea de progreso urbano.

A una rica viuda de Bilbao debemos el parque de doña Casilda Iturrizar, también el parque de los patos. Con el PNV en los ahora 7 mandatos de alcaldes jeltzales, tras el retorno de la democracia, primero, con el desmantelamiento de la fábrica etxebarria, se pudo conseguir un parque del mismo nombre, que es usado ahora para el esparcimiento de la ciudadanía, y para las ferias en Aste Nagusia. La de 1983 fue una problemática, sirva el paréntesis, pues fue el momento de las riadas. Conste que el seguro estatal de compensación tardó más de una década en atender las reclamaciones de los comerciantes bilbainos. Si fuera por el estado, hubieran quebrado antes de recibir sus ayudas. Y después, con la operación en Abandoibarra se pudo ampliar las zonas verdes y de esparcimiento de la ciudad. Como dice el Lehendakari Ardanza en sus memorias (Pasión por Euskadi) en los años 80, tras la vuelta a entrada en vigor del Concierto Económico para Bizkaia, hubo un desacuerdo en la cuantía líquida del cupo. Cada año el Gobierno Vasco aportaba lo que consideraba justo, y el resto hasta lo que el gobierno español reclamaba se guardaba en una cuenta aparte, hasta que se acordara quien tenía razón. Se fue juntando ahí un dinero importante, pues no había acuerdo entre la parte vasca y la española. Llegó 1987 y ya con Ardanza se quiso poner fin a ese desacuerdo. Y en una jugada maestra se logró que la suma de liquidación fuera cero, esto es, que lo ya pagado era suficiente (pues, por otra parte, la financiación de las competencias aún en manos del estado siempre ha estado por debajo del dinero entregado al estado para tal fin) y ese dinero apartado pudo usarse para … cosas como la regeneración urbana de Abandoibarra. Con un entorno urbano amable, que recuperara para Bilbao la ría, y la integrara en la ciudad.

Sin el PNV no habría museo Guggenheim. No es una bilbainada, es una realidad. A un diputado foral conocedor del deseo de los Guggenheim de implantarse en Europa alzó la mano y dijo… ¿por qué no en Bilbao? Para entonces, la regeneración urbana, las infraestructuras, el transporte, incluso la recuperación de la ría (en la que hoy uno puede bañarse, navegar en canoa o incluso pescar) estaban en marcha. Incluso la idea del Palacio Euskalduna estaba sobrevolando. Un museo… que en principio estaba pensando para la Alhondiga, hoy Centro Azkuna. Pero cuando el arquitecto vino a Bilbao no le gustó el emplazamiento, y tuvieron que subirle a Artxanda para que, a vista de pájaro, decidiera el emplazamiento en el que se encuentra.

El Guggenheim es una obra a impulso del PNV, en tanto que otros se opusieron a el con fuerza y vehemencia. Tanto que la ciudadanía estaba mayoritariamente en su contra. Hubo que abrir la obra, para que pasara por ella, en los tramos finales, para que la ola revertiera. Fue un acierto. Al igual, otros, decían que las ingenierías vascas no serían capaces de llevar a término una obra de ese calado. Ahí está, constrido por los nativos. Afirmaron que esquilmaría la cultura local. Su obra, la de oteiza, por ejemplo, después, se ha enseñado en el museo. Y no ha pasado nada. HB, es natural, se opuso. En 1991, la candidata a alcaldesa, pariente de Antonio Basagoiti, afirmó en campaña que si salía ella elegida, paralizaba de inmediato las obras. El PSE se opuso, pero en 1991 gobernaba con el PNV, y este le puso en un brete. Aún así el PSE obligó a quitar 5 mil metros cuadrados del edificio, para obtener su aprobación. Espacio que hoy sería muy útil.

Al Guggenheim lo amenazó ETA desde el principio, pero las instituciones vascas decidieron ocultar esas amenazas, que nunca se hicieron públicas. Antes de la inauguración, a la entrada, en la plaza que se extiende, al final, no pudiendo paralizarlo, lo inauguraron con sangre. Un Ertzaina, uno de los nuestros, fue asesinado la vispera de la inauguración. Una placa le recuerda en el lugar donde cayó en acto de servicio. Sin duda nunca podemos olvidar a quienes murieron en el noble acto de defensa de sus semenajentes. Como el Sargento Mayor Joseba Goikoetxea, que murió en 1993, no muy lejos, en plenas obras del museo, y por la misma mano asesina. Tampoco mucha gente recuerda que su inauguración no corrió, en octubre de 1997, a cargo Iñaki Azkuna, sino de Josu Ortuondo, digamos que “el alcalde olvidado”, y que sin duda debería dejar testimonio de su paso institucional en unas memorias. No deja de ser curioso que, entre las primeras tareas que hizo el gobierno de ocupación de Patxi López fuera ir a un congreso a Brasil a poner de vuelta y media al Museo. Con tantos años de éxito para la ciudad, la consejera del bipartito apostó por llevar un discurso de ataque y derribo. Afortunadamente la renovación del acuerdo con los Guggenheim al término de los 20 años de contrato no les cupo a ellos, pues tenían la clara idea de romper con el acuerdo. ¿Qué hubiera sido del Museo y de Bilbao sin el PNV? Afortunadamente nunca lo sabremos.

Bilbao se ha visto beneficiada e impulsada por el llamado efecto Guggenheim. Y es notable su proyección hacia el mundo. Sin ello tal vez nunca hubiera llegado el premio Lew Kwan Yew en Singapur como mejor ciudad del mundo, el premio nobel de las ciudades. Y puede que tampoco Azkuna hubiera sido nombrado mejor alcalde del mundo. Sin duda no fue Azkuna. Son, ahora, 7 alcaldes del PNV que cubrirán los 40 años que van desde 1979 hasta 2019, casi nunca con mayoría absoluta, siempre pactando entre diferentes, pero, siempre, con un hilo conductor, el partido nacionalista vasco, y una idea clara de ciudad, y de progreso, y de avanzar en una idea de lo que se quiere la ciudad alcance en el futuro, que llegue a ser, un horizonte en el que sea un nodo importante, creativo, conectivo, industrial, si, aunque, de otra manera. Siempre cambiante, pero con el mismo alma y sustrato. Sin el Guggenheim, el efecto hacia el mundo hubiera sido menor, pero a una labor de tan larga duración, de regeneración urbana, desde un simple banco (nota, unos daneses de visita, tras volver a su ciudad, plagiaron el modelo de bancos urbanos de bilbao, y hubo que reconvenirles: son de Bilbao, y de nadie más) hasta el nuevo San Mamés, obra de la ingeniería bilbaina (cuya sede enfrente de lo que será la futura isla de Zorrotzaurre, proyectada por la difunda Hadid) IDOM ya estuvo vinculada a la construcción del reconocido Museo Guggenheim. Todo calza y el círculo se cierra. Para volverse a abrir después.

Algunos, a la hora de hablar del Efecto Guggenheim, piensan que un eficio bonito, puede ser el tractor de otras cosas, sin haber elaborado el contexto previamente. Eso le pasó al Museo Niemeyer en Avilés, por ejemplo. Y a tantos otros edificios que, en el boom de antes de la crisis del ladrillo, proliferó el “yo también quiero mi guggenheim» (aunque no fuera necesariamente un museo). Se equivocan. Primero hay que hacer el cesto. Y luego se pueden poner huevos. O Zanahorias. Lo que se quiera. El orden de los factores, en este caso, sí altera el producto. Simplificar ideas, simplismos, poner historias complejas en algo tipo tuit de 140 caracteres es algo muy complicado, y siempre injusto, por olvidos, por descuidos, porque no se responde a la realidad de las cosas. Pues para afrontar el futuro, se necesita un buen diagnóstico de las cosas. Y si no se hace, no se puede avanzar. Ah, y un elemento muy importante, y que da cohesión a las ciudades, a las comunidades. La identidad. Algo que sólo podía ser de la mano del PNV. Identidad vasca.

Bilbao siempre ha sabido de la mano del PNV que era la ciudad vasca más importante, que su identidad estaba en Euzkadi, en el euskera, en la cultura vasca, en las tradiciones, en nuestra historia, como pueblo foral, con vocación de que cuantas más tomas de decisión se hicieran aquí, mejor. Es imprescindible para que, en el mundo de la globalización, la identidad propia, natural (en este caso, la vasca) sea el nexo de conexión entre lo local y lo global, que nos conecte al mundo, sin complejos, desde lo que uno es. Pues la mejor manera de enriquecer al mundo, de preservar su diversidad, es apostar porque lo vasco, desde Bilbao, también, se proyecte hacia el futuro. Un Bilbao sin perder sus señas de identidad, que se adentre con paso firme a ser uno de los líderes del siglo XXI. No quisieron verlo algunos, pero es por eso que, al final del camino, el museo Guggenheim pudo ser posible. Coronando un viaje hacia el futuro de una ciudad que aún no ha visto su mejor versión, pues lo mejor para Bilbao aún está por llegar. Y ahí estará siempre el PNV, para hacerlo posible. En perfecta simbiosis. Ezina, ekinez.

*Juan Carlos Pérez es politólogo

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