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De peineta en peineta en esta orgía

Michel Seoane

Michel Seoane

Siempre se ha dicho que nuestros gestos nos delatan, y seguro que es verdad. Pero también dice bastante de nosotros cómo actuamos o cómo soportamos los gestos que nos hacen los demás.

En este país se ha instalado desde hace varios años ya la moda de las peinetas, ya sean éstas en sentido figurado o reales y literales como la vida misma.

Inauguró esta moda todo un ilustre, el Sr. José María Aznar, quien siendo un ex presidente de la nación dedicó nada menos que en una universidad una peineta  literal a los estudiantes  que con mayor o menor acierto, pero siempre en el uso legal de su derecho, protestaban o reclamaban lo que estimaban oportuno. Este hecho, al margen de la des’facha’tez que supone y lo que dice del individuo en cuestión, supone toda una declaración de intenciones y deja bien claro el papel “tan importante” que nuestros gobiernos otorgan a la Educación.

Después,  han venido las peinetas en sentido figurado. Nos hemos acostumbrado a ver, oír y leer  que miembros de la casa real, ex políticos de primer nivel, ex ministros, directivos de banca, etc., etc.,  hayan espoleado y esquilmado las arcas públicas y hayan dilapidado nuestro dinero para su único beneficio y disfrute. La lectura de esta peineta en sentido figurado está entre terrorífica, abominable y repugnante. Viene a decirnos más o menos, lo que una peineta literal: señores ciudadanos siguen ustedes con su régimen de “ajo y agua” y déjennos disfrutar de nuestra orgía en paz. Obviamente, todos conocemos el papel que nos toca a los demás en esa orgía.

Entre aquellos que nos dedican tan “obsceno” gesto no faltan artistas, deportistas de élite, ni personalidades del arte y la cultura. El último que recuerdo es el Sr. Frank Gehry, a quien recientemente hemos otorgado el honor y privilegio de bautizar con su nombre un puente de nuestra capital.

Este insigne arquitecto respondió con una peineta literal a un periodista que le hizo una supuesta pregunta incomoda.  El respeto por la ciudad que le acogía, por el premio que se le otorgaba y por el periodista, que haciendo su trabajo daba cobertura  mediática a su obra, es asquerosamente aniquilado ante el más mínimo atisbo de crítica.  Algo así como preguntar: ¿Quién carajo se creen ustedes para valorar mi obra? Pues mire, Sr. Gehry, le vamos a entregar un premio cuyo coste nos repartimos entre todos los ciudadanos de este país, estemos de acuerdo o no. Y entre todos los ciudadanos que soportamos el coste del premio, algunos son o somos críticos con su obra. Quizá también merezcamos una respuesta  o por lo menos que la pregunta sea denegada con elegancia y respeto.

Esta peineta, que pasó desapercibida para muchos y de la que otros tantos no quisieron hacerse eco, subraya nuestro papel pasivo y borreguil en la sociedad. No sólo permitimos que aquellos que nos gobiernan, democrática o miserablemente, nos  manipulen y utilicen para sus gozosos fines, sino que toleramos con total indiferencia que cualquier personaje al que hemos encumbrado y retribuido religiosamente sus emolumentos  nos  desprecie y ridiculice como personas y como sociedad.

El significado de todas las peinetas que hemos mencionado es el mismo: señores ciudadanos no son ustedes merecedores de ningún respeto por nuestra parte, sigan apoquinando, sigan venerándome y déjenme en paz. Y por supuesto, que a nadie se le ocurra bajo ningún concepto juzgar ni poner en entredicho mi magnífica gestión, mi magnífica obra, mi magnífica trayectoria, mi magnífico mandato, etc., etc., etc.,

Y justamente, eso es lo que hacemos: dejarles en paz, asentir o disentir con la cabeza, pero ante todo, ocupar nuestro puesto en la orgía, ese que todos conocemos tan bien.

Después de estas líneas, creo firmemente que nuestra reacción ante los gestos de los demás nos define aun más que nuestros propios gestos.

Ayúdanos a crecer en cultura difundiendo esta idea.

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