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Catalunya, lentejas y progres españoles

Jose MAri Esparza

Jose Mari Esparza 

· Jose Mari Esparza Zabalegi es editor de Txalaparta

 

Sin dudarlo: Catalunya lliure i independent es la esperanza de todo catalán, gallego, vasco o español que anhele una sociedad más justa. Por eso dudo tanto del sentido democrático de quienes se oponen a su derecho a decidir y dudo más de los progres, izquierdistas y rojeras que cuestionan su separación. Sepan que en este tema crucial, su actitud y la de Falange es en el fondo la misma: mejor juntos que separados; España, una, etc.. Las personas pueden divorciarse, los pueblos no.

Antes de tirar piedras al vecino, un apunte sobre nuestro solar patrio: Euskal Herria no está dando la talla solidaria que el momento exige. La izquierda abertzale lo tiene claro en el discurso, pero sigue con el paso cambiado y sin desarrollar el potencial que podría. Y lo del PNV raya en vergüenza nacional. Recurrir ahora, como lo han hecho con ETA durante 30 años, a hacer de vasco “bueno” para recoger las prebendas del árbol que sacuden los catalanes, es algo ruin, que no olvidará ese pueblo hermano. La metáfora porcina de Ortuzar, haciendo balance del pacto con el PP como un plato de lentejas, “con todos los sacramentos”, retrata bien lo que son. Al menos debería tener la delicadeza de reconocer que hasta el último trozo de tocino magro que ha traído de Madrid, se lo debe a la lucha del pueblo catalán. Sin ETA antes, y sin el Procés ahora, el PNV actual haría en Madrid lo único que sabe hacer: mendruguear.

Pero volvamos a los progres españoles. Saben de sobra que España es un proyecto-jaula, imperialista desde su génesis, reaccionario y militaruno, forjado con la cruz y la espada, del que durante cinco siglos se han ido escapando pueblos, todos de muy malas maneras. Siempre hubo progres españoles que en aras a la “indisoluble” unidad constitucional, acabaron aplaudiendo al Ejército, al Borbón de turno o a la Guardia Civil, para evitar el adiós de Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico en 1898; las Palaos, Marianas y Carolinas en 1899; el Rif en 1956; Guinea Ecuatorial en 1968;  Ifni en 1969, o Sáhara en 1975, por citar solo los últimos “españoles” (con el mismo carnet de identidad y la misma catequesis que nosotros) que dejaron de serlo.

Como siempre, la derecha española se esmera en poner barrotes para que no escapen más, mientras esa izquierda españolista promete hacer la jaula más confortable: la pinta de colores –rojo amarillo y morado- promete más autonomía a los pájaros, ofrece jaulitas federales y apela a la unidad de clase para hacer juntos, dentro de la jaula, el paraíso socialista. Pero les traiciona el ADN y al final aplaudirán la “aplicación de la ley”. Ergo, la intervención militar. Al tiempo.

Cegados de españofilia, los progres no ven la magnitud del Procés. Que por vez primera en la historia, un pueblo acceda a su independencia por vías democráticas, debería bastar para aplaudir y apoyarlo. Nada que ver con la idea de España, asentada en la conquista militar primero y en la doma posterior de sus naciones después. Les sirve de consuelo que ocurre lo mismo en todo Europa. Las guerras, parteras de los Estados, no son sino gigantescos repartos de territorios. Catalunya, al fin, intenta otro camino. Loada sea.

Los progres españoles, tan republicanos ellos, se oponen a que siete millones de ciudadanos se constituyan en una República. Un nuevo estado que, amén de sacudirse la lepra borbónica, anuncia una sociedad más laica; avanzada en lo social; sin ejércitos; integradora de culturas; con una izquierda vigorosa, en vísperas de gobernar; con formidable apoyo popular… ¿Cómo oponerse a ello?. “Ahora no toca -responden los progres- Ahora hay que hablar del paro, de la seguridad, de lo que interesa a la gente. No hay que causar división en la sociedad”. Lo mismo que dice Rajoy.

Además, nadie dude que la independencia de Catalunya sería la llave de cambios profundos en España. “Cuando antes sean ustedes libres, antes lo seremos nosotros” resumía un preclaro dirigente del SOC andaluz. En cuatro décadas de democracia, los progres españoles no han reducido ni en un metro los latifundios que humillan a autonomías enteras, condenadas a vivir de subsidios, a ser criaderos de guardiaciviles y despensa de votos paniaguados, con los que garantizar “democráticamente” la unidad del Estado. La verdadera izquierda española, que hayla, sabe muy bien que el próximo día uno de octubre, desde Cataluña se puede vislumbrar la Tercera República española.

Calvo Sotelo, prócer del fascismo, retrató a esas izquierdas, cuando lanzó lo de “antes roja que rota”. No le importaba tanto una España roja, porque eso era reversible, como se demostraría al poco tiempo. Lo importante era la unidad nacional: “Vosotros queréis una España republicana, yo quiero una España monárquica; vosotros queréis una España atea, yo la quiero cristiana (…) pero vosotros queréis a España y nosotros también”. Y esa es la clave para entender esa izquierda errática, que no tiene de roja más que la camiseta de su amada selección de fútbol.

El día 1 de octubre, Catalunya nos estará dando a todos la posibilidad de abrir la jaula española y volar juntos a un nuevo ciclo histórico. Todos deberíamos estar felices de vivir esa ocasión. Pero me temo que muchos se quedarán dentro, unos comiendo lentejas con tocino y otros cantando la Internacional.

 

 

 

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