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Básica Mente: El niño mudo

 

 

JON-FERNANDEZ

Jon Fernández

Hay niños y niñas que no hablan. Que solo se atreven a decir algo en contextos de máxima seguridad y con personas en las que confían mucho. Niños y niñas que preocupan a sus padres y madres, porque no entienden por qué siempre se quedan callados. No entienden por qué, cuando alguien les pregunta algo sencillo por la calle, como por ejemplo, “¿Qué tal el cole?”, ellos desvían la mirada o se esconden y dejan ese incómodo silencio en el aire que los adultos tan mal manejan. Un silencio que alguien no tardará en llenar: “Dile que has aprobado todas”. Porque la alternativa, el silencio, es demasiado perturbadora.

Lo llaman mutismo selectivo, está recogido en los manuales diagnósticos de la psicología y la psiquiatría y está reconocido como un trastorno de tipo ansiógeno. Dicho de otra manera, es un trastorno de ansiedad que se expresa mediante la inhibición del habla y otras interacciones. Lo sé, lo sé. ¿Ansiedad? ¿Los niños y niñas? Qué locura, ¿no? ¡Si todo el mundo sabe que los niños no sienten cosas! Pues resulta que sí. Según los últimos estudios, los más pequeños de la familia también tienen sentimientos y problemas de origen emocional. Yo también aluciné, tranquilos.

He tratado a algún niño “mudo” en terapia y siempre me pregunto lo mismo. ¿Por qué ha este niño le compensa más el silencio que las palabras? ¿Qué gana con el silencio? Y sobre todo, ¿Qué precio paga cuando habla? Porque cuando alguien aprendió a callar, es porque hablar tenía un precio. Un precio que podía ser muy sutil, pero que ellos y ellas percibían.

Es posible que, cada vez que el niño contaba un problema en casa, todo el mundo se preocupara mucho, mucho, mucho. Todo un drama. Aunque fuera un drama contenido, pero es que la antenas de los niños son tan sensibles… ¡Lo captan todo! Así que el niño tomó una decisión inconsciente: hablar sobre mis problemas hace daño a la gente, callarme no. Mejor me callo.

También es posible que el niño creciera en una casa de perfeccionistas y que sintiera que había respuestas correctas e incorrectas.

  • ¿Sabes dónde hemos estado hoy? – Pregunta la madre o el padre y el niño se devana los sesos.
  • No me acuerdo – responde finalmente.
  • ¿Cómo que no te acuerdas? A ver, sí que te acuerdas, piensa. Hemos estado en Bil…., en Bil…
  • En Bilbao.

Exámenes a traición, la pesadilla de cualquier niño. Imaginaos vosotros si al llegar a casa os preguntara alguien a ver qué comisteis antes de ayer y que si respondierais mal os tacharan de ineptos. Qué risas, ¿no? No.

O es posible que la voz del niño no se oyera. Que para él hablar no tuviera sentido porque nadie prestaba atención a lo que decía. Le oyen, pero no le escuchan. Esto es terrible. Asienten cuando habla, pero nadie siente lo que él dice. ¿Para qué hacer el esfuerzo entonces? Es más, es posible que si se calla reciba más atención que hablando. Aunque esta atención sea en forma de preocupación, es mejor que nada. Por lo menos en esos momentos es visto, y “existe” en la mente de sus padres.

Hablando de este tema con un compañero, me preguntaba: “¿Y qué haces con un niño que no habla en terapia?” La verdad es que es un reto. Y si no toleras tus propios silencios, olvídate. Mejor derivarlo y no hacerle más daño porque, amigas y amigos, la terapia con los niños mudos consiste en aceptar su silencio.

Consiste en quererlo así, callado, retraído, tímido, inhibido. Así como ha conseguido ser en el camino de su aún corta vida. Así como es en este preciso instante. Él no puede ser otra cosa ahora mismo y cada vez que alguien le exige hablar, cada vez que nota la tensión que genera su silencio, su caparazón se espesa y su corazón se hace más inaccesible. Se aleja un poquito más. De hecho, hoy sabemos que el mutismo selectivo en la infancia se relaciona con fobia social en la edad adulta. Normal, ¿no?

Sin embargo, cuando el niño se siente aceptado en su totalidad, también cuando no habla, ocurre que las ganas innatas de relacionarse de los seres humanos cuando las condiciones son apropiadas salen a la luz. Como una semilla dormida, que brota buscando el nuevo sol.

* Jon Fernández  (Iurreta, 1988 ) es psicólogo

Puedes contactar con Jon Fernández | jonferpsi@gmail.com

psicologiahumana.net

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