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El árbol del Astxiki

Imanol Marrodan

Imanol Marrodán

· Es un artista contemporáneo

En el valle de Atxarte, en una de las laderas del Astxiki, existe un pequeño collado muy característico con una pequeña campa donde crece un haya. Este lugar, con este solitario árbol, se ve desde muy lejos y desde muchos lugares. Es un sitio muy querido y especial para mí, así que llevo fotografiándolo desde hace más de treinta años. Siempre que bajo desde Urkiola, impaciente espero a girar la curva precisa para posar mi mirada en él y saludarle.

El sitio se llama Kobailuko Urkulu y en verdad es un lugar peculiar y muy especial por la  delicada y sutil armonía que forma esa pequeña campa curva en medio de la roca con la bonita silueta de ese árbol colgado del cielo.  Me he preguntado muchas veces sobre el origen de ese árbol. Si creció allí de forma casual o quizás si alguien, con un especial sentido y visión del paisaje, lo plantó ahí para recordar a alguna persona especialmente querida.

Si, los árboles son seres extraordinarios y fundamentales para nosotros. Espectadores mudos aparentemente, y con un sentido del tiempo distinto al nuestro; son muy fuertes y resistentes pero al mismo tiempo frágiles y muy vulnerables. Tan sensibles que extienden lenta y suavemente sobre el aire sus brazos o ramas para coger la luz.

Su medida y manera de vivir el tiempo nos trasciende.

Y eso pensaba que iba a suceder con este árbol aún todavía joven de unos ochenta o cien años, (las hayas llegan a vivir entre trescientos y cuatrocientos años) cuando recientemente me enteré que un vendaval lo había derribado.

Al día siguiente, con mucha pena, subí para verlo y buscar algún brote. Tenía los hayucos, las semillas que recogí y llevé a un vivero con la intención de volver a replantarlo para que el lugar no perdiese su equilibrio y volver a recuperar el haya caída.

A la bajada me encontré con una persona que subía también a verlo y me dijo que gente de Abadiño iban a subir para intentar volverlo a poner en pie con la esperanza de que brotase de nuevo.

Me sorprendió mucho comprobar que para mucha gente ese árbol, ese lugar, también era muy importante y querido. Confieso que al principio tuve una extraña sensación de resentimiento al tener que compartir con otras personas mis sentimientos por ese lugar tan especial para mí. Pero luego me alegré  porque también ellos habían sentido la misma misteriosa atracción que ejercía ese haya solitaria. Fue una manera de ratificar y dimensionar la importancia de ese espacio, valorado y sentido por tanta gente.

La posición del árbol boca abajo en contra de la pendiente y sus raíces principales rotas, además de su tamaño y considerable peso hacían muy difícil y complicado conseguir ponerlo en pie de nuevo. Tenía mis serias dudas de que eso se pudiera hacer.

A pesar de todo, sentía que debía sumarme al grupo de gente que el pasado sábado 24 de septiembre, deseaba salvar ese árbol.

Allí nos juntamos un puñado de gente de todas las edades conectados por un mismo deseo en un radiante día de otoño. Curiosamente desde el principio todo empezó a encajar. Todos nos fuimos acoplando, aportando y ayudando en la medida de lo posible. Cada uno llevó lo que pensaba que podría ser útil para el intento; desde garrafas de agua, comida, cables, palas, picos, azadas, taladros, gatos hidráulicos, cuerdas…etc. y lo subimos todo allí arriba.

Y así con un orden absolutamente improvisado, conectados por la misma ilusión, en un maravilloso caos, todos empezamos a trabajar con un solo convencimiento. Y de esta manera, con una profunda voluntad, como un sueño y bajo un sol alegre conseguimos poner de nuevo en pie el árbol del Astxiki.

Un día memorable que para siempre formará parte de la leyenda de ese mágico lugar.

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