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Andanzas de los personajes más chirenes de Durango: Guillermo Gaztelumendi

Jesús Iturralde

Como ya comenté en mi primera croniquilla, voy a relatar quisicosas ocurridas con más o menos antigüedad con el único fin de intentar aflorar una sonrisa a los lectores y lectoras de Mugalari.info que buena falta nos hace entre tanta guerra, volcanes, terremotos y el dichoso virus que nos tiene acojonados.

Voy a comenzar con la aventura más antigua pus ocurrió sobre el año 1912. El protagonista es Guillermo Gaztelumendi Bilbao. Mi aita fue compañero de clase del bueno de Guillermo, por lo que vivió lo que a continuación relato.

Guillermo fue hermano de Ignacio Gaztelumendi y tío de los Gaztelumendi, farmacéuticos de familia.

Como digo, esta familia es de tradición típicamente farmacéutica y ya en aquellos lejanos años, Guillermo, el protagonista de esta historia, solía acudir, después de los estudios en Maristas, a ayudar en la farmacia de la familia.

El pequeño Guillermo que tenía por costumbre diaria acudir al cole con el bolsillo lleno de caramelos, de aquellos duros como el pedernal y que se llamaban bloques.

Durante las clases, Guillermo se dedicaba n a chuparlos, sino masticarlos, lo que producía un ruido fácilmente audible en el silencio de la clase, por lo que el marista, francés para más señas, siempre le exigía:

-Gaztelumendi, haga el favr de traer aquí esos caramelos.

A lo que Guillermo respondía:

-No me da la gana.

Resultado: el marista le birlaba los caramelos, que para más inri repartía entre los demás maristas a la hora del recreo.

Harto ya Guillermo de semejante ‘mangancia’, no se lo ocurrió otra cosa, que en la farmacia de la familia, untar un montón de caramelos con jalapa, que es una purga para caballos y mulos que usaban los veterinarios para casos extremos de estreñimiento del ganado.

Como todos los días, Guillermo, masticando algunos caramelos “sin trucar”, incitó al marista a que le quitase “los trucados”.

Llegó la hora del recreo, que duraba un cuarto de hora, y los maristas no aparecían para pitar el fin del recreo. Un cuarto de hora, media hora, tres cuartos de hora y no aparecían.

Al fin apareció un marista. Hizo sonar el silbato y cuando todos los alumnos estaban en fila les anunció:

-Debido a que el Hermano Director se tenía que trasladar a Bilbao con otros hermanos, por la tarde los alumnos tienen fiesta.

La alegría de la chiquillería fue mayúscula. No imaginaban que lo que ocurría era que el marista francés había repartido, como de costumbre, los caramelos entre ellos y estaban todos en la cola del retrete, con una cagalera de espanto y en cuanto salían se tenían que volver a poner en la cola, pues los retortijones resultaban estremecedores.

Si la jalapa resultaba purga fuerte para el ganado, imagínense el efecto en personas. Cuando no se deshidrataron… ¡Gracias tenían que haber dado al Eterno Hacedor!

A esto hay que añadir que no dijeron ni mu, pues si castigaban a Guillermo Gaztelumendi se descubría el pastel del reparto de sus caramelos entre los hermanos maristas.

 

 

 

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