El aire y el día de la marmota
Rafael Hidalgo
La ciudadanía de Durango y pueblos limítrofes están sufriendo los malos olores de las partículas no capturadas del proceso de fabricación de la pasta de papel para la fabricación de sacos desde 1.955, año en el que la conocida como Papelera de Iurreta nació con el nombre de Celulosas del Nervión.
En 1.994 fue adquirida por el grupo irlandés Smurfit. Llevamos pues, la friolera de 63 años aguantando esa situación que con el paso del tiempo ha ido empeorando como consecuencia del espectacular incremento de su producción que hoy es de 400 Tm/día de pasta, así como de la puesta en marcha de un nuevo producto.
Esa doble condición de fuerte incremento de la producción -realizada recientemente- sumada al lanzamiento de un novedoso producto, tienen necesariamente que crear tensiones en los procesos de fabricación que se traducen en situaciones no deseadas del mismo y que tienen como consecuencia que nos afecte su mayor emisión al ambiente de elementos nocivos.
Hace diez meses aproximadamente sufrimos un episodio que tuvo en vilo al pueblo y ante la preocupación que produjeron los nauseabundos olores, intervino la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno Vasco para determinar el origen de los mismos, toda vez que para las autoridades políticas locales, fieles a su línea tradicional, «todo estaba bajo control».
Se determinó finalmente tras tres meses de investigaciones que las emisiones tenían su origen -al parecer- en una caldera obsoleta que fue sustituida en tres meses. Hasta donde yo sé, resulta que necesariamente los dirigentes de Smurfit tenían que saber cuál era el origen del problema y se callaron, como siempre que ocurre un incidente de este tipo, como muertos. Nada pues que agradecerles por una colaboración no prestada.
En días pasados se ha producido un nuevo y grave incidente con más emisiones, que desconociéndose su composición no se sabe hasta qué punto son nocivas para la salud, pero lo que sí se conoce es lo tremendamente desagradable que su inhalación resulta.
Durante muchos años, en lo que podría denominar «la edad de la inocencia de la conciencia ciudadana», nos vendieron la idea de que el progreso iba indisolublemente unido al deterioro ambiental, de tal suerte que a más degradación del ambiente, más progreso. Pero eso, señores fabricantes y gobernantes, ha pasado a la historia ya que hoy la ciudadanía tiene en alta estima, por encima de otras consideraciones, su salud.
Por todo ello, pedimos a los responsables del Gobierno Vasco, que se tomen con la seriedad que merece el caso que nos ocupa ya, la friolera de 63 años y que está adquiriendo en los últimos tiempos un carácter de extremada gravedad, determinando de manera inequívoca, informando sin tapujos como es su obligación, fuera del fácil, cómodo y manoseado «no crear alarma social», la problemática que supone las emisiones de esa planta y sus efectos sobre la salud de las personas, poniéndoles firmes y obligándoles bajo la amenaza de cierre de las instalaciones, a cumplir unas normas medio ambientales que si no están hechas se hacen de una vez por todas.