Ahora que os tocaba descansar
Mikel Uriguena Ruiz
Supongo que no será plato de buen gusto tener que estar en la residencia sin poder salir a la calle ni recibir visitas. A muchos de vuestros familiares y amigos nos encantaría daros un abrazo y un beso. Quisiéramos sentarnos junto a vosotros, agarrar vuestra mano y preguntaros cómo estáis, qué sentís y qué necesitáis. O estar en silencio mirando por la ventana. Pero, por el momento, no podemos salir de casa, así que os prometemos que el primer día que abran las puertas de la residencia allí estaremos. Sabemos que vosotros también.
Estos días de encierro me ha dado tiempo a hacer muchas cosas y, entre ellas, he pensado en vuestras vidas. En lo injusta y dura que ha sido en muchas ocasiones, pero también en la fuerza que habéis demostrado siempre para hacerle frente. Y eso me hace ser positivo.
Tuvisteis la mala suerte de ver cómo los fascistas bombardearon vuestros pueblos y mataron a amigos, familiares y conocidos. Después de aquello, os tocó vivir una guerra cruenta y a muchos no os quedó más opción que marchar al exilio o al frente, cuando apenas teníais fuerza ni para sujetar un fusil. Al acabar la guerra hubo que empezar de cero, qué remedio. A la guerra le siguió una durísima posguerra que os enseñó lo que era el hambre y la represión. Donde no estaba permitido destacar y a quien se hacía oír se le callaba a palos. Había que trabajar duro para sacar adelante a familias numerosas. Sobre todo las de clase obrera. Y lo hicisteis. Vuestras hijas e hijos, gracias a vuestro esfuerzo, tuvieron la vida más digna que podían tener en esas condiciones.
Después llegamos los nietos y las nietas. La generación que tuvo de todo. A la que, en general, no le faltó de nada. La que se reía de la vuestra cuando en las comidas insistíais en que comiésemos más y más, “porque tú no sabes lo que son la guerra y el hambre”. La que os miraba con desdén cuando contabais anécdotas de vuestra niñez. Pero nunca nos lo reprochasteis. Nos dabais lo mejor que teníais. Con cariño.
Con la edad, las fuerzas comenzaron a flaquear. Tuvisteis que abandonar vuestras casas y algunos ir a vivir con hijas e hijos. Pero eso también acabó y, tras varios años, llegasteis a la residencia. En muchos casos con desgana, enfadados con quienes os dejaron ahí, aunque conscientes de que era lo mejor para vosotros y vuestra familia. Y ahora, que os tocaba simplemente descansar de tanto esfuerzo, llega este virus invisible e indiscriminado que se ceba sobre todo con la gente de vuestra edad y os obliga a volver a adaptaros a una nueva situación.
Qué caprichosa e injusta es la vida en ocasiones. Menos mal que tenéis al lado a trabajadoras que os cuidan y dan lo mejor de sí mismas para que nada os falte.Y que intentan, entre tanto esfuerzo, daros el cariño que vuestras familias no podemos. Ellas y ellos se merecen un gran aplauso.
Los demás esperaremos encerrados en nuestras casas. Encerrados para no contagiarnos, pero sobre todo para no contagiar a nadie. Para que todo esto pase lo antes posible y que las puertas de las residencias puedan abrirse y quienes estáis dentro podáis recibir lo que tanto os merecéis.
Laster arte!