31 de marzo de 1937: ya cada uno con su herida para que penetre el destino
Anisia Serendipia
CON ENRIQUE SOLÍAMOS VOLVER AL BARRIO AMADO | Mi padre nació en Kurutziaga el 28 de mayo de 1935 en la casa junto a la ermita de la Vera Cruz.
CUIDADO QUE VIENE EL TERCIO– Corría la primavera o el verano de 1936 cuando aprendía a andar de la mano de su madre por el paseo que había junto al Palacio Garai en esa misma calle de Durango. El 22 de julio de 1936. Cuatro días después del golpe de estado contra la República, milicianos, soldados y civiles animaban las calles de Otxandio. Entre las 9 y las 9:30 de la mañana llegaron unos aviones que comenzaron a bombardear a la población muriendo unas 60 personas. El 25 de septiembre del mismo año 36, hacia las 11 de la mañana, Durango sufrió su primer bombardeo. Cuenta mi amiga Irene el recuerdo de su padre que más le impresionó: “cuando bombardearon el frontón estaba lleno de gente porque se estaban jugando partidos, y que los cuerpos destrozados quedaron colgados de las paredes del frontón”. Cuenta la madre de mi amiga Marta que en Figueres, cuando la guerra, una bomba explotó en el parque lleno de niños y de pronto la amiga de su hermana estaba dividida para siempre, parte en la copa de un árbol, parte en el suelo del parque. La madre de mi amiga Marta y una amiguita suya desobedecieron a la madre de esta y se fueron las dos a la estación a ver las bombas, en lugar de ir al parque. Puede que desobedecer, que a veces está muy bien, les salvase. Sigue Irene: “A él (entonces tenía 16 años), a mi tío y mi abuelo les ametrallaron corriendo hacia ‘Montorretas’ pero sobrevivieron tirándose a la cuneta. Pero creo que le impresionó más lo que vio en el frontón ya que lo contaba más a menudo, que el peligro que pudo correr”. Murieron 12 hombres en el frontón. Al poco, un grupo de milicianos se dirigieron al calabozo, redujeron a los guardias que lo custodiaban y se llevaron al cementerio a 22 presos detenidos por presunta afinidad con los sublevados donde, a bocajarro, les fusilaron. Así transcurrió un aciago día asesinando palomas y fusilando cigarras..
DE ANTEMANO ESPERADO EN EL INFIERNO– Hacía poco que los aviones habían lanzado octavillas firmadas por General Mola “Si la rendición no es inmediata arrasaré Vizcaya. Dispongo de medios para hacerlo”. Mola. Pablo Neruda le dedicó un poema: Mola en los infiernos. Es arrastrado el turbio mulo Mola/ de precipicio en precipicio eterno/ y como va el naufragio de ola en ola,/ desbaratado por azufre y cuerno,/ cocido en cal y hiel y disimulo,/ va el infernal mulato, el Mola mulo/ definitivamente turbio y tierno,/ con llamas en la cola y en el culo. Se cuenta una anécdota “divertida” entre el mulo Mola y el nobel Jacinto Benavente. Pero esa, es otra historia.
Y COMO VA EL NAUFRAGIO DE OLA EN OLA…- 31 de marzo de 1937. Era un martes hacia las 8,30 de la mañana. Aldeanos y vecinos llenan el mercado que se celebra en el pórtico de Santa María de Uribarri. En esta iglesia y en la de los Jesuitas de “Cruciaga” se celebraba misa. Los aviones inician el bombardeo desde el final de la calle Kurutziaga. El sol a sus espaldas evita deslumbramientos. Mi padre tenía casi 2 años. Estaba refugiado en un caserío en Orozketa. Su tía soltera solía ir a visitarle al caserío. Pasaba miedo. Los saldados le espetaban “alto, ¿quién va?”, daba igual quien fuera, carlista o no, en un pueblo de fuerte tradición carlista. Aunque pasaba miedo todas las tardes iba porque el niño Enrique era el más guapo. Estaba en Orozketa. Así pues, no estaba en aquella calle por la que los aviones iniciaron el bombardeo. Cuenta mi amiga Miryam que en el caserío de su abuela en Iurreta sabían por las vacas cuando iban a venir los aviones. Que las vacas, unos diez minutos antes se volvían locas en el establo. Lo escuchaba el otro día: los animales tienen un “ ultra sentido” o “sexto sentido”. Son muy sensibles ante cualquier cambio y se ponen más irascibles´. Mi padre no estaba en Kurutziaga.
Unos metros más adelante si estaba el coche de la lechera y la lechera que acaba de dejar la leche en la casa de Azurmendi. De pronto es un amasijo de hierros el coche y la lechera ya no es para siempre. El niño de Azurmendi está en la misa de los Jesuitas pero sobrevive al bombardeo. Los aviones llegan al pórtico. La madre de una tía mía, tendría unos 11 o 12 años, tenía que haber venido desde Arriandi a poner su puesto de verduras pero, no recuerdo que pasó salvo que terminó yendo a Bilbao en tren. Desde Zumalakarregi tenía que haber ido a aquella misa en Andra Mari la abuela de mi amiga Mirari. Pero aquella mañana, no se acordaba si había puesto azúcar en la leche del desayuno de su hijo, el padre de Mirari entonces era un niño, y probó la leche y entonces cayó en la cuenta de que no podría comulgar y retraso su visita a la iglesia. En aquella época las iglesias de Durango estaban llenas de gente y de misas.
VOLVERAN LOS ÁGILES NIÑOS- Guadalupe Uriguen, prima de mi abuela, muchas veces me contó que era la hora de ir al colegio y cómo su hermano salió de casa para ir a los Maristas. No me acuerdo si fue antes de caer las bombas o salió por el estruendo del bombardeo mismo. Vivían en Andra Mari por entre los dos bares que hay en el lado que al poco se convierte en Barrenkalea. Cerca de donde está ahora la fuente había un compañero de clase herido. No lo recuerdo bien. No sé si ya estaban juntos rumbo a clase y les sorprendieron las bombas o salió y entonces se lo encontró malherido. Y se emocionaba al contar como su hermano, un chaval de unos 13 o 14 años, tuvo que asistir en el tránsito a su amigo. Ayudarle a morir en Dios. Siempre se emocionaba de la misma manera al contarlo. ¡Su hermano! Y aquel otro pobre niño. Su hermano se vio en la tesitura de asistir en confesión a su amigo, asistir a un compañero de pupitre para que este pudiese morir en paz. Esta historia siempre me ha emocionado profundamente. Qué extraño debe sonar esto a un chaval de hoy en día.
Raúl González Tuñón:
Volverán los ágiles niños
sobre las bardas, en las huertas,
a saltar los arcos dorados
de la próxima primavera.
Volverá el osito a bailar
en la tarima de la plaza.
Volverá el grillo del hogar,
vino pipeño y pan de hogaza.
Pero Mambrú no volverá!