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288…

 

OSCAR GOMEZ

Óscar Gómez Mera

288 personas perdieron la vida en su puesto de trabajo en el Reino de España entre el 1 de enero y el 31 de mayo de 2020. Desde mediados de marzo hasta día de hoy, muchas trabajadoras han estado confinadas, desarrollando su labor profesional mediante teletrabajo, en situación de ERTE, o directamente han pasado a situación de desempleo por perder su puesto. Aun así, fueron 38 personas más las que fallecieron en comparación con el mismo periodo de 2019. Si habiendo muchas menos personas en su puesto de trabajo, han fallecido durante el periodo de enero a mayo más que el pasado año, no está de más afirmar que la seguridad en los centros de trabajo se ha visto deteriorada. Más aún de lo que ya estaba.

La nueva normalidad se parece mucho a la vieja. Siguen perdiendo la vida quienes cada día se levantan para poner un cacho de pan encima de su mesa. Eso sí, hay algo que no cambia en esta nueva normalidad que apesta tanto o más que la vieja. No habrá funerales de Estado por ninguna de estas 288 víctimas de la violencia laboral, nadie vestirá corbatas negras ni las banderas ondearán a media asta en señal de duelo.

Para hacer frente a la crisis económica derivada del COVID-19 ya se habla de recortes y subidas de impuestos que habremos de padecer las de siempre. La consejera de desarrollo económico e infraestructuras del Gobierno Vasco, Arantxa Tapia, habla incluso de bajar los sueldos si con ello se evitan los despidos. Claro está que no se refiere a su sueldo. Porque el sueldo de la señora consejera está más que garantizado con los recortes y con los impuestos que sufrimos usted y yo. Vayan olvidándose de mejorar los EPIs y las medidas de seguridad en los centros de trabajo. Cuando no hay dinero para pagar sueldos menos aún para que nos garanticen salir vivos del tajo. La única medida de seguridad es ponerse la mascarilla, porque además le pueden multar por no hacerlo, y porque la paga usted de su bolsillo. Si es que se lo puede permitir. Hemos respirado por encima de nuestras posibilidades y nos toca pasar por caja. Una vez más.

Desde hace unas semanas urge poner en marcha el Turismo, que es de lo que vive mayoritariamente el Reino de España, porque la ganadería y la agricultura están casi extintas y la industria lleva el mismo camino. Y mientras urge lo del turismo ya nadie se acuerda de poner a punto la sanidad pública. Ni siquiera quienes salían cada día a las 20 horas a sus ventanas y balcones a aplaudir. Osakidetza cerrará, como cada verano, el 20% de sus camas, como si el COVID-19 no existiera. Si la sanidad vasca colapsa será culpa de los jóvenes que hacen botellón y de las amamas irresponsables que no se autoconfinan. Vaya murga la tuya, Nekane.

Mientras todo ello acontece, se ha aprobado una subida salarial. No para las médicas y enfermeras. Tampoco para el resto del personal que trabaja en la sanidad pública. Menos aún para limpiadoras, o cajeras y reponedores de supermercados. La subida media del 20% será para los miembros de la Policía Nacional y de la Guardia Civil. Cuando se prevé que las ovejas puedan ponerse a balar reclamando dignidad y justicia, al primero al que se agasaja es al perro que las “guarda”.

El confinamiento ha dejado varias cosas meridianamente claras. Que la economía se derrumba cuando se dejan de vender cosas inútiles a quienes no pueden permitírselas. Que las personas peor pagadas son las que tienen los trabajos más esenciales para la sociedad. Y que la riqueza está tan concentrada que si durante un mes la mayoría de los asalariados y los autónomos dejan de percibir ingresos, se cagan de hambre. Que la economía se paraliza cuando las trabajadoras se quedan en casa y que, por consiguiente, son ellas las que generan la riqueza, ya lo deberíamos tener claro antes del COVID-19.

  Durante el confinamiento sólo nos dejaban salir para producir y consumir. Nuestro papel en esta sociedad no se diferencia mucho del ganado. Ganado al que se alimenta para luego obtener ganancia tras su sacrificio. En nuestro caso nos alimentamos para producir ganancia, y en muchas ocasiones, mientras la producimos, acabamos siendo sacrificados. Como sacrificadas, muertas, fallecidas… por la violencia laboral fueron esas 288 personas que se dejaron la vida en su puesto de trabajo en los cinco primeros meses de 2020, y de cuyo nombre, ni siquiera del de una de ellas, ni usted ni yo nos acordamos.

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