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Mal de la azotea: Hablemos de la mentira moderna que es pensar que sobrevivirás a tu hipoteca

 

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Oskar Santamaría

Sacrifícate era el verbo más conjugado de la llamada generación Boomer hacia sus volátiles y recelosos hijos Millennial.

Sólo así podrás tener tu pisito y hacer tu vida.—repetían convencidos.

Pobres. Eran otros tiempos.

Tuvo que venir el ladrillazo y una crisis económica a ritmo de desahucio y desvergüenza, para descubrir (que no aprender), que unos cuantos habían estado transformando el idílico concepto de la casa de tus sueños, en la de tus pesadillas.

Aquel entonces, quien no desconfió de esa infundada promesa de prosperidad y optimismo enlatado, se comprometió con su banco a serle fiel en la salud y en la enfermedad. Pero acabaron recibiendo más penas que alegrías. Y malfirmaron que así fuese, hasta que la muerte les separase.

La vivienda es un derecho básico. —recordaron exhaustos pero convencidos.

Pobres. Eran otros tiempos.

Después, cuando acabamos temiendo a la prima de riesgo, sin saber siquiera quien era, ví como el alquiler cambió su fama. Puede que porque aquel argumento añejo del «nunca será tuyo«, pensándolo bien, también se daba hipotecado hasta las cejas. Eso sí, el alquiler te ofrecía la maravillosa y tentadora experiencia del «Dónde estás mejor que aquí», o dicho de otra forma, poder volver a casa de tus padres si todo iba mal.

Yo que entonces era joven pero algo desconfiado, acerté en mi intuición de que unos pocos arrendadores, transformarían ese «liberador» concepto del alquiler de ser la alternativa a un mercado inaccesible como era la compra, a pasar a ser nuestro siguiente gran abuso. Resonaron con fuerza el «Lo tomas o lo dejas», el  «Es lo que hay» o el «¿Acaso tengo alternativa?«. También resonaron con fuerza AirBnB y el «pues compro y lo alquilo» de alguna joven promesa especuladora.

Aquel entonces, quienes confiaron en ese modelo del alquiler para lograr sus ansiadas independencias (caprichosos les llamaron), acabaron cautivos en un mercado no regulado, que usurpó la capacidad de ahorro de toda una generación. Deposite su fianza de 5 meses y tendrá derecho a cocina.

—Los alquileres son abusivos, deberían estar regulados. —dijo algún idealista, valga la redundancia.

Pobre. Eran otros tiempos.

Allá por el 19 (cuando la idea del encierro domiciliario estaba en la categoría de ciencia ficción y no como ahora en sucesos) leía que mi pueblo, Durango, estaba el veintitrés en el «top 50 de pueblos más ricos de España» con una Renta per Capita (RPC) de 14.145 opulentos euros anuales*. Sí, RICOS, nos llamaron.

Y como ya de repente no éramos pobres, y venían otros tiempos, llegamos a creerlo.

Y llegó el confinamiento. Y lejos de hacernos valorar lo esencial de nuestras vidas, nos acomplejó en lo esencial que es un jardín como el del vecino.

Y yo, que sigo siendo desconfiado pero de buena intuición, supe que estábamos ante otro gran momento, donde todos estamos mal de la azotea, por no tenerla.  Comenzaba una nueva era: la fiebre de la terraza. El momento ideal para volver a un ladrillazo con vistas. El momento donde volver a ser unos ciegos con vistas. Fíjate tú, dónde empezaba este curioso cuento.

Y ahora, que nos las dábamos de listos y aprendidos; volvemos a normalizar esos carteles con eso de «Desde 350 mil», como si fuesen dólares mexicanos o como si las 2 habitaciones ridículas, las mal llamadas primeras calidades y el minúsculo trastero realmente valiesen tal cosa. Volvemos a pensar como imbéciles, que en ese peaje no hay usura.

Ahora resuena el «todo sueño tiene un precio» sobre un render precioso con primeras vistas al Mugarra o a su basílica favorita, o a tus vecinos los perdedores. Y volvemos a castigarnos pensando que quizá no nos hayamos sacrificado lo suficiente como para tener un pisito en el centro, y salir en sandalias a la terraza con vistas de tus sueños. Con un café aromático selección.Y una calculadora científica. O religiosa. A la que rezarle para que te dé las cuentas de ese asfixiante sueño.

Mientras tanto, oye, que dicen que vienen nuevos tiempos. Le esperamos en su promotora, usted es pobre, pero estamos de promoción.

La ecuación es simple: dos herencias e hipoteca y tendrá salón luminoso en nueva construcción.

 

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