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La puta izquierda

OSCAR GOMEZ
Óscar Gómez Mera

Aún dura la resaca de las elecciones del 4-M a la Comunidad de Madrid. Ayuso arrasó y la izquierda, como cada vez que se pega una hostia monumental, se pregunta qué ha pasado. Como si no lo supieran. Porque si no lo supiesen, además de derrotados serían imbéciles. Que todo es ponerse.

Monedero se cuestiona qué hacer con aquellas personas que cobrando 900 euros votan al PP o a VOX. Le debe parecer insólito. El arriba firmante opina lo contrario, que es muy entendible (no digo que deseable). Tan entendible como que en aquellas zonas de Francia que antes eran feudos del Partido Comunista Francés, hoy sean bastiones del Frente Nacional. La victoria aplastante de Ayuso en Madrid era más que pronosticable. Quienes creen en este sistema electoral podrido, corrupto, caciquil, parasitario (o sea, liberal) al que llaman democracia, al observar que quienes dicen defenderles no sólo no lo hacen, si no que se aprovechan de ellos para vivir como nuevos ricos y prohibirles hasta ganarse la vida, se pasan con todo el equipo al supuesto enemigo.

Ni la izquierda madrileña ni la española se han preocupado en los últimos años de las verdaderas necesidades de las clases trabajadores y humildes. Necesidades que lejos están de ser el cambio de nombre del callejero nacional, el azúcar de los Phoskitos, los gallos violadores y las gallinas ponedoras, las pepsicolas que se beben los párvulos a la hora del recreo o cómo posan las ministras de izquierdas en las páginas de moda. La izquierda ha querido ir de vanguardista y de visionaria, adelantándose a su época, sin tener en cuenta que las condiciones del proletariado por quien dice desvivirse están más próximas a los cuentos de Charles Dickens que al papel couché del Hola.

Paro, precariedad, temporalidad, desahucios, malnutrición infantil, pobreza galopante, explotación laboral, falta de recursos sanitarios… siguen siendo los males que aquejan a las clases asalariadas del Reino de España. En el año 2020, donde muchos trabajadores perdieron su empleo y muchísimos más aún vieron interrumpida su actividad laboral por encontrarse en ERTE debido a eso que llaman pandemia, el número de muertes en accidente de trabajo aumentó con respecto a 2019. Pero esa lucha ni vende, ni da votos o portadas en el Vanity Fair. Es más comercial quitarle una calle al Almirante Churruca y dársela a Bob Esponja o a Peppa Pig.

De este San Benito tampoco se libra la izquierda nacionalista o independentista, mal llamada soberanista. Valientes soberanistas aquellos, y aquellas, que afirman que no se puede convivir con el virus o que reclaman a gritos confinamientos generales de la población. El paraíso socialista se divisa más cercano desde que Arnaldo Otegi ha sido vacunado, y el retraso secular que padece Galicia comenzará a evaporarse cuando la población sea recluida en sus domicilios y sólo puedan salir de ellos para trabajar y consumir. Si la soberanía pasa por separarse del Reino de España para seguir acatando los dictados y las políticas mundialistas, como se hace en el Reino de España, Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy.

¿Hay algo más tonto que un obrero que vota a la derecha? Igual de tonto sí que hay algo, un obrero votando a la izquierda, a esta puta izquierda. Porque lo rematadamente tonto no es votar a la derecha o a la izquierda. Lo que nos convierte en tontos irreconciliables es pensar que quienes nos ganamos la vida, cuando nos dejan, vendiendo nuestra fuerza de trabajo por un (mísero) salario vayamos a ver mejoradas nuestras condiciones de vida por el simple hecho de depositar un sobre en una urna.

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