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Fallece Jorge Llacer Gil de Ramales, hijo de históricos luchadores (como él)

Juan Barceló
Vocal de la Junta Directiva de AGE
En Valencia, su ciudad, ha muerto Jorge Llacer Gil de Ramales, hijo de Jorge Llacer, comisario político en el Ejército Popular, y de Victorina Gil de Ramales, resistente en el cerco de Madrid durante la contienda, fue militante del Partido Comunista de España, de Esquerra Unida, y miembro fundador de la Junta Directiva de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio, AGE. Fue un hombre lúcido empeñado en fracasar, quizás porque sabía que cualquier triunfo es efímero y aparta y aleja de valores más altos: lealtad, solidaridad, amistad, derechos y libertades, Justicia, Libertad.
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Llacer. | PHOTO | AGE

Se alejó de todo orden establecido, incluso casi de todo orden. Exigía algo que él sabía inalcanzable, exigía verdad, justicia y reparación a una sociedad adormilada, corrompida, inane. Exigía más, exigía lo imposible, sabiendo que lo era, y lo exigía sin pedir nada a cambio de su agotador esfuerzo, sin pedir nada.
Lo hacía tan sólo con su actitud, con su simple y llana existencia, su presencia diaria en un mundo ajeno y enajenado, con tan sólo su pura y vacua existencia, sólo válida y valerosa para sus amigos, pero universal, inmensa, necesaria para todos, para todo ciudadano de este mundo que él se negaba a aceptar como válido. Su presencia, su existencia, fue su pura esencia, sin importarle que una inmensa mayoría a su alrededor la considerasen vacua. No lo fue, no podía serlo. Ningún testimonio llevado hasta el fin es inútil, vacuo, inválido, y ese fue el suyo.
Era heredero de la mejor tradición, de la que luchó siempre no por una vana esperanza, sino para cumplir un deber, un verdadero imperativo categórico al que él sabía que la sociedad entera había renunciado.
Luchaba sin esperanza, pero sin doblegarse jamás, vivía en un universo personal que no aceptaba cambalaches, no permitía componendas, ni esperaba prebendas, y ese universo, él sabía que no existía, que no era el que él visitaba todos los días en su triste país, en su amortajado mundo, cuando salía a las calles de su ciudad y espetaba a ladrones y paniaguados verdades como puños.
No dudaba en gritar ¡Sinvergüenza! al ver pasar a su lado a un concejal corrupto, a un arribista sin escrúpulos, a un criminal con aspecto honorable. Protegía a quienes no tenían nada quitándoselo de su pequeño patrimonio, quitándoselo de su estrecho bienestar casero, sin admitir por ello ninguna crítica o advertencia.
El alcohol le pudo demasiadas veces, la desgracia le persiguió muy duramente en su vida íntima, la muerte le iba cercando día a día, acabando con demasiados de los suyos, de los verdaderamente amados, cercanos, próximos, de su pequeño entorno afectivo, descomunalmente afectivo.
En muy pocos años el círculo se fue estrechando, le fue estrangulando con inusitada violencia, cada vez le iba siendo más difícil vivir. Fue un hombre justo, sobre el recayeron los males de una sociedad entera que pretendía huir de lo duro, lo triste, lo amargo y se quería envolver en lo blando, lo ligero, lo vulgar. El expió esos males de todos en su propia carne sin quererlo, sin saberlo, pero aceptándolo íntegro y digno.
Se nos ha ido porque estaba firmemente convencido de que este es un país donde no se puede vivir decentemente, donde es demasiado difícil vivir dignamente pero para sus amigos, sus cercanos amigos, su memoria vivirá mientras vivamos. Fue ante todo leal, merezcamos serlo a su memoria.
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