5 DÍAS PARA EL 31 DE MARZO | LUIS ALTUNA | «En la fosa común, reconocí a mi padre por sus alpargatas y dientes»
Iban Gorriti
El último saludo que él y su madre dedicaron al padre del hogar y los juegos de colegio junto a un puente son los últimos recuerdos agradables que Luis Altuna guarda de aquel 31 de marzo de 1937. Minutos después la aviación fascista italiana sembró de bombas y muerte Durango. Días más tarde, por si fuera poco, la vida le colocó en otro enclave histórico: en Gernika-Lumo el picassiano 26 de abril. Altuna -hoy residente en Mungia- sabría más adelante que su padre murió en el bombardeo de su Durango natal.
«Si hasta hace pocos años no se ha hablado del bombardeo de Durango es porque allí mataron a los de derechas e izquierdas, sin distinción, y no interesaba a nadie removerlo». Son las palabras de Luis Altuna Ercilla, un niño de la Guerra Civil que vivió en primera persona el ataque fascista de la villa vizcaina. El lunes se cumplirán 78 años de aquella terrorífica jornada.
Una de las bombas italianas que formaban aquel ataque aéreo indiscriminado mató a su padre, un ebanista «antimilitarista» del casco viejo.
Hoy, a sus 90 años, Altuna recuerda, además, que habiendo huido en días posteriores a Bermeo, la suerte le llevó a no ir a Gernika-Lumo el día del bombardeo, cuando tenían previsto visitar el mercado de la villa foral. Sin embargo, ser doble superviviente no le provoca sentimientos emotivos.
Se ve «frío» y tanto los años como la apatía de sus hijos sobre esta efemérides le han curtido. «Con los parques tan bonitos que hay en Durango, no entiendo que los monumentos se instalen en el cementerio. Parece que los esconden. ¿Qué avergüenza a los políticos?», denuncia. Y es que hicieron falta 50 años para que Gerediaga Elkartea ‘destapara’ el bombardeo de Durango en 1987 con una exposición fotográfica. «No se trata de decir que Gernika fue más importante; lo fue porque era y es un símbolo para los vascos. Hay que ponerlos a todos a la par», valora este jeltzale, quien recuerda como si fuera ayer aquel Miércoles de Pascua.
| El último saludo a aitatxo | A las 06.30 horas su madre y él, por entonces un chiquillo, advirtieron cañonazos en la zona de Eibar. Residían en la casa Etxebarri de Landako y acababan de despedir a su padre, que iba a la ebanistería. Fue la última vez que le vieron. A las ocho de la mañana, él fue al colegio, a Maristas.
«Nos llamó la atención que ningún religioso vino a cuidarnos ese día –rememora– y nos fuimos a jugar a un puente». El mismo detalle lo ha contado siempre el durangués Alberto Barreña, quien va más allá: «No vinieron a dar clases porque los fachas les avisaron a ellos que iba a haber muerte», lamenta Barreña.
Al poco, escucharon las campanas de alarma y las de ataque. Da testimonio Altuna: «Eché a correr con la velocidad del demonio; el miedo me dio alas», enfatiza. Al ver los aviones Savoia se tiró al suelo. «Todo el bombardeo fue en una ráfaga y al levantarme vi todo el pueblo destruido».
Luis padre no volvió a casa. Nadie le había visto. Tras el temor del regreso, amatxo, amama –una conocida maestra que impartió 21 años de clases en Izurtza– y el pequeño pernoctaron en una trinchera de 75 centímetros de profundidad en Arripausueta, cerca de la vivienda.
Al día siguiente, cogieron los enseres básicos y partieron hacia el municipio de Garai. «No había palabras de ánimo porque todos estábamos sin noticias de familiares o amigos», explica.
Es más, en su casa tenían cuatro refugiados, de los que de dos no se supo nada. Los aviones, «entonces no distinguíamos si Junkers alemanes o Savoyas italianos», volvieron. «¡Sólo con oír su ruido –se exalta– nos poníamos a temblar!». Pasados los días, volvieron a la casa «agrietada y en malas condiciones» porque oyeron que «había saqueos».
El 10 de abril, la abuela fue a notificar la muerte de Luis Altuna padre, de quien se cree murió junto a un trapero amigo en plena huida del caos. «Hay una foto en la que se ve dónde cae el racimo de bombas y yo creo saber cuál es la que mató a mi padre», asegura.
El 22 salieron hacia Bermeo y el 26, cuando iban a ir a la plaza de Gernika-Lumo, decidieron que se quedaban en Sukarrieta por unos barcos de la familia. No obstante, Luis vio pasar el Heinkel 111 alemán que venía del mar a arrasar la villa histórica. «Es que yo desde los tres años ya tuve claro que mi pasión eran los aviones, la aeronáutica. Y mira, luego me salió rana», sonríe quien de mayor acabara siendo facultativo de minas.
| Alpargatas y dientes | Tras un período adolescente en Biarritz, Baiona, Hazparne y antesde ser ‘‘quinto’, con 18 años, quiso aclarar dónde estaba su padre enterrado. Corría el año 1943. Habló con testigos, con el enterrador, con un carpintero amigo de su padre y pidió abrir la fosa común 29. Halló a su padre. «Le conocí –relata– por las alpargatas, las ligas que se llevaban entonces, y por los dientes».
El lunes volverá a recordar la figura de aquel ebanista «sin ideología». Quizás regrese un año más a Durango. «Pasados setenta y ocho años, sólo echo en falta no haber tenido un referente de padre en los peores momentos», se emociona.
Dibujos que marcan una vida
I. GorritiHay dibujos que marcan una vida. Es el caso del realizado en unas colonias infantiles para evacuados en Baiona, que encontrado entre archivos históricos es el detonante de esta búsqueda de su firmante. Luis Altuna lo mira y recuerda. El tiempo se para. Se detuvo el día que no volvieron a ver a su padre, muerto bajo una bomba Made in Italia (fascista).
Atrás, su hogar y un dibujo con trascripción: «Salimos con dirección a una aldea mi madre, mi abuela y yo. Llevo en la mano una máquina de escribir. ¡Era de aita!». Lo llamativo del dibujo es que parece estar hecho al natural por su exactitud: cuatro aviones sobre el monte Udalatx, en la contienda de Intxorta. «El monte amaneció verde, pero al mediodía se puso negro», rememora tras verlo desde Garai.
La pista final para encontrar a aquel pequeño y asustado dibujante que entonces tenía ocho años nos la dieron en el colegio Maristas de Durango, centro educativo en el que aparece registrado dos veces en 1935 y con fechas de nacimiento que bailan en un año. El de 1925 vive ahora en Mungia con sus recuerdos. Todos los 31 de marzo acude a los actos de recuerdo del cementerio de Durango. Lo hace desde un segundo plano: «No me gusta sentarme en el lugar reservado para supervivientes o sus familiares o políticos. Yo llevo lo mío dentro, me sitúe donde me sitúe».
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