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Revivir recuerdos ajenos

Aitziber Irigoras

Aitziber Irigoras

· Profesora universitaria

 

En estas últimas semanas, probablemente, habremos vivido experiencias que nunca habíamos experimentado, no por lo menos de una forma tan intensa, ni tan colectiva. Es posible que hayamos sentido miedo, nerviosismo, inquietud ante lo que se nos venía encima con este virus, y que hayamos mirado al futuro con recelo, desconfianza, temor.

En tiempos de confinamiento, en este ambiente enrarecido, me asaltan continuamente recuerdos ajenos, cercanos, muy queridos, pero recuerdos que son de otros. Recuerdos que he tenido el privilegio de recoger y que he podido asumir como parte de mi propia historia. Reviven en mí los recuerdos de quienes fueron mis abuelos y abuelas. Pienso en que, como todas nosotras y todos nosotros con esta situación que vivimos, tampoco ellas y ellos esperaban ser protagonistas en primera persona de lo que fue la Guerra del 36, y menos aún del cruel bombardeo de su pueblo. Les imagino viviendo en la inquietud, pero sin creer aún que algo así podía sucederles los días previos al ataque. Todavía veo a mi abuelo materno, gudari de permiso en Durango, contarme que al primer sonido de la sirena y las campanas saltó de la cama, y que su madre, mi bisabuela, le dijo que estuviera tranquilo porque no ocurriría nada. Los días previos habían sonado las sirenas sin que se hubieran producido ataques. Esta vez sí. Contaba que estuvo horas ayudando a sacar cuerpos de entre los escombros. No podían prever la magnitud de la tragedia que iba a destrozar en pocos días su pueblo y a sus familiares y amigos.

La dimensión de los ataques contra Durango sobrepasaba cualquier escala vista hasta el momento. Oí muchas veces contar en casa a mi abuela, niña de la guerra, que lo que vio en los bombardeos, las imágenes de fallecidos, destrucción y desastre, y también el ruido ensordecedor de las bombas, le pareció irreal en un primer momento. Al saltar a la zanja que le dio cobijo en un primer momento, o al atravesar Ezkurdi corriendo para protegerse en el refugio, solo pensaba en salvar su vida. Una historia que le marcó de por vida, que le impedía estar tranquila ante el ruido inocuo de una tormenta de verano. Para ella, evocaba el infierno.

La herencia más importante

Todavía les quedaba mucho drama que vivir. Después de lo que supuso una guerra, varios bombardeos, el frente, la represión, los batallones de trabajadores, la cárcel… tuvieron que seguir viviendo, levantándose cada día para avanzar. Tuvieron que ayudar a levantar nuevamente Euskadi, en tiempos muy oscuros y difíciles. Con gran esfuerzo y sacrificio. Construyendo, no destruyendo. Por mucho que la situación en la dictadura fuera injusta. Esa ha sido la herencia más importante que he recibido de mis mayores. No destruir nunca, no odiar nunca, nunca utilizar la violencia. A pesar de los cantos de sirena.

Estos días de deriva han venido a mí los demonios que vivieron otras y otros. He conseguido entender una millonésima parte de la angustia que vivieron, de su miedo y de su dolor. Y ha venido a coincidir con las fechas en las que conmemoramos uno de los episodios más terribles de nuestra Villa, hace 83 años. Vidas arrebatadas por los bombardeos, vidas atravesadas por la tragedia. Ese dolor sigue vivo en las calles de Durango. Justicia y Verdad, no hay excusas.

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