El capellán de gudaris que rescató las hostias del bombardeo aliado contra el pueblo de Durango
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El quinto mandamiento católico reza: No matarás. Franco, sin embargo, asesinaba a curas y monjas y, a continuación, paseaba bajo palio y comulgaba. Bien lo denunciaba el capellán de gudaris José María Dañobeitia y Arruza, de Erandio, quien nunca olvidó la tragedia de los bombardeos fascistas contra el pueblo de Durango acontecidos el 31 de marzo de 1937 y días posteriores de abril. La ejecución del raid corrió a cargo de los pilotos de la aviación legionaria de Mussolini coordinada por la Legión Cóndor de Hitler y con el beneplácito de los generales golpistas españoles Mola, Franco y Vigón.
El investigador iurretarra Jon Irazabal recuerda a Dañobeitia como aquel hombre que acudió a rescatar «las formas sagradas y le pararon los pies porque iba vestido de civil debido a que era capellán militar, y solo los curas podían tocarlas. Al presentarse pudo hacerlo. Había acudido a Jesuitas a ver qué era de sus hombres porque el templo era también cuartel entonces”, matiza quien más ha estudiado este lamentable episodio de la Guerra Civil en Euskadi.
Una entrevista a Dañobeitia impresa en la hemeroteca de Deia narra momentos de aquel 31 de marzo que ponen los pelos de punta, lo que los medios de comunicación califican como dantesco y que según aquel sacerdote se emplea «así siempre sin propiedad». Por ello ponía un ejemplo: «Lo dantesco hay que vivirlo, como en la plaza Ezkurdi. Existían allí unos retretes. Me repugna hasta contarlo… Parece que un hombre estaba haciendo allí sus necesidades al inicio del bombardeo. Oye, la metralla le arrancó todo el tronco. En el retrete solo quedaron las nalgas«, confesó al zornotzarra José Luis Iturrieta en 1987, año de cincuentenario que conmemoró la asociación Gerediaga Elkartea con una muestra fotográfica.
A juicio del periodista, «para reconstruir el caos de aquellos días, los de Gerediaga se han encontrado con la amnesia casi total de todos los que sufrieron aquellos bombardeos», personas que con el paso del tiempo han ido narrando sus testimonios, pero entonces preferían callar a pesar de haber muerto Franco doce años antes.
Quién sí tenía grabadas a fuego aquellas imágenes era Dañobeitia, excapellán del Hospital-Residencia de Durango, inmueble a día de hoy que se cae. En 1937, Don José María tenía 26 años, tenía el grado de capitán, del batallón Otxandiano del PNV, unidad que cuenta con un monolito de recuerdo en el cementerio Santikurutz de la villa.
El sacerdote de gudaris comprendía aquella argumentada como amnesia de los testigos y supervivientes. «Quienes vivieron los momentos del bombardeo bastante tenían con huir para salvar sus vidas o preocuparse de los muertos y la evacuación de los heridos. La poca gente que nosotros vimos por las calles iba como alelada y con el susto en los ojos», aportaba quien aquel día del 31 de marzo se encontraba con el batallón Otxandiano en Markina.
Según tuvieron noticia de la amenaza cumplida por el general Mola. En esos momento, la unidad del Eusko Gudarostea y Euzkadiko Gudarostea regresaba en un autobús tras disfrutar quince días de permiso. «Fue sorprendido por las bombas en Durango. Nos llamó el capitán que venía con ellos e inmediatamente, el comandante Koldo Larrañaga y yo salimos hacia Durango, donde llegamos a las 9,30, una hora después de iniciado el ataque. Entramos por Kurutziaga. Aquello era una carnicería: personas, animales, casas, todo destrozado», agregaba quien fue procesado en El Dueso (Santoña) junto a otros 37 curas, como detalla el libro Consejos de guerra contra el clero vasco de Anxo Ferreiro, editorial Intxorta 1937 Kultur elkartea.
Reemplazo al Padre Leiza
Dañobeitia entró en una de las iglesias que los totalitaristas aliados habían bombardeado, la de San José de los padres jesuitas. El objetivo era dar con sus gudaris. El religioso descubrió que las bombas habían destrozado toda la bóveda y el altar del templo. «Un jesuita anciano, el Padre Leiza, estaba recuperando las formas del Santísimo. Le reemplacé yo. A las once volvieron los aviones, pero no bombardearon. Caía un sol de justicia. Media hora más tarde, escoltados por la Ertzaña motorizada, trasladamos el Santísimo a la iglesia de San Francisco. La escena fue inmortalizada en una foto que dio la vuelta al mundo«.
El capellán denunció, asimismo, que los fascistas tampoco libraron a las monjas de las bombas. «No, porque seguidamente pasamos por el convento de Santa Susana, con once monjas muertas». Y pasadas las horas, halla a dieciocho de sus soldados muertos. «Hubo un nuevo bombardeo y ametrallamiento por la tarde. Murió más gente. Fuimos al cementerio. Euzkadi Roja publicó una foto en que yo bendecía a los cadáveres, con el título: Así son nuestros capellanes«.
Dañobeitia continuó con su búsqueda y cuando comenzó a oscurecer subió al camposanto, por si reconocían algún asesinado más. «Era de noche y no se podían encender las linternas por si los franquistas -que ya habían roto el frente- estaban cerca. Es entonces cuando vimos el espectáculo más fuerte de todo el día: ver en medio de la oscuridad cómo los vivos salían de los nichos y panteones. Se disculpaban con frases como: Miren, nos hemos escondido aquí porque pensamos que el cementerio no lo bombardearían«.
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