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DURANGO · En recuerdo de Bibi, la clarisa que cumplió la palabra de su madre

En los últimos meses, al menos, dos monjas han fallecido en Durango. Publicamos hoy un obituario sobre María Ascensión Bilbao Orbe, conocida como Bibiana o Bibi. Nos ha dejado semanas atrás, pero queremos recordarle, como haremos también en breve con otra compañera suya. 

3 - Sor M. Ascensión

«Nos dejó serenamente». De este modo, informan las monjas clarisas de Durango del fallecimiento de la hermana María Ascensión Bilbao Orbe, conocida como Bibiana o Bibi. Así le llamaban en su casa de Morga, municipio en el que la religiosa había nacido el 28 de agosto de 1925. Conoció la eternidad en la que creía a los 94 años

«De Ascensión (Bibi) podemos decir tantas cosas, que nos quedaremos con lo esencial. Su teoría principal estaba basada en lo que siempre había dicho su ama. Mientras pueda seguiré al pie de la brecha, es decir, una persona de mucho tesón, agradecimiento y convencida de su vocación de clarisa, seguidora de Jesús de Nazareth», subrayan sus compañeras del monasterio de San Francisco de Durango.

Por desgracia, la religiosa sufrió varias caídas en los últimos tiempo y una de ellas le provocó una fisura de pelvis. Tenía 91 años. Le postró a estar en la cama o en una butaca. «Nosotras decíamos: Ascensión ya de aquí, a la silla de ruedas, porque los músculos se debilitan, no se suele poder andar. Y con esta edad ni qué decir. No teníamos ninguna duda».

Sin embargo, no fue así.  Ella pidió un andador y con la teoría de su madre más todo el tesón que le caracterizaba, poco a poco, fue evolucionando: «Pasó a las muletas y al fin andaba sin que le ayudarán, o sea autónoma, una morguesa auténtica», sonríe su compañera de comunidad Sor Olatz.

Teoría materna asimilada

La teoría materna la tenía tan metida dentro de su corazón, que al fin era como un  legado que le había dejado su progenitora. Por ello, como recuerdan sus compañeras,  ella lo quería cumplir siempre y así lo hizo hasta que «ya no se tenía de pie y tuvo que permanecer en cama durante unos ocho días hasta que se fue acabando». Fue el tiempo suficiente para  dar gracias a todas sus amigas enfermeras de Osakidetza, equipo médico «y a nosotras, y de decirnos que nos llevaba en el corazón y que siempre rezaba por todas y por nuestros familiares, y gracias y más gracias», repetía. «Su vida se acabó en una acción de gracias. Es el recuerdo que a mí me queda», agrega Olatz.

Bibi no dejó de ser una monja intrépida. «Antes de entrar yo parece que pidieron voluntarias para fundar un convento de clarisas en San José de Carrasco –Uruguay- y  ella fue una de las que embarcaron en Santurtzi en 1956 rumbo a Montevideo», rememoran.

Permaneció en el país americano durante dos décadas. En aquellos 20 años, hizo labores de todo tipo en aquella nueva comunidad. «Incluso tenían un pequeño parvulario al que también ella atendía y a saber todo lo que no haría…», enfatizan sabiendo el potencial de su entrega a diaria.

Retornó al viejo continente por una razón de peso en su vida. ¿La razón? Su madre, a quien tanto adoraba y de quien guardó sus mejores consejos, enfermó. Regresó a cuidarla como merecía. Volvió a su austera habitación junto a sus compañeras clarisas de Durango.

Expriencia vitual en Uruguay

De su experiencia vital uruguaya, no solo se trajo una mochilla personal llena de recuerdos sino también de giros idiomáticos. «Al principio la salían algunas palabras de allí como: ‘¿Cuánto demoráis?”, o si ella atendía el teléfono, repondía con un ‘Aló?’. Nosotras, un poco retorcidas, nos reíamos por lo bajo. Con el tiempo se le fueron quitando aquellas expresiones», agregan.

Sus compañeras la recordarán siempre en la cocina, como tornera, «haciendo trabajos de mano como ropitas para bebes, de sacristana, etcétera. ¡Todo menos estar quieta!», sonríen quiene evocan que cuando murió la compañera Sor María Paresi se quedaron sin ninguna monja que cocinara ‘puños franciscanos’, unos pasteles muy típicos. La hermana Ascensión no quiso perder aquella tradición y fue quien retomó la receta. Poco a poco fue mejorando su receta y «le salían tan ricos como a las anteriores. ¡Esta no se echaba para atrás ante nada!», le reconocen con orgullo en el monasterio ubicado en el casco histórico de Durango.

Durante el tiempo que estuvo al cargo del torno -recepción- del convento estuvo a punto de montar una pequeña academia de punto. Así lo precisan las religiosas: «Estaba por las tardes en el torno y aprovechaba el tiempo muerto para hacer punto, ropitas de bebés, y le salían preciosidades tanto a ganchillo como a punto. Tanto es así que algunas de fuera de la clausura se enteraron y ella les citaba en el torno y le venían para que les enseñara».

Estos últimos días, antes de fallecer rezaba mucho por quienes le cuidaban y se habían hecho grandes amigas, como una enfermera. «Les dio mil gracias y se despidieron con un gran abrazo».

A juicio de Sor Olatz, el monasterio de clarisas ha perdido a una bella mujer. «Yo siento que nos ha dejado un gran ejemplo de persona, además de trabajadora y constante, nos queda el recuerdo de una Bibi bondadosa, cariñosa, agradecida, amable…».

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