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Pactos postelectorales y democracia

Oscar Gomez

Óscar Gómez Mera

Una de las mayores incógnitas tras las elecciones del pasado domingo, es saber quién se hará con la alcaldía de Madrid. Hace cuatro años el partido más votado en la Villa y Corte fue el PP. Pero la suma de las formaciones progresistas dio la alcaldía de la capital del Reino a Manuela Carmena. Los resultados del 26M han ido justo en sentido contrario. La lista más votada ha sido la de Carmena, pero un pacto de las derechas (PP-C´s-VOX) podría dejar a la ex jueza sin el bastón de mando. Quienes hace cuatro años exigían que debía gobernar la lista más votada y no un pacto de perdedores, hoy dicen Diego donde antes decían digo, y pueden acabar haciéndose con el control del Ayuntamiento de Madrid.

No hace falta irse hasta el corazón de Castilla para ver casos semenjantes. En Durangaldea hay varios de ellos. En Zaldibar el partido más votado ha sido EH Bildu, pero un pacto entre PNV y PSOE dejará a los abertzales sin la alcaldía. En Durango ocurre lo mismo pero en sentido inverso. El PNV ha sido el partido más votado, pero la suma de sus concejales con los de su actual socio de gobierno, el PSOE, es inferior a la suma de las actas de EH Bildu y Herriaren Eskubidea. Por lo que todo parece indicar que serán los abertzales quienes se hagan con la makila en la Villa duranguesa.

Quienes reclaman que debe gobernar la lista más votada suelen ser quienes, normalmente, ganan unas elecciones sin mayoría absoluta y no tienen posibilidad de recibir apoyos de ninguna otra formación. Habría que recordarles que cuando vamos a votar en unas elecciones municipales o generales no lo hacemos para elegir alcalde o presidente del gobierno, respectivamente. Al alcalde no lo eligen los vecinos de un pueblo o ciudad, ni al presidente del gobierno todos los españoles. Cuando yo voto en las elecciones municipales de mi pueblo, Ermua, no estoy eligiendo al futuro alcalde de la Villa. Sólo puedo decidir la composición de una corporación municipal formada por 17 personas. Y lo tengo que hacer dando mi voto a la candidatura cerrada de alguno de los partidos o coaliciones que se presentan. Ni siquiera puedo elegir a 17 personas entre todas las candidatas proclamadas. Una vez elegida la corporación, son sus 17 miembros quienes eligen al alcalde o alcaldesa entre ellos mismos, pudiendo ser elegido el candidato de la lista más votada o el de la menos votada. Ni siquiera es necesario ir en el primer puesto de una de las listas para ser elegido alcalde.

Lo mismo sucede a nivel de elecciones generales. Sólo elegimos a las 350 personas que compondrán el Congreso de los Diputados, también mediante lista cerrada (en el Senado es diferente). Y luego, son sus 350 señorías quienes eligen al presidente del Gobierno. Que no tiene porqué ser ninguno de los 350 diputados, como ocurrió el año pasado tras la moción de censura contra Rajoy. El nuevo presidente, Pedro Sánchez, en aquel momento no tenía acta de diputado. Teniendo todo eso en cuenta, hay quien aboga por un sistema más personalista donde se prime al candidato de la lista más votada. Aunque casi ningún líder o partido habla de listas abiertas donde se pueda votar a las personas y no a las listas que elaboran las cúpulas de los partidos. Pero, ¿es más representativo este tipo de sistema?

Pongamos como ejemplo cualquier república que elige a su presidente o presidenta mediante un sistema de doble vuelta. Supongamos que se presentan seis candidaturas a la presidencia de la república en cuestión. Y los resultados otorgan al Partido de la Derecha (PD) un 25% de los votos y al Partido Socialdemócrata (PS) un 20%, obteniendo el resto de los partidos porcentajes inferiores. Serían las candidatas del PD y del PS quienes se enfrentarían en la segunda vuelta. Sigamos suponiendo que tras dicha segunda vuelta la candidata del PD obtiene un 43% de los sufragios emitidos y la del PS un 48%. Sería la candidata socialdemócrata quien sería envestida presidenta de nuestra imaginaria república. Saquemos conclusiones. Tras la primera vuelta sólo pueden concurrir a la segunda las candidatas de dos partidos que juntas sólo obtuvieron el 45% de los votos. Y tras la segunda vuelta se hace con la presidencia una candidata a la que en la primera vuelta no voto el 80% de las personas que se acercaron a las urnas. ¿Lista más votada? ¿Es más legítimo este sistema que el que permite que se junten diferentes candidaturas y sobrepasen a la lista más votada?

Las comparaciones son odiosas, pero aún a riesgo de hacer una de ellas voy a tomarme la osadía de decir que siempre he pensado que una democracia debería parecerse algo, aunque sea un poco, a una comunidad de vecinos. En una comunidad de vecinos, son las vecinas y vecinos quienes deciden subir o bajar la cuota, quienes deciden si son ellos o ellas quienes limpian la escalera o contratan a una empresa para que lo haga, si arreglan el tejado o pintan la fachada. Y en caso de decidir que hay que pintar la fachada, son ellos y ellas quienes deciden el color de la misma y a que pintor le dan el trabajo. Y para ejecutar sus decisiones cuentan con un presidente-administrador o una gestoría particular que se encargan de llevar todo a buen puerto. Y no es necesario que hayan pasado cuatro años para revocar al presidente o cambiar de gestoría si tanto el uno como la otra la lían parda o les sale rana.

Cuando las ciudadanas podamos elegir de qué color pintamos nuestra fachada y si arreglamos o no el tejado, cuando podamos decidir incluso si queremos seguir formando parte de la comunidad de vecinos o constituir otra distinta, cuando el hecho de elegir presidente sea un trámite secundario, entonces podremos escribir la palabra democracia con mayúsculas. Aunque para ello tenemos que ser las ciudadanas las primeras en tomar conciencia, empezando por acudir a las reuniones de nuestra comunidad de vecinos. Porque si no somos responsables para dedicar tiempo a nuestro domicilio particular, menos lo seremos aún para preocuparnos por la casa común de todos y todas.

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