Que se joda Juan Valdez
Óscar Gómez Mera
Limpiando archivos de mi celular me he topado con un vídeo que me enviaron a principios de año. El vídeo se titula “¿Por qué se cayó el café?”.
En él aparece una neogurú o coacher, o cómo demonios se diga, que nos plantea un acertijo. Caminamos con nuestra taza de café en la mano y de repente chocamos con una persona que viene de frente y derramamos el café. ¿Por qué derramamos el café?, nos pregunta nuestra interlocutora, que por la expresividad de su rostro y su continuo gesticular me aventuro a vaticinar que comparte camello con algún líder de la derecha pop española. Porque íbamos despistados, porque no vimos a la persona que se nos acercaba, porque no llevábamos bien sujeta nuestra taza de café. Ninguna de estas respuestas es la correcta. Derramamos café porque era lo que llevábamos en nuestra taza, pues si hubiéramos llevado té hubiéramos derramado té, y si hubiéramos llevado Pacharán La Navarra hubiéramos derramado dicho líquido elemento. Después de la coña marinera viene la explicación. Dice la gurú que somos responsables de lo que llevamos en nuestra taza. Que si llevamos café sólo podemos derramar café. Que si estamos cargados de amargura, rencor, odio y mal rollito macabeo, cuando en la vida nos pinten bastos será lo que derramemos. Porque, nos dice la entendida, la vida no se evalúa como buena o mala por lo que sucede fuera, la vida se evalúa por lo que sucede dentro. Y dicho esto sólo le falta fumarse un farias. Busquen el vídeo en Youtube y véanlo. Si es que tienen estómago.
Es decir, que si a alguna de ustedes la han echado de su trabajo después de años de servicio, se les ha agotado la prestación por desempleo, no les conceden la RGI porque son propietarias un Ford Fiesta del año 99 que heredaron de su tía abuela paterna, están esperando a que vengan del juzgado a echarles de la casa cuya hipoteca no pueden asumir y sólo se les ocurre romper la hucha de Peppa Pig de sus hijas para comprarse una escopeta de cañones recortados y munición del calibre doce, sepan ustedes que son unas amargadas, unas rencorosas, unas ingratas, unas pecadoras de la pradera y unas malas personas del copón. Nada comparables con la persona que les ha despedido, que seguro que lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja mientras le agradecía los servicios prestados y les deseaba suerte en el futuro mientras les señalaba todas las fabulosas ventanas que se les abrían tras estamparles la puerta en las mismísimas narices.
O si en un territorio que tras ser sometido a una guerra, bombardeado, perseguida su lengua, cultura y tradiciones, condenado a morir en vida, parte de sus habitantes deciden organizarse y resistir a la barbarie ajena e impuesta, ellas serán las malas, las terroristas, las perversas, las que odian, a las que hay que encarcelar, torturar y seguir sometiendo. Mientras que quienes destruyeron ese territorio serán considerados héroes, exportadores de la democracia y las libertades y candidatos al Nobel de la paz. El poder siempre cuenta la historia omitiendo la parte del relato de los vencidos y oprimidos. Y quienes nos dicen que la vida se evalúa por lo que sucede dentro y no fuera, que sólo importan las consecuencias y no las causas, están al servicio del poder. Sean ministros de propaganda de algún Reich o gurús puestos de tripis hasta las cejas.
Siempre que me encuentro con mensajes de este calado me acuerdo de una fábula de Godofredo Daireaux, la del burro. Como no es muy extensa me permito reproducirla a continuación:
“El burro había nacido bueno, alegre, sumiso, lleno de buena voluntad. Era feo, es cierto, pero se reía con tan buena gana, que a pesar de su voz horrenda, su rebuzno parecía canto. Se burlaban de él y de su facha: él sacudía las orejas y se reía, bonachón.
Pero, porque era bueno, empezaron a abusar de él. Era fuerte, por ser tan chico, lo cargaron demasiado; era sobrio, casi no le dieron de comer; era resistente, le hicieron trabajar más de lo que era posible. Y cuando ya no daba más, lo empezaron a maltratar. Se le avinagró el genio; sus orejas no se movían ya risueñas, sino que las echaba para atrás, enojado, enseñando los dientes y aprontaba las patas. Y el amo, desconfiando, a pesar de tener en la mano el palo amenazador, decía: «¡Qué malo es el burro!».”
Por eso si el burro de Juan Valdez se encabrona y le tira la cosecha de café en medio del camino, será por algo. Será porque lo sobrecargaron de sacos de café hasta las orejas y llegó un momento en que se rebeló y empezó a dar coces a diestro y siniestro. Y que se joda Juan Valdez y que a Juan Luis Guerra le lluevan fardos de café de 50 kilos hasta en las pelotas. Porque el odio nace como respuesta al odio, el rencor nace como respuesta al rencor, y la violencia nace como respuesta a la violencia. Aquí no cabe la disyuntiva de si fue primero el huevo o la gallina. Quien siembra vientos no puede sorprenderse luego cuando se acercan las tempestades. Y quien derrama café es porque le pusieron café en su taza. Y que den gracias al Altísimo mientras sólo empuñemos el asa de una taza en lugar de otras cosas, y dicha taza sólo contenga café.