Banderas y banderas
Óscar Gómez Mera
Está Francia que echa humo. Las protestas contra la subida de los precios del combustible han bloqueado al país galo. Manifestaciones multitudinarias, movilizaciones interminables, enfrentamientos con los cuerpos de seguridad del Estado, violencia organizada por parte de las manifestantes frente a la violencia del capital, unidad, lucha… Muy poco de ello ha salido en los informativos. Ni en el programa de Ana Rosa, ni en Espejo Público. De refilón, si acaso. Hay que recurrir a la red y a los medios de información alternativos para conocer el verdadero alcance de lo que está pasando al otro lado de la muga. En varias de estas manifestaciones y movilizaciones se ha visto ondear la bandera tricolor francesa. Y uno se para a pensar en las diferencias que hay al respecto con el Reino de España en lo que a ondear la enseña patria se refiere.
No es plato de mi gusto ni el centralismo del estado francés, ni la uniformidad que defiende tanto la derecha como gran parte de la izquierda española. Pero es muy habitual ver banderas francesas en manifestaciones obreras, sindicales, estudiantiles. La diferencia con España estriba en que aquí nunca hubo una revolución, ni siquiera capitalista y burguesa como la francesa. Nunca se guillotinó a reyes, curas, obispos, marqueses. Y se nota. Vaya si se nota. España pasó de una monarquía que nunca llegó a ser constitucional, con un breve intento en el medio de poner en marcha una república democrática, a una larga y cruel dictadura fascista. Y aún lo estamos pagando. Y lo que nos queda.
La actual bandera francesa surge de la revolución de 1789. Una revolución que quería poner en el epicentro de la política al hombre (de la mujer nada se decía en la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano de ese mismo año). No fue la cosa ni tal que así, pues no dejó que ser una revolución donde la burguesía, apoyada por las masas populares, derribaba al Antiguo Régimen y se establecía como fuerza política dominante del país. Pero supuso un importante punto de partida para otras revoluciones que se gestaron después. A día de hoy, hasta los legitimistas monárquicos toleran la tricolor francesa y la derecha más reaccionaria la asume como propia. Porque el pueblo, consciente de su historia, no se la ha dejado arrebatar ni por los hunos ni por los “hotros”.
En 1785, Carlos III encarga a su Ministro de Marina que convoque un concurso para elegir una bandera que identificara a los barcos españoles en alta mar. La bandera blanca de los Borbones se confundía fácilmente con las de otras monarquías que usaban idéntico color en sus pabellones. De ese concurso surge la actual bandera rojigualda. Bandera que hasta 1843 no se convierte en la bandera oficial de España.
No hay color. Una bandera, la tricolor francesa, que surge de una revolución popular y que el pueblo francés no se ha dejado arrebatar nunca. Y otra, la bicolor española, que surge por necesidades bélicas y comerciales y que sólo llegó a ser asumida por el pueblo 150 años después. Para ello hizo falta una dictadura fascista de 40 años, para imponerla a sangre y fuego. Por eso es muy entendible que la actual bandera española casi nunca ondee en movilizaciones sociales, sindicales, obreras, reivindicativas. Y que sólo la veamos flamear el 12 de octubre y en manifestaciones contra el aborto y los derechos de las personas homosexuales.