Tiempo de vida y pantallas de móvil
Óscar Gómez Mera
Recibo, al igual que cualquiera de ustedes que tenga móvil, muchos mensajes de WhatsApp cada día. Uno de los que más mensajes me envían es mi compadre Andrés Modesto. Me agradan mucho sus mensajes porque la mayoría de ellos suelen ser de humor. Aunque uno de los últimos que me ha enviado es el anuncio de una marca de bebidas para este 2018 que toca a su fin. Ya saben, se acercan las fiestas navideñas y hay que vender juguetes, turrones, langostinos y bebidas espirituosas a tutiplén.
Comienza el anuncio aportando varios datos tales como que en los últimos seis años se ha triplicado el uso del móvil, que cada vez consumidos más material audiovisual y que tenemos menos contacto con la gente, sobre todo con nuestros seres queridos. A continuación aparecen varias parejas de amigos y amigas, hijos y madres y personas que dicen quererse y necesitarse pero que se quejan de lo poco que se ven. Seguidamente sale a escena un psicólogo de esos de postín, autor de varios libros muy leídos a la par que vendidos. Libros donde nos dice que nos quejamos por quejarnos, que padecemos de algo que él llama terribilitis, y que hasta un mendigo que vive debajo de un puente y que come de la caridad cristiana tiene motivos para ser feliz y hacer felices a las que le rodean. Que lo único que necesitamos para ser felices es un poco de agua y un poco de comida y que todo lo demás es puro vicio. Este psicólogo achaca el no estar con las personas a las que amamos a la mala distribución de nuestro tiempo. A que nuestro cerebro no es consciente de que un día nos vamos a morir, y que pensamos que vamos a tener incontables oportunidades para estar con nuestros amigos, familiares y demás. En esto último, en lo de morirnos el día menos pensado, no puedo más que estar de acuerdo con él.
A continuación, con lo poco que las personas han podido contar sobre ellas mismas y datos extraídos del Instituto Nacional de Estadística, calculan cuánto tiempo les queda por pasar juntas a cada una de las parejas que han salido a escena. Éstas quedan cariacontecidas y perplejas por el resultado ya que apenas son meses, o días en el peor de los casos. Y termina el spot con más datos sobre lo que vamos a hacer en los próximos cuarenta años, suponiendo que vivamos cuarenta años más, que en muchos casos, y me incluyo, es mucho suponer. Pues en esos próximos cuarenta años dedicaremos 520 días a ver series, seis años a ver televisión, ocho años a navegar por internet y pasaremos 10 años mirando pantallas.
Me parecen muy lógicos y muy ajustados a la realidad los datos que nos dicen que hemos aumentado el tiempo que pasamos embobadas delante de la pantalla del móvil, tablet, pc, tv… Pero achacar nuestra falta de tiempo para estar con nuestras parejas, hijas, amigas, familiares a los que queremos (que no hay porque querer a todos) única y exclusivamente a consultar el correo electrónico o a ver cuántos me gusta tenemos en Facebook me parece una engañifa y una patraña.
Dice una de las personas que aparecen en el anuncio que perdemos nuestro tiempo haciendo cosas que no nos hacen felices. Y no le falta un ápice de razón. Pero esas cosas van más allá de usar el móvil. La lista sería interminable. Incluiría todo el tiempo que pasamos trabajando, buscando trabajo o intentando conservar el trabajo que ya tenemos. Durmiendo para mañana volver a estar a tono para ir de nuevo al trabajo, yendo al masajista a que nos quite el dolor de espalda que nos genera el trabajo, comprando e ingiriendo medicamentos para soportar el ritmo de trabajo. Amén de deambular como putos zombies por centros comerciales comprando cosas que no necesitamos para impresionar a gente a la que no tragamos, como a la suegra y al cuñado de turno (se aceptan también otros especímenes de la familia política y de la propia) en cenas de Nochebuena a las que nos gustaría no asistir. O pagando impuestos, leyendo programas electorales, consultando el horóscopo o yendo a bodas, bautizos y comuniones.
Un anuncio muy dicharachero y, a priori, reivindicativo, pero que no deja de ser otro intento de distraer nuestra atención de la mierda de vida a la que nos han condenado la panda de cabrones que nos dominan para, una vez más, volver a hacer recaer sobre nuestras espaldas la culpa de todo lo que nos hacen. Nos violan y luego nos culpabilizan por haber llevado puesta la minifalda que previamente ellos mismos nos habían vendido con un 50% de descuento en el puto Black Friday de los cojones.
Hace más de un año que no veo a mi compadre Andrés Modesto, por la distancia kilométrica que nos separa y no por el puto Facebook, y al que agradezco encarecidamente sus mensajes de WhatsApp. Incluido el que ha dado lugar a esta columna de opinión.